En 1959 el Fondo de Cultura Económica publicó Galería de títeres, de Guadalupe Amor (1918-2000), colección de cuarenta cuentos breves que con su novela Yo soy mi casa (FCE, 1957) son las únicas obras en prosa de la poeta elogiada por Alfonso Reyes y Xavier Villaurrutia, autora de libros como Décimas a Dios y Todos los siglos del mundo.
Galería de títeres, reeditada este año por Lumen con prólogo de Michael K. Schuessler, biógrafo y principal estudioso de la obra de Pita Amor, es un libro que sorprende por su audacia y sus temas, por la absoluta libertad con que la autora habla de la homosexualidad, el deseo femenino, el onanismo, el martirio de la vida doméstica, los sueños derrotados por la pobreza, la vejez, el tedio, la soledad. Pita atestigua y registra los “derrumbamientos espirituales”, como dice ella, de sus personajes.
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El libro nació en medio de la polémica. Para la poeta y crítica costarricense Eunice Odio —citada por Schuessler—, los cuentos de Pita no son sino “chismes de diversos materiales y del peor gusto. (…) Ahí nadie se salva”, mientras que para el veracruzano Juan Vicente Melo, en este libro Amor hace gala de “un lenguaje simple, directo, limpio, y de un definido talento narrativo a pesar de su natural tendencia a la figura retórica…”. Para José Emilio Pacheco, en Galería de títeres: “Los personajes están caídos en una realidad áspera, amarga; sus pequeños dramas recorren los aspectos más desolados de la experiencia humana”.
Pita Amor escribió, hace 67 años, sobre un tema que seguiría siendo tabú durante muchas décadas, el amor entre personas del mismo sexo. En “El casado” el protagonista contrae matrimonio con una chica ingenua para ocultar su relación, “anclada en el placer de la epidermis”, con un amigo, a cuyo lado, dice: “podía yo sentirme un niño y prodigar mis femeninos impulsos”. Pero vive con el miedo de ser descubierto, de que su mundo de embustes se caiga a pedazos. En “La insatisfecha”, una mujer casada con un hombre responsable y bueno, siempre fatigado de tanto trabajar, se siente desesperada por la grisura erótica de su vida. Cuando lo mira dormir, piensa: “Ardo porque mis poros, ajenos a mis deberes, demandan placer e irrespetuosas caricias”. Y más adelante dice: “soy una mujer en quien la madurez implora el beneficio último de la carne”. La narradora de “Mónica Mijares” admite sin tapujos: “Tengo un amante. Lo tengo porque sexualmente lo necesito. Pero ni lo quiero ni lo respeto; es más, fuera de los placeres de la epidermis, me aburre”. Su amante no es atractivo, su conversación la fastidia, su presunción la desespera. Por eso, cuando está con él en la cama, apaga la luz y fantasea: “Me olvido de que es él, imagino que me está queriendo un hombre fuerte y superior, un hombre para quien la sola palabra mujer es ya una religión. Y alcanzo la eternidad”.
En algunos cuentos también hay ternura, entre hermanos pequeños, por ejemplo; pero se imponen el desasosiego, el fracaso, la impostura, el miedo a la vejez. En “Amalia Farías”, una joven mexicana, llega a una isla donde la recibe en su mansión una mujer a la que contempla con sus “enjambres de perlas y esa cárcel de arrugas que formaban su rostro”.
Guadalupe Amor tenía 41 años cuando publicó Galería de títeres, tal vez en algunas de esas historias, como en la de “Celia Llorentes”, adivinaba algo de lo que sería su futuro cuando de su belleza legendaria quedaran solo fotografías, cuadros de grandes pintores y recuerdos de quienes la conocieron. En ese cuento, la protagonista, de cuarenta años, se mira cada día en el espejo, es muy hermosa, “pero el espejo registraba imperceptiblemente el tiempo, el tiempo que Celia Llorentes iba perdiendo delante del cristal”.
AQ