“El horror nos permite aceptar que el mundo no tiene pies ni cabeza”: Enrique Urbina

Entrevista

A propósito de la publicación de Nadie encontrará mis huesos, el narrador mexicano hace un recuento canon personal y habla de su afición al género.

Enrique Urbina, autor de 'Nadie encontrará mis huesos'. (Cortesía)
Ángel Soto
Ciudad de México /

En “Sonidos que se olvidan al escucharse”, uno de los cuentos incluidos en el más reciente libro de Enrique Urbina, se asoma una criatura quimérica. “Es una mujer. O casi. Del torso hacia arriba lo es. Hacia abajo, es una maraña de aletas”. No es coincidencia que esta descripción evoque a una integrante formidable del panteón mexica: la Tlanchana, mujer-serpiente venerada por los antiguos habitantes de Metepec. En este pueblo mexiquense, donde todavía hoy una gran Tlanchana de barro custodia la céntrica Plaza Juárez, transcurrieron la infancia y buena parte de la adolescencia de Urbina (1993).

Sito de contrastes, Metepec aloja un cerro cuya cima sirvió de cementerio a matlatzicas y mexicas durante el Posclásico tardío. Medio siglo más tarde, la misma región se convirtió en epicentro del morbo cuando, a mediados de los 90, corrió el rumor de un supuesto avistamiento extraterrestre que atrajo incluso al ufólogo más popular de México. Por eso no sorprende que cada uno de los cuentos de Nadie encontrará mis huesos (Paraíso perdido, 2020) esté repleto de elementos insólitos y entornos enrarecidos. “Al ser un pueblo-ciudad, Metepec me situó en un lugar extraño para contar, porque en mis cuentos intento situarme en un lugar en el que no se sabe bien dónde estás, pero que podrías reconocer”, dice el autor.

A esa ambigüedad deliberada se adhiere una geografía célebre por sus numerosas representaciones en los cuentos de hadas. “El tránsito entre la Ciudad y el Estado de México ha influido mucho en mis textos, porque el paso de La Marquesa es un bosque denso, frío, lleno de neblina, pero que al mismo tiempo parece invitarte a entrar en él”.

En esta charla, Enrique Urbina habla de su afición al horror, de las tensiones del ser humano con su entorno y de su propio canon literario.

—¿Fuiste un niño aficionado al horror?

De niño, no. Cuando hablábamos de horror con amigos, me daba mucho miedo y no quería meterme para nada. Pero esa aversión al final se convirtió en lo contrario. Lo he transformado en una exploración de la sensación del miedo.

—Como en todos los géneros de gran tradición, en el horror hay una serie de convenciones que se rompen o se mantienen, ¿tú en qué lugar te sitúas?

En este libro hay muchas convenciones, como el cuento de hadas que si bien no es cuento de horror, sí tiene elementos del género. El horror es un género muy popular, pero también muy gastado. Si uno va a proponer algo tiene que atacar esas convenciones, porque si no la gente se va a aburrir de leer siempre lo mismo.

—En tus cuentos hay un elemento humorístico, ciertos hechos que llegan a parecer caricaturescos...

Sí, totalmente. La lógica de la caricatura está ahí. No es el pastelazo, pero sí se resalta lo absurdo de la situación. Hay un humor en el exceso, en lo grotesco.

—También hay momentos de violencia e imágenes crudelísimas

Eso viene de los cuentos de hadas. A mí me encantan porque son cuentos muy crueles y se narran casi como si fueran literatura noir donde el narrador no toma postura. A mí me interesaba mucho explorar esas situaciones extremas y sus efectos dentro de los mundos narrados.

—En esos mundos abundan las fuerzas de la naturaleza en constante fricción

Sí, la naturaleza quizá como otro personaje o como el escenario donde suceden estos cuentos. Uno de los temas centrales de este libro es la exploración de esa tensión entre el hombre y su naturaleza. Pensamos que es una otredad, pero en realidad somos parte de ella.

—Coincidentemente, este libro se publicó en un contexto en el que nos hemos hecho conscientes de nuestra fragilidad ante la naturaleza.

Claro, el mundo se está rebelando, y ahora hasta nos inventamos palabras para nombrar la angustia por el fin del mundo a causa del cambio climático: la solastalgia. Son temas que tengo muy presentes.

—¿Cuál es la genealogía de Nadie encontrará mis huesos?

Ya hablamos de los cuentos de hadas, pero también varios de los precursores de Lovecraft: Arthur Machen con cuentos como “El pueblo Blanco”, William Hodgson, que tiene una novela llamada La casa en el confín del mundo. En cuanto a estructura y modos de narrar, Silvina Ocampo está muy presente en este libro, y Jeff VanderMeer, que escribió esta novela Aniquilación. Su tratamiento de la naturaleza me cautiva mucho. Él es alguien que tengo muy presente.

—Hace un tiempo escribiste en la revista Penumbria sobre un podcast, y aprovechaste la oportunidad para comentar sobre el horror. Dijiste: “El horror nos tranquiliza”. Cuéntame sobre esta paradoja.

Creo que todo género es un medio para enfrentar la realidad, es como un espejo cóncavo que la distorsiona. A veces la realidad es tan caótica que instintivamente nos anestesiamos de ella, nos alejamos o la revestimos como castillos en el aire para tranquilizarnos. El horror nos dice que la realidad es un caos, que es ilógica esencialmente, pero la ordena en una historia. Leer horror es una revelación sobre la realidad, y eso, a largo plazo, tranquiliza porque nos permite aceptar que el mundo no tiene pies ni cabeza.

ÁSS

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