La uña que hacía girar todo el universo | Un cuento navideño de María José Ramírez

Ficción

Así fue como Adán selló su destino. “Voy a dejar que el mundo arda”, pensó.

¿Qué sabían ellos de su dolor ellos, que no tenían que soportar los calcetines apretando una uña filosa contra su propia carne? (Generada con DALL E)
María José Ramírez
Ciudad de México /

Adán estaba sentado por fin en la sala de espera del consultorio 25. Llevaba seis semanas con ese dolor punzante. Había intentando atenderse pasada la segunda semana, pese a los reclamos de su hermana:

     —Ni tienes nada, Adán. Deja de hacerle al cuento y ayúdame a conseguir todo lo que necesito para preparar la cena.

Fue a la clínica, pero resultó que un error en su carnet impedía que le dieran cita pronto. Sacó las copias, se apuró con el trámite, pero con la cercanía de las fiestas decembrinas, conseguir cita parecía poco probable.

Antes de que terminara la cuarta semana de su agonía, su tío Lalo lo vio cojeando y se compadeció de él:

     —Ya vete a atender eso a una Farmacia de Similares, ándale —y le extendió un billete de 200 pesos. Pero en la farmacia lo único que le recetaron fue un analgésico, que muy poco ayudó a aliviar su dolor.

En su trabajo era peor, porque ya no podía dar un paso sin que sintiera como la uña del dedo gordo se encajaba más y más. Sus clases las daba sentado, pues prefería sentir las punzadas de la uña encarnada, que soportar el roce constante de su dedo con el interior de los zapatos cuando estaba parado.

     —¿Ya te remojaste el pie en agua caliente? —le decía su hermana con frustración.

     —Le tienes que agregar sal —agregaba el tío Lalo, embargado de sabiduría— para que desinflame.

Pero ¿qué sabían ellos de su dolor?, ellos, que no tenían que soportar el tejido de los calcetines apretando una uña filosa contra su propia carne.

     —Hay un espacio en el consultorio 25, con la doctora Milagros Gutiérrez, pero es el día 24 por la noche —le dijo la chica que atendía la ventanilla 2, ya cumplida la quinta semana.

Adán imaginó todos los planes familiares, la furia de su hermana, todas las guerras ocurriendo allá fuera, todo el dolor que embargaba a la humanidad, toda la presión vivida durante el semestre (sus alumnos no parecían todavía haber superado los estragos de la pandemia), todo lo que él debía enmendar para que las cosas salieran bien (todavía debía ir a comprarle al tendero el bacalao que había prometido); pensó en sus abuelos muertos (ambos de enfermedades terribles, hacía ya mucho tiempo), pensó en la cantidad de gente que, en ese preciso instante, se mojaba bajo la repentina y helada lluvia que caía en la ciudad. Pensó en su reciente divorcio, en todos los hijos que no tuvo con Karina (y qué bueno, porque si no, ya estuviera recorriendo los mercados y centros comerciales con el dedo inflamado, camine y camine en busca de los mejores juguetes). Pensó en que quizás sí, en una de esas y no tenía nada, como decía su hermana: no se estaba muriendo de hambre, no lo tenía secuestrado el narco, ni estaba grave. Y, sin embargo, estaba allí, girando alrededor de una sola uña. El dolor era tal, que él mismo se había considerado de cuerpo completo la encarnación que cubría neciamente el filo de aquella placa córnea, como si no se tratara de la uña misma creciendo hasta encajarse, sino de todo él, Adán, creciendo dolorosamente en un abrazo con ella, como todo el universo.

    —Sí, el 24 con la doctora Milagros está bien.

Así fue como Adán selló su destino. “Voy a dejar que el mundo arda”, pensó.

Llegó puntual al consultorio, bien bañado (hasta traía puesta la ropa que pensaba estrenar en la cena navideña, a la que había sido desinvitado por su hermana, por no conseguir el bacalao).

La doctora Milagros era una señora mayor, seria, con el cabello recogido en una larga coleta de cabellos grises que le colgaban por la espalda.

    —Muy bien, señor Adán —dijo después de examinarlo— Voy a cortar la espícula, que es este cachito que le está dando lata, y luego le pongo una férula con este tubito de acá, para que la uña vuelva a crecer por encima. Ya tiene varias semanas así, ¿verdad? Lo bueno es que no está infectado. Igual le pongo algún antiséptico, y listo.

En menos de 15 minutos Adán estaba como nuevo. Le dio las gracias a la doctora Milagros Gutiérrez y dio su primer paso con su nuevo pie afuera del consultorio. Lo embargaba tal dicha que se distrajo y se estrelló de frente con una persona que aguardaba al otro lado de la puerta del consultorio 25. Entonces sintió que su recién estrenado dedo gordo golpeaba con los zapatos de suela gruesa de una mujer (más o menos de su edad). Y aunque le dolió, un rostro sonriente de labios rojo nochebuena lo interrupió:

     —¡Ay, perdón, pensé que mi mamá estaba sola!

     —¡Ay, Eva, cuidado! No ves que acabo de curar a mi paciente —dijo la doctora Milagros orgullosa.

“No, no se preocupe”, hubiera dicho Adán, de no ser porque el choque de su dedo convaleciente y gordo parecía sujeto a aquella sonrisa color nochebuena que ahora lo hacía girar, perplejo: el universo suspendido gracias a un nuevo y milagroso dolor.

En corto

María José Ramírez

Escritora y dibujante. Autora de la novela 'Genética de los monos'.

AQ

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.