Gabriel Zaid: la eternidad fugitiva

Literatura

La llaneza y lucidez de Zaid, su increíble síntesis de lo interior y lo exterior, nos llevan de forma irremediable a lo plural.

Algunos libros de Gabriel Zaid. (Cortesía)
Víctor Manuel Mendiola
Ciudad de México /

La relativa pequeñez de la obra de Gabriel Zaid nos podría llevar a pensar que no sólo es fácil comprenderla sino que su lectura fluida y amable, su capacidad para comunicarse, su indudable transparencia, nos ofrece una literatura necesaria, pero a la vez de carácter ligero. Pensar así no sería del todo equivocado. Las piezas individuales, o la suma de todas ellas, están tocadas por el don de la concisión y la perspicuidad. Sin embargo, nos engañaríamos al concebir de modo apresurado y parcial esta asombrosa y clarividente poética de la brevedad.

La llaneza y lucidez de Zaid, su increíble síntesis de lo interior y lo exterior —esencial y evidente en sus poemas—, nos llevan de forma irremediable a lo plural, a lo complejo y, lo más sobresaliente, a la salud de la sorpresa. Los lemas “La claridad furiosa” o “Todo tan claro/ que da miedo”, contraseñas entretejidas en sus poemas, representan ese momento de concentrada luz total en la que todo hierve, todo está animado, todo adquiere limpidez y todo surge, forzosa y contradictoriamente, de la ambigüedad y de la oscuridad inevitables. Y así, de pronto, salimos del lugar común o la metáfora trillada y abrimos los ojos en otra luz. La poesía, los ensayos, las antologías y las inventivas y puntuales investigaciones del autor del poema “Circe” y su hermoso alejandrino “No quiero más corona que el laurel de tus brazos”, si bien es cierto que poseen la expresión del lenguaje común y directo, observados con detenimiento brillan por su insólita singularidad y no los comprendemos, de forma cabal, con la primera lectura. Nos piden, eso sí, detenernos y aclarar desde el inicio nuestros pensamientos —ordinarios, oscuros, caóticos— para seguir un camino en el que todo guarda, al abandonar la obviedad, una pulcra correspondencia rigurosa y en el que la sobriedad radical nos hace descubrir la minuciosa contemplación ebria del entendimiento de la poesía.

A esta minuciosidad pertenece el análisis de la moderna poesía católica en México; o el estudio sobre el Progreso improductivo, en una sociedad obsesivamente economicista y burocrática; o el ejercicio enciclopédico de las Mil palabras, prueba de cómo —muchas veces— los mejores y más escrupulosos diccionarios son la aventura apasionada de un hombre entregado a sus diversiones. Y a esta minuciosidad compete también la lectura y la traslación, desde otras lenguas a la nuestra, de sonetos, canciones, coplas y delicadas piezas.

Con la publicación de Poemas traducidos (Colegio Nacional, 2022) podemos ahora articular una imagen más completa de la galaxia Zaid. Este nuevo volumen, del que ya conocíamos varias partes por publicaciones fragmentarias anteriores (en 1992, en Sonetos y canciones leímos las “Canciones de Vidyápati” y “Coplas al gusto popular de Fernando Pessoa” y, en 2019, en Letras libres, “Quince poetas”), nos hace comprender, mediante una imagen refleja, la manera intensa como Zaid concibe la eficacia lírica, tanto la suya propia como la de otros.

Si miramos con cuidado los poemas traducidos, todos muy distintos en apariencia —tanto por la época que representan como por la variedad de los tonos—, nos llama la atención un rasgo que podría parecer secundario: en muchos de estos poemas dominan los versos cortos, los versos de arte menor y, además, en todos ellos hay una materia translúcida, de tal forma que si no los leemos con el debido esmero se nos puede escapar esa honda levedad que los caracteriza. Esta predominancia de la expresión fugaz y diáfana, del poema-instante, no del poema-río, no del poema en secuencia, ni siquiera del poema de impulso creciente que se resuelve a lo largo de veinte o treinta líneas; esta preferencia, pues, por lo que habla en la velocidad de los segundos, ¿qué nos dice? Muchas cosas difíciles de expresar, pero que podemos intentar aludirlas empleando las propias palabras de Zaid: “Navego por tu sonrisa/ borracho de eternidad”. Es decir, en el gesto o las figuras más efímeras vive un infinito. Zaid ha encontrado en esas formas súbitas y perentorias la mejor expresión o, mejor dicho, su mejor expresión. Quizá por esta razón él, en sus trabajos de traducción, ha puesto el acento en la búsqueda de esta misma clase de “forma”.

Después de releer sus traducciones, parece evidente que hay una correspondencia fuerte, sustancial, entre muchos de los textos que él ha traído al español y sus propios poemas. En los dos hallamos una “narrativa” esencial y en ambos hay un uso diestro de la brevedad y la nitidez. Tanto las versiones del poeta chino Po Chu Yi o los de Vidyápati, como las traducciones de Geoffrey Hill, Janos Pilinszky, Georges Bataille o Fernando Pessoa, nos ofrecen versiones distintas de lo mismo: la composición veloz que no deja de dilatarse en una claridad avasalladora. También muestran estos rasgos muchos de los poemas de la lírica indígena del Norte de México que él nos ofrece. Por otro lado, a este modo de proceder pertenecen las piezas de estructura clásica, como el poema de Voltaire, en cuatro cuartetos, y los sonetos de Shakespeare y Nerval, en donde hallamos, en realidad, otra forma de síntesis. Vale la pena señalar que en el soneto de Shakespeare constatamos la manera rigurosa, pero al mismo tiempo muy libre, de enfrentarse a un texto de otra lengua. La solución del “Soneto LXVI” es notable y muy atrevida. Zaid, sin abandonar el sentido profundo del poema, lo trastoca con un nuevo giro alegórico y, a la vez, prosaico. En este giro aparece una paráfrasis, pero en realidad ha cobrado vida un nuevo poema. El fino y agudo soneto renacentista de Shakespeare resurge, a través de un acendramiento lírico, en una composición simbolista y coloquial. El texto ha dado un salto en el tiempo. Lo sorprendente del trabajo de Zaid es la capacidad para encontrar obras muy interesantes y esencializarlas en nuestra lengua, por medio de su transformación, en otras obras de carácter moderno. Así, pues, en este nuevo volumen, el número 6 de la obra completa de Zaid, volvemos a encontrarnos con esa insólita forma consumada de superar el lugar común, “popular” o “democrático”, y el rebuscamiento, “lingüístico” o “barroco”, gracias a la difícil claridad extrema.

AQ

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