La vida es una narración que desarrollamos cada día en el territorio de la memoria. “Gracias a los recuerdos”, sostiene el catedrático de psicología José María Ruíz Vargas, “somos lo que somos, sabemos quiénes somos y los días adquieren el sentido de la continuidad”. Lo que hace la memoria, explica, “es detener el tiempo y dar paso a lo que realmente acaba alumbrando a un individuo con una identidad y una biografía”. Ian Gibson (Dublín, 1939) lleva más de medio siglo realizando esa tarea. Llegó a España en 1956, dispuesto a desentrañar la vida (y el asesinato) de Federico García Lorca, y luego hizo lo mismo con personajes como Salvador Dalí, Antonio Machado y Luis Buñuel.
El reconocido hispanista, guardián de la memoria reciente de España, acaba de publicar su autobiografía, Un carmen en Granada (Tusquets). “El título del libro no es el que pensé. Yo había puesto uno muy académico. Algo así como Memorias de un hispanista o Memorias de Dublín a Granada. Pero en la editorial vieron que el año que pasé en aquel carmen granadino (una casa con un jardín interior oculto a los ojos de los demás) fue fantástico y sugirieron que le pusiéramos así. Bueno, pues me pareció bien. Porque un carmen es una pequeña Alhambra, un sitio genial para el amor y terrible para la soledad. Y como Lorca decía que en Granada hay que vivir en un carmen y no en una casa cualquiera, pues… muy bien. Y así se quedó”, especifica.
Se trata de una obra de colmillos largos y tono íntimo, a veces emotiva y reflexiva, siempre apasionada, en la que describe sin tapujos la vida de su familia dublinesa de clase media, metodista pero rodeada de un océano católico, con dificultades afectivas y demonios que determinaron su infancia y juventud: celos, desavenencias entre una madre amargada y un padre acomplejado, desconfianza generalizada y una constante represión religiosa. No se ha olvidado de incluir en estas páginas, sin embargo, a sus amigos y maestros, sus iniciales aventuras eróticas y su afición por la naturaleza y los pájaros. Para hablar de sus memorias, el investigador y escritor recibió a Laberinto una mañana apacible en el multicultural barrio de Lavapiés, donde vive desde hace más de tres décadas.
“Nunca he estado en México, me da mucha pena”, se excusa. “Es que toda mi vida ha sido ir en pos de mi trabajo y solo he ido a los lugares donde estuvieron mis biografiados. Pero, además de la vida de Buñuel en México, me fascina pensar cómo habrían sido los últimos días de Lorca ahí. Lorca fue a Granada a despedirse de su familia porque se iba ir a Nueva York y luego a México para dar una conferencia sobre Quevedo y, de paso, visitar a su amiga Margarita Xirgu. Bueno, en eso Franco da el golpe de Estado y empieza la guerra y a Lorca lo fusilan. Pero yo he visto la prensa mexicana de la época y anuncian con mucho entusiasmo ‘la próxima llegada del gran poeta García Lorca’. ¡Qué maravilla! Mira: si la guerra civil hubiera tardado un poco más en estallar, lo más probable es que Lorca se hubiera quedado en México y él habría sido muy feliz ahí, sin lugar a dudas”, dice después de darle un sorbo a un vaso lleno de cerveza fría y de acomodarse sus lentes.
—¿Qué importancia tiene la memoria para el ser humano?
Toda. Somos memoria. ¿Qué sería de nosotros sin memoria? Es algo que, por fortuna, tenemos de manera permanente. Yo creo que es fundamental. Quizá porque yo vivo obsesionado por la memoria, y por corroborarla también. Ahora, en este libro, he recurrido a la memoria pura y dura. Traté de reconstruir los años de mi infancia porque, ya sabes, el niño es el padre del hombre. Lo que pasa es que no puedo publicarlo en inglés porque todavía vive gente que menciono ahí y… tal vez se sienta ofendida. Mejor solo en español.
—¿En qué consistió exactamente el ejercicio de memoria que realizó para escribir este libro?
Pues… yo creo que estaba destinado a escribir este libro. Cuando llegó la pandemia y nos confinaron, me puse a organizar los temas y episodios fundamentales. Me sentí muy encerrado y dije: pues ya que no puedo salir a investigar la vida de otros, me voy a dedicar a escribir sobre mí.
—¿Qué fue lo más duro de recordar?
Casi todo fue muy difícil, muy penoso… Pero sabía que, al final, todo sería una liberación, una catarsis. Aunque… la verdad es que tengo la sensación de haber traicionado a mis padres, un matrimonio muy infeliz, tan infeliz como mi infancia. Yo estaba enamorado de mi niñera y cuando se fue sentí que se llevaba mi infancia con ella. Y me sigue doliendo eso, eh. Bueno, eso y otras muchas cosas. Pero como escribí para publicar, pues también metí un poco de amenidad, esos fogonazos de luz y de humor que a veces te da la vida, sobre todo para no hundirme en la autoconmiseración, Pero…creo que esto último no lo he logrado.
—Cuando usted evoca el “abandono” de su niñera, suena de fondo un bolero mexicano.
Sí. “Esta tarde vi llover”, de Armando Manzanero: “esta tarde vi llover, / vi gente correr, / ¡y no estabas tú!” ¡Y no estabas tú!, es para morirse. Hay una interpretación genial que hacen Tony Bennett y Alejandro Sanz que… ¡me sacude completamente! Búscala en YouTube y verás. Bueno, como ves, soy un sentimental, jajajaja.
—En Funes el memorioso, Borges trata a la memoria como una especie de maldición. ¿A veces es bueno olvidar?
Claro. Porque si recordáramos todo, absolutamente todo, tal vez nuestra vida sería inviable, ¿no? Recordar todo, en mi caso, sería espantoso. Pero es mejor recordar que olvidar. Siempre y a pesar de todo.
—En estas páginas usted cuenta mucho, pero no sé si todo. ¿Qué se ha guardado?
Algunas cosas. Porque, como te he dicho antes, hay gente que menciono aquí y vive todavía. También… no he contado algunas infidelidades, porque puede ser un tema difícil para mi esposa, con la que llevo 60 años. Pero lo importante es que no he mentido. Me he guardado dos o tres cosas, pero no he mentido. Irlanda era horrible en los años 50, por el peso de la religión y del contexto político, social y cultural. En los 60 las cosas empezaron a cambiar, pero durante mi infancia y adolescencia… ¡uf!
—Recordar es editar, ¿no? Y García Márquez, además, decía que “la vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla”.
La memoria edita. Y tergiversa. Por eso, como biógrafo, siempre tengo la obsesión por comprobar las cosas. Pero… en este libro no me ha quedado más remedio que fiarme de mi memoria. En algún caso sí verifiqué datos y les pregunté cosas a mis parientes. Como yo llegué a odiar a mi madre… no quería ser injusto y dije: a ver si esto realmente no fue así, mejor voy a preguntar. Bueno, también consulté mis álbumes de fotos, algunas cartas.
—¿No tuvo la tentación de autocensurarse? Usted cuenta aquí cosas que no cualquiera hace públicas.
No, no. Yo decidí decir la verdad, por más desagradable que fuera. Incluido mi lado oscuro, vengativo, agresivo. La gente que odié y la gente que me hizo daño están ahí. Mi cobardía también está. No lo oculto. Mira: ya casi toda mi familia ha muerto, mis hermanas no entienden español y ya solo vive un primo, hijo de un tío mío, militar, un tipo al que odié. Ahora me han dicho que si quería ir a presentar el libro al Instituto Cervantes de Dublín. Mira: no, no quiero. Esto lo he escrito para mis lectores hispanos, para que vean de dónde viene este hispanista, este biógrafo de Lorca. Nada más.
—Antes de descubrir a Lorca se topó con Rubén Darío.
Sí. Azul fue lo primero que leí en español. Pero luego ocurrió el milagro de mi vida: yo pensaba irme a Francia, ya hablaba francés, pero… descubrí el Romancero gitano y desde entonces no puedo vivir sin Lorca.
—Ahora Lorca es como uno más de su familia.
Totalmente. Y mis detractores me llaman “la viuda de Lorca”, jajajaja. Pero Lorca no es uno más de mi familia, como dices. ¡Es el principal!
—Bueno, que no lo escuchen su esposa y sus hijos…
Ellos lo saben y lo comprenden. Lorca, y toda la temática de su obra, es esencial en mi vida. Gracias a él, entre otras muchas cosas, comprendí a mi hermano Alan. La familia de Lorca es como la mía: no querían admitir que uno del clan fuera homosexual. Yo había querido quitar de en medio a mi hermano porque no me gustaba que él fuera el preferido y yo un segundón. Pero luego empezamos a llevarnos bien y empecé a comprenderlo. Él era bipolar, era gay, era sadomasoquista… Murió en un manicomio y fue espantoso. Para mis padres, ¡imagínate!, una tragedia. Pero, bueno, ellos no tenían la culpa de ser unos puritanos. ¡Era esa maldita religión metodista! Y, bueno, yo creo que mi padre era un gay reprimido. Había algo en él que… no sé. Y toda la familia era como la de Lorca: no querían escuchar la palabra homosexual.
—¿Nunca se van a encontrar los restos mortales de Lorca?
Lo que pasa es que han buscado muy mal. En el 2009 hicieron una búsqueda que no tomó en cuenta la información que yo tenía, ni siquiera me consultaron. Cuando hicieron el parque que le dedicaron a Lorca, los obreros encontraron huesos junto a un olivo y no lo informaron de manera oficial y los enterraron por ahí cerca. Veinte años después lo contaron. Claro, eso era un delito que ya había prescrito. El jefe de la obra lo contó en 2008 en una entrevista en un periódico local. Bueno, pues en 2009 empezaron la búsqueda y ¡resulta que nadie le preguntó dónde pusieron exactamente esos huesos! ¡Nadie! ¡Es una vergüenza! No sé, yo creo que los restos de Lorca están debajo de una fuente fea que pusieron en ese parque.
—¿Por qué la familia de Lorca no se ha empeñado en que localicen los restos del poeta?
Porque ellos dicen: “Federico fue un fusilado más, no queremos que se le dé un trato especial”, Pues, señores: Federico es el poeta más universal de este país. ¡Hay que encontrarlo! Yo los he conocido a todos y, al principio, me trataron muy bien. Pero cuando publiqué mi biografía, y conté sobre la homosexualidad de Lorca y sus amantes, es decir, conté la vida de Lorca tal y como fue, ellos se indignaron porque tienen una homofobia tremenda. Yo hice lo que mejor consideré: poner la homosexualidad de Lorca en el centro de su retrato. Le di la importancia que se merecía, nada más. Pero a ellos eso no les gustó y rompieron todos los puentes conmigo y dejamos de tener relación.
—En este país el presidente Zapatero implementó la Ley de la Memoria Histórica y el presidente Sánchez la Ley de la Memoria Democrática. ¿Es necesario reglamentar la memoria?
Sí. Era algo que España necesitaba porque había más de cien mil fusilados perdidos por ahí, en las cunetas. Es el único país de Europa en el que ocurre eso. Pero la derecha, que es neofranquista, dice que no hay que reabrir heridas. ¡Claro que sí! ¿No dicen que son buenos cristianos? ¿Es de buen cristiano que haya gente desaparecida y sin sepultura? ¡Hipócritas! ¡Qué rabia con esta gente! Mira: la ley de Zapatero tenía sus fallos, pero fue un buen inicio. Con la nueva ley, siguen las exhumaciones y poco a poco avanzamos. Es algo que ayuda a la reconciliación. Este es un gran país, pero podría ser más agradable si resolviera temas históricos como ese. El Partido Popular, y por supuesto Vox, tendrían que tener un cambio de actitud. Pero son gente que…
—Su biografía sobre Luis Buñuel solo aborda sus primeros años de la vida del cineasta. ¿Ha seguido investigando y publicará su continuación?
No. Ya no hubo dinero. El gobierno de Aragón, tierra natal de Buñuel, me prometió una subvención pero al final se arrepintieron. Me habría encantado ir unos años a México, ¿sabes? Yo hablé en el Festival de Cine de Málaga con Silvia Pinal, le hice una entrevista fantástica, y ahí la tengo y tengo más materiales, pero no he podido hacer nada. Además, necesitaría unos cinco años de investigación, y… ya no. El libro que publiqué es la base, espero que alguien más la continúe. Espero que alguien tenga el tiempo y el dinero necesarios para continuar con la tarea.
—Entonces, ¿qué proyecto tiene ahora entre manos?
Un libro sobre mi paisano James Joyce destinado a mis lectores españoles. Porque todos me dicen lo mismo: “por más que he intentado leer el Ulises, no puedo”. Oye, claro que se puede. Además, en el Ulises hay mucha presencia de España a través de Gibraltar, donde nace Molly Bloom, que habla español, claro. Haré un libro sin erudición, para convencer a los españoles de que hagan el esfuerzo de leer el Ulises. Yo lo he hecho siete veces.
—¿Y ya no seguirá haciendo biografías?
No. Mi obra ya está hecha. Ya tengo 84 años, no sé cuánto tiempo me queda, mi esposa tiene cáncer, debo atenderla, no sé por cuánto tiempo… O sea: tengo un futuro incierto. Pero lo que sí puedo hacer es un libro sobre Joyce y el Ulises, es algo que siento que se me está imponiendo.
AQ