“Papá acaba de matar a mamá”, le dice Léa a su hermano por teléfono. Ella tenía trece años y él diecinueve. Ella vivía con sus padres en un pueblo del suroeste de Francia, él estudiaba danza en París. Las palabras brotaron después de un largo silencio. Era la única testigo de la tragedia que desbarató atrozmente la vida de su familia, y su hermano el primero en saberlo.
“No estábamos hecho para una calamidad de esta naturaleza, de esta magnitud”, escribe el narrador de Esto no es una noticia (Seix Barral, 2024), la nueva novela de Philippe Besson. “Nadie lo está. Por supuesto que no”, continúa y concluye: “Pero nos pasó a nosotros”.
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Es el hermano quien cuenta la historia, el que muestra el largo camino hasta el sangriento desenlace, las evidencias que nadie quiso ver: el machismo, los celos, la egolatría de un padre para el que su esposa era un objeto de su propiedad; ella, una muchacha alegre, desenvuelta, siempre bien vestida cuando se casaron, se fue apagando poco a poco —“como una vela”—, perdió el brillo y el gusto por la ropa y el arreglo personal, refugiándose en sus hijos, tratando de protegerlos de la ira irremediable del padre, de ocultarles su sufrimiento. Primero padeció las burlas, los gritos, los insultos de su marido, luego los golpes al menor pretexto. De inmediato, él se disculpaba: “No había sido a propósito, no sabía qué le había pasado; fue culpa de ella por llevarlo al límite”, dice irónico el narrador. Al final, ella lo perdonaba.
Una ocasión, harta de los golpes, fue a denunciarlo a la estación de policía, nadie le hizo caso; un desganado subteniente levantó un reporte y lo archivó de inmediato, “hay cosas que se nos pasan”, les dice a los hermanos el responsable de investigar el asesinato para justificar el descuido de su subalterno, y el muchacho pregunta: “¿Entonces una mujer maltratada es menos importante que un perro perdido o un auto chocado?” Nadie le responde.
Basada en hechos reales, Esto no es una noticia nos presenta un mundo de horror. Después de una breve separación, ante el constante maltrato, la esposa se prepara para irse con Léa, para abandonar el infierno en el que se ha convertido su casa; durante un altercado, se lo dice al marido, él responde con furia irracional y la acuchilla múltiples ocasiones: en el pecho, en el abdomen, en los brazos, en el cuello. Léa estaba en casa y mira a su madre tendida en el piso de la cocina y a su padre escapar, “como un cobarde”, escribe el hijo.
El feminicidio y sus consecuencias, la destrucción de la familia, la carrera truncada del hijo como bailarín, el desplome psicológico de Léa, la amorosa compañía del abuelo materno, la desesperante burocracia policiaca, la ceguera de la sociedad que solo mira las apariencias, porque ante los demás el padre era encantador y tenía una hermosa sonrisa. El hijo reflexiona amargamente: “Hasta los monstruos tienen derecho a sonreír así”.
AQ