George Wald: trece formas de observar un cuervo

Mis días con los Nobel

El científico estadunidense fue el primer universitario de su familia. Curiosamente, fue gracias a una novela que decidió estudiar medicina, camino que lo llevaría a ganar el Premio Nobel correspondiente a ese campo en 1967.

George Wald en un diálogo con infancias en 1987. (Wikimedia Commons)
Carlos Chimal
Ciudad de México /

Un día gris de invierno Isaac Wald, conocido sastre de la pequeña y, no obstante, señorial ciudad polaca de Cracovia, bajó la cortina de su negocio y emigró a Norteamérica con la promesa de que sus sueños se cumplirían.

Era el cambio de centuria. Atrás quedaba el salvaje siglo XIX y ahora podía acariciarse la esperanza del progreso. En Nueva York Isaac conoció a Ernestine Rosenmann, quien había nacido en Alemania, y cuya familia también estaba dispuesta a correr el riesgo de perseguir el sueño alimentado por el capitalismo norteamericano.

Pronto llegaron a este mundo Louis, Gertrude y, en noviembre de 1906, George David. “Quizás el haber sido el último me volvió sagaz”, me dijo el profesor Wald. “Deseaba con fervor poder practicar un deporte, pues estaba seguro de que destacaría, confiado en la rapidez mental que debes desarrollar cuando compites con mayores que tú”.

Para su mala fortuna el cuerpo no le ayudó. Wald era menudo, de escasa musculatura. Entonces usó sus habilidades mentales en indagar sobre las maravillas de la naturaleza. “Con mi vecino, Freddy Fisher, nos volcamos a reproducir experimentos eléctricos. Recuerde que en esa época la gente estaba loca por este fenómeno físico”.

Los dos niños se las arreglaron para conseguir ejemplares de la revista The Electrical Experimenter; en pocos días tenían en sus manos dos aparatos telefónicos, mediante los cuales se comunicaban entre sí, cada uno desde el patio trasero de sus casas.

Este inicio lleno de aprendizaje útil lo llevó, como a muchos, por el camino de la ingeniería. “Hasta que me di cuenta de que los ingenieros eléctricos se la pasaban detrás de un escritorio casi todo el tiempo”, acotó, “entonces la vida se volvió urgente”.

Tanto, que se graduó a los 15 años. “No vaya a creer que tuve una educación privilegiada, no señor”, aclaró, enfático, “crecí en las escuelas públicas de Brooklyn, esas donde se prepara a la clase trabajadora para ganarse la vida haciendo pequeños negocios, ejerciendo la plomería, la carpintería y la electricidad, usted sabe”.

George Wald descubrió la naturaleza química de los ojos humanos, “cimiento” que nos permite registrar la luz. Asimismo, estableció las bases para comprender el origen químico que nos permite ver en color y su carencia. Por ello obtuvo en 1967 el Premio Nobel de Medicina o Fisiología.

¿Cuál fue su camino a este galardón? A diferencia de otros nobeles, Wald sostuvo desde muy temprana edad una militancia política aguerrida, de manera que varias veces estuvo en riesgo su continuidad como investigador en un ambiente sumamente competitivo y conservador, en ocasiones rayando en el racismo, como sucedió con el ilustre neurofisiólogo mexicano, Arturo Rosenblueth, quien tuvo que dejar Harvard por el ambiente hostil de los supremacistas blancos.

Los padres de George tenían otra idea en mente. Debido a su vehemencia como orador, pues lograba embelesar a quienes lo escuchaban, Isaac y Ernestine creyeron que su pequeño varón era un brillante candidato para estudiar abogacía. “Entonces me inscribí en el Washington Square College de la Universidad de Nueva York”, aseguró Wald, “pero pocos meses después me di cuenta de que el litigio amargo tampoco era lo mío”.

Vale la pena aclarar que nadie en la familia había llegado tan lejos en los estudios. El ambiente universitario era ajeno al joven George David, hijo de la clase trabajadora. “Fue ahí donde descubrí las obras y el pensamiento de Shakespeare, el soberbio arte de Rembrandt, la magnífica música de Bach. Fue toda una revelación para mí”.

El ritmo universitario fascinó a Wald, pero no así la escuela de leyes. Se cambió a medicina, “disciplina mucho más interesante, sin duda, aunque debo reconocer que me encontraba influido de manera notable por una novela que había leído, Arrowsmith, de Sinclair Lewis, en la que un joven oriundo del medioeste norteamericano ingresa en la escuela de medicina, convirtiéndose más tarde en un prominente médico que, inquieto, se interna en el arduo mundo de la investigación médica”.

“Quedé muy impresionado motivado por dicha novela”, siguió diciendo, “así que dos años más tarde me gradué en zoología; pronto encontré un sitio en la Universidad de Columbia asistiendo al eminente fisiólogo Selig Hecht”. Este último se hallaba muy interesado en la manera como las células fotosensibles interactúan con la luz. “Así comencé a estudiar la visión de la mosca de la fruta (Drosophila), tratando de encontrar indicios para entender el mecanismo que posee el ojo humano cuando debe adaptarse a la oscuridad”.

Por increíble que parezca, Wald no pudo doctorarse porque no proporcionó a la biblioteca de la universidad las suficientes copias de su tesis. Sonriendo, Wald me explicó: “Columbia exigía a cada doctorante 75 copias, de manera que luego la biblioteca las intercambiaba con otras instituciones universitarias con objeto de enriquecer sus propios acervos. ¡No tuve dinero para tanta reproducción en una época en la que no existían las fotocopiadoras!”.

A él no le importó, ya se encontraba enfrascado en un asunto más que interesante. Cuando la luz golpea nuestras retinas debe de encontrarse con determinadas moléculas, conjeturó. ¿Cuáles son éstas? “Para responder esta pregunta me fui a Berlín, a trabajar con Otto Warburg, cuya especialidad era el estudio de moléculas activa de interés biológico”.

Warburg acababa de obtener el Premio Nobel en Fisiología o Medicina por haber descubierto la enzima de la respiración y su función en el organismo. “Fue ahí donde hice mi primer hallazgo. Mediante el uso de un artefacto de espectroscopía encontré que la retina contiene vitamina A, también llamada retinol”.

No fue difícil para él suponer que la deficiencia de dicha vitamina estaba estrechamente relacionada con una vista pobre en la oscuridad. No solo eso, “hubo otro descubrimiento que tampoco esperaba, y consistió en hallar una segunda molécula desconocida, pero igualmente clave en nuestro proceso visual”. Esta sustancia la conocemos ahora como retinal.

Wald me aclaró que todo ese conocimiento crucial lo aprendió de las ranas, en particular de la Rana catesbiana, pues en su retina, al igual que la nuestra, coexisten dos tipos de receptores luminosos, bastones para ver en condiciones de poca luz y conos para regular la entrada de luz brillante”.

De regreso en los Estados Unidos, hizo una escala en la Universidad de Chicago. Allí reprodujo los experimentos iniciados en Berlín; a la postre dedujo que todo el proceso visual es parte de un ciclo en el que participan tres sustancias: rodopsina, formada por vitamina A unida a una proteína; retinal; y retinol. El ciclo se dispara cuando los fotones chocan con nuestros ojos.

Como dije antes, Wald estuvo a punto de echar a la borda su carrera brillante como científico por un puñado de piedras arrojadas contra el capitalismo salvaje y sus gobiernos corruptos. Pero contuvo la ira, ganó el Premio Nobel y, entonces sí, se dedicó en cuerpo y alma al activismo político-ambiental. Objetó con vehemencia la guerra de Vietnam, la proliferación nuclear.

Su discurso era tan rabioso y lleno de razones que Richard Nixon lo declaró enemigo de su gobierno. Durante una protesta frente a la Casa Blanca fue arrestado y encarcelado durante una noche.

Se volvió amigo de Albert Einstein y Niels Bohr. Al igual que el primero, tuvo una “regresión mística”, especulando alegremente, como un genuino solipsista, sobre la razón de ser del cosmos a través del yo y el papel de un Creador en todo ello. Como decía mi abuelita, nadie es perfecto.

Wald fue profesor de bioquímica en Harvard por el resto de su vida. “Seguí interesado en el fenómeno de la visión, esta vez en la manera como se genera el color”, afirmó. Sabía que era muy aficionado a la poesía de Wallace Stevens por aquello de:

I

Among twenty snowy mountains,

The only moving thing

Was the eye of the blackbird.

II

I was of three minds,

Like a tree

In which there are three blackbirds.

“Tres moléculas que disparan el acto de observar; tres mentes, que son como un organismo arborescente en perenne fusión con tres cuervos”, aseveró Wald.

III

The blackbird whirled in the autumn winds.

It was a small part of the pantomime.

AQ

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.