Mientras escucho la voz privilegiada de la soprano Rosa María Diez y los sonidos que emanan con sutileza del piano que toca Enrique Bárcena, me pregunto si seguirán casados y viviendo juntos porque, musicalmente, se entienden de maravilla. El beso que se dan al término del concierto, en el auditorio de la Biblioteca Vasconcelos, me quita esa duda.
La historia de amor se empezó a gestar varios años antes de que se conocieran. A Rosa María le gustaba cantar desde niña y hasta obtuvo cien pesos de premio cuando ganó el concurso de televisión Estrellas infantiles Toficos. Además, tenía un abuelo al que le encantaba la zarzuela y solía llevarla a los espectáculos de Plácido Domingo padre, Pepita Embil y Placidín. Ahí se enteró de los alcances de la voz humana.
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Aunque no de manera profesional, los papás de Enrique Bárcena tocaban el piano y él se enamoró del instrumento a temprana edad. Desde los 13 años no le importó tener que viajar en camión para tomar clases, y al cumplir 15 ingresó al Conservatorio Nacional de Música.
No vayan a creer que Rosa María Diez ingresó al Conservatorio para estudiar canto. No. Ella estudió piano y ya estando en esa institución le atrajo la idea de ser parte del coro, pero sin abandonar su carrera en los teclados.
A los 18 años, como parte del coro del Conservatorio, Rosa María y sus compañeros de trinos ensayaban el Réquiem de Mozart para presentarse en el Palacio de Bellas Artes. Quien era la soprano solista se retiró del proyecto unos cuantos días antes de la función y Rosa María entró al quite; así fue como debutó estelarmente en ese magno recinto. Y, sí, también se graduó como cantante.
Enrique Bárcena fue muy aplicado y en 1979 ganó el primer lugar del concurso de piano de la Sala Chopin, que lo hizo acreedor a una beca para estudiar en Viena.
Rosa María quería estudiar en la academia Juilliard de Nueva York, pero empezó a recibir cartas desde Austria y desvió su interés hacia Viena, donde no sólo realizó estudios de perfeccionamiento de Lied y Oratorio sino que además se casó allá por lo civil con el hombre que escribía las misivas.
Ella formó parte de la Compañía Nacional de Ópera en 1990 y 1991, y desde 1992 es integrante de los Solistas de la Coordinación Nacional de Música y Ópera del INBAL. Tanto ella como su marido son maestros en el Conservatorio Nacional desde hace tres décadas.
Ella dice que el recuerdo más entrañable como intérprete de ópera fue su participación en La traviata, de Verdi. Por otra parte, las cantantes que más la han impresionado en vivo son Montserrat Caballé en ópera y Victoria de los Ángeles en concierto.
Enrique Bárcena no puede olvidar “la habilidad técnica, pero sobre todo la profundidad” del pianista chileno Claudio Arrau, a quien escuchó en vivo tanto en Viena como en México. Dice que la principal virtud de un alumno es el compromiso, y la de un maestro es la capacidad para comprender qué tipo de enseñanza requiere cada uno de sus pupilos. Con buen humor, ella afirma que la principal virtud de un maestro es la paciencia; y en el alumno la constancia, “porque te topas con muchachos muy talentosos pero que no tienen disciplina y se desaparecen del mapa”.
Si se pudieran llevar un piano a una isla desierta para interpretar música de un solo compositor, Enrique elegiría a Chopin y Rosa María a Bach. Y si se tratara únicamente de escuchar, ella optaría por Puccini y él por Bach.
Enrique y Rosa María se han presentado juntos en muchas ciudades de México, en Viena, La Habana y Nueva Orleans. Nunca han subido enojados a un escenario. Enrique considera un privilegio hacer mancuerna con su esposa “porque tenemos conceptos afines; cuando ensayamos una pieza por primera vez, las cosas fluyen”. Ella dice que trabaja con gusto y agradecimiento con otros pianistas, pero con quien se siente mejor es con su marido.
Les pido que me cuenten alguna anécdota que les venga a la mente acerca de sus presentaciones en la provincia mexicana, ya sea que hayan trabajado juntos o por separado. Enrique rememora: “Un día tocamos en una iglesia de Comitán, Chiapas, y cuando llegó la hora del concierto no había nadie en las bancas. El cura nos dijo: ‘No se preocupen, ahorita empiezan a llegar’. Iniciamos como con 20 personas adentro y con el sonido del altavoz afuera. En efecto, la gente llegó poco a poco y la iglesia se llenó”.
Rosa María: “Como solista de la Orquesta Sinfónica del Estado de México, una vez nos presentamos en una iglesia de Otumba, por las pirámides de Teotihuacán. Recuerdo que estaba cantando las Bachianas brasileiras, de Villa-Lobos, y en eso entró un perro. Sin dejar de verme, caminó despacio por el pasillo central y finalmente se echó a mi lado muy tranquilo. La verdad, sí me puse un poco nerviosa porque no sabía cómo iba a terminar eso”.
Bárcena comenta que tienen un hijo y una hija que estudiaron piano y alcanzaron un buen nivel de ejecución, pero finalmente se convirtieron en exitosos ingenieros: “Tal vez nos vieron batallar mucho para sacarlos adelante y prefirieron algo menos estresante”.
Tanto Rosa María como Enrique tienen muy gratos recuerdos de su estancia en Austria, no sólo por el alto nivel educativo de la Escuela Superior de Música y Arte Dramático de Viena sino también por la vida cultural en esa ciudad, “que entonces era la Meca de la música. Podías ver a los mejores cantantes, a los mejores pianistas, las mejores orquestas y las mejores óperas con grandiosas producciones”.
Recuerdan con especial agradecimiento a maestros en México como Armando Montiel Olvera (“mi padre musical”, dice Rosa María), Luz María Puente (madre de Jorge Federico Osorio) y María Teresa Castrillón, entre otros; en Viena, Erik Werba.
Amablemente me obsequian tres álbumes en CD de sello independiente: Estrellita (2007), con canciones de Manuel M. Ponce, Tata Nacho, Blas Galindo, María Grever y otros compositores mexicanos. Canto de otoño. Música rusa (2014), con piezas de Tchaikovsky, Scriabin y Rajmáninov. Minnelied. Canción de amor (2014), con composiciones de Johannes Brahms.
Les pregunto por gustos musicales culposos; ellos le quitan lo culposo al asunto antes de decir que el jazz (Enrique) y las comedias musicales y don Chava Flores (Rosa María).
El mero día que los entrevisté cumplieron 41 años de casados, pero parecían novios que hablaban uno del otro con amor, admiración y respeto. No estaría mal que escribieran un libro para que compartan la receta.
AQ