La casa del ser

Libros | Reseña

'La habitación higiénica', de Mercedes Luna Fuentes, encubre una reivindicación del derecho a un cuarto propio esgrimido por Virginia Woolf, pero, también, un reconocimiento y una celebración de la soledad del poeta, la poeta.

Portada de 'La habitación higiénica', de Mercedes Luna Fuentes. (Mantis Editores/ Secretaría de Cultura de Coahuila/ Instituto Sinaloense de Cultura)
Jorge Ortega
Ciudad de México /

La habitación higiénica (Mantis Editores/ Secretaría de Cultura de Coahuila/ Instituto Sinaloense de Cultura), de Mercedes Luna Fuentes (Monclova, 1969), aspira a habilitar, para decirlo con Heidegger, la casa del ser. Una casa, o sea, el lugar de residencia, y por lo tanto, una extensión heterogénea animada a expensas del lenguaje —como lo supuso el filósofo alemán— e integrada ciertamente, en términos figurativos, de un pórtico, un zaguán, un patio, un jardín y, desde luego, pasillos que conducen a distintas recámaras. Y, junto a ese hortus conclusus, ese huerto cerrado de la intimidad, Mercedes Luna coloca la plaza abierta más personal: el barrio, la calle aunada a los vecinos.

Por gracia de la sinécdoque, La habitación higiénica honra el tópico de la casa como la instancia más adecuada para hacer concurrir lo íntimo con lo público, lo particular con lo colectivo, desdoblando el ámbito doméstico en una cifrada saga familiar y en metáfora de un periplo ontológico y existencial que entraña un ejercicio de autoafirmación de la más rabiosa individualidad, la de un libre albedrío urgido por la sensibilidad y la escritura.

Por ello, La habitación higiénica encubre una reivindicación del derecho a un cuarto propio esgrimido por Virginia Woolf, pero, también, un reconocimiento y una celebración de la soledad del poeta, la poeta, en el trance de su oficio, asediado por las demandas de la vida cotidiana y la tentación de otro destino. Después de todo, la poesía es el arte de fijar los vértigos que oscilan del sujeto cívico al yo poético, de la ciudadana a la autora. De ahí que, entre poema y poema, Luna Fuentes comparta en su libro retazos de historias, relatos no explícitos sino apenas sugeridos y donde se debaten los apuros y las angustias de los diferentes papeles que estamos llamados a jugar frente a nosotros mismos y la sociedad de nuestro tiempo con su cauda de penalidades. No obstante, La habitación higiénica va más allá del yo y su circunstancia para fundar, siguiendo a Bachelard, una poética del espacio.

Así, no es casual que el argumento de la espacialidad que decanta Mercedes Luna Fuentes transita de la casa a la acera, de la acera a los hospitales, de los hospitales a la ponderación del estatus de la patria. Partiendo de un tratamiento aparentemente literal de los signos de identidad de la autora, La habitación higiénica propone a la par un variado simbolismo de enigmática contención lírica en torno la noción de la morada, la domus, relativizada con la concurrencia de preocupaciones filosóficas o metaliterarias que contribuyen a desmitificar la hegemonía de lo biográfico de cara a lo inventivo, anulando cualquier tipo de especulación sobre el carácter estrictamente confesional de la poesía. El título ironiza al respecto: La habitación higiénica, una alusión del acto poético o compositivo dispuesto de modo paradójico al mundo y al fuero interno, lo práctico y lo hipotético, lo experiencial y lo abstracto. Mercedes Luna Fuentes confirma pues, a su manera, la indómita naturaleza fronteriza del poema, siempre contingente, a caballo entre un afuera y un adentro.

Por lo demás, con una narrativa elíptica y el destierro de la puntuación, igual que eludir, en la gran mayoría de los casos, nombrar cada poema, La habitación higiénica presenta el continuo fluir de un discurso unitario pautado sutilmente de cinco apartados —Cimientos, La habitación higiénica, La belleza de la madre, Dormitorios, Habitaciones en guerra— que dan cuenta de las mutaciones de la dimensión física y emocional, psíquica e intelectual que experimenta un dominio poético, territorio que se configura y reconfigura al calor de las pulsiones humanas. Con este libro privativo y comunal, intrigante y descubierto, Mercedes Luna Fuentes expone desde la distancia de una mirada pensante y exploratoria las esperables contradicciones del homo urbanus, que son al cabo las del oficio creador, una vocación sin horarios atrapada entre la torre de marfil y los apremios de una rutina, ese telar en que se trama la crónica global de la existencia.

AQ

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