Ida Vitale y su paso por México

PRemio Cervantes

La obra de la poeta uruguaya es dueña de una engañosa facilidad. Bajo esa apariencia, yace un mundo escindido.

La poeta Ida Vitale también recibirá el premio FIL en guadalajara. (AFP)
Víctor Manuel Mendiola
Ciudad de México /

Muchos de quienes ahora comenzamos a mirar el pasado como algo que se aproxima sin cesar no podemos olvidar los años setenta y ochenta del pasado siglo, cuando tantos intelectuales y escritores latinoamericanos vinieron a la Ciudad de México y transformaron una vez más el fuerte perfil de nuestra cultura, siempre ensimismada y, a la vez, profundamente abierta. Entre esa plétora destacan los uruguayos Ida Vitale y Enrique Fierro

Desde que llegaron participaron en los suplementos y las revistas más importantes de nuestro país. Además de formar parte de Vuelta, ayudaron a fundar el periódico unomásuno y colaboraron de modo asiduo en Sábado. Su presencia cobró entre nosotros —mediante la publicación de sus poemas, prosas y traducciones— una frecuencia refrescante. Yo los conocí primero por sus entregas al suplemento La letra y la imagen de El Universal, dirigido por Eduardo Lizalde y José de la Colina, y después a través del autor del hermoso largo poema cernudiano de apertura sexual Origami para un día de lluvia, Manuel Ulacia. 

En honor a la visita de Emir Rodríguez Monegal, crítico —también uruguayo— y escritor de magníficas biografías intelectuales, Ulacia y Horacio Costa organizaron una cena en su casa de Francisco Sosa. Invitaron junto con Marie-José y Octavio Paz, Ulalume González de León —poeta mexicana asimismo de origen uruguayo— y Teodoro González de León así como varios amigos más, al matrimonio Vitale-Fierro. Recuerdo que la conversación tocó en algún momento a Juan Ramón Jiménez y a la revista que el propio Rodríguez Monegal había creado en París muchos años antes, Mundo Nuevo

Vitale donó un manuscrito del español José Bergamín, quien en el exilio fue su maestro.EFE

En esa reunión, donde yo traté por primera vez a Ida y Enrique, me sentí a gusto con la bella figura contradictoria que ambos formaban. Ella, en su estatura regular, era alargada, afilada y se expresaba con una precisión cortante y respuestas rápidas, pero siempre suave y con una voz mesurada; y él, amplio, expansivo, casi avasallante, ojos y carcajada rotundos y fáusticos, pero —como su compañera— muy cordial. Cuando pasó el tiempo y pude leer muchos de los libros reunidos de Ida, me percaté de que aquella noche en Coyoacán la conversación sobre Jiménez y algunos de los escritores de la “generación del 45” de Montevideo, me había abierto las puertas para apreciar sus diáfanas composiciones tan concisas en las que a veces un título o un verso son ya un poema completo.

La poesía de Ida Vitale es muy fácil y, a la vez, muy difícil de leer. Es muy fácil porque su brevedad, su claridad, su carencia casi absoluta de excesos verbales la hace, por lo menos en apariencia, muy accesible. Si el lector va con prisa, sus libros pueden leerse de una sentada. No obstante, al mismo tiempo, podemos decir que es muy “difícil” porque su concisión es plena, dura, compacta y su claridad tiene una hondura incesante. Cada poema de Vitale necesita tiempo, alarga el tiempo, se escurre en el tiempo, de tal forma que sería posible decir que, desde esta perspectiva, sus cortos poemas son poemas largos, más que para cantar para hundirse en la extensión y minuciosidad del silencio. Ella, que es una poeta no solo muy consciente de las palabras sino de ella misma, lo ha dicho de otra manera al pensar de forma casi taoísta:

Quizá no se deba ir más lejos. 

Aventurarse quizás apenas sea 

desventurarse más, 

alejarse un atroz infinito

El poema continúa y en su consecución aparece la cercanía intensa de lo que no debemos perder, porque esa proximidad, “el sueño al que accedemos/ para irisar la vida”, es rica como las grandes distancias, enriquecedora como las tierras remotas, vivificante como un viaje al otro lado del mar. Sin embargo, todo está modificado en nuestra conciencia bajo el eco penetrante de “Aventurarse quizás apenas sea/ desventurarse más”. Y entonces unas cuantas líneas más abajo, al final, hay un giro agudo y, lo más importante, una vuelta moral: 

Más allá sé que empieza lo sórdido, 

la codicia, el estrago.

El poema apenas ha durado 27 líneas, ni un minuto, y no obstante ese instantáneo mundo desconocido ha durado “una cascada, un río, una floresta/ entre paredes áridas” y nos ha dado una percepción de la vida y el entendimiento de nuestra libertad ante el bien o el mal. Del espacio del tiempo y la belleza hay un salto hacia la autoconciencia del efecto de nuestros actos. En todos los poemas de Vitale hallamos este principio inesperado, este don de crecimiento desde lo más nimio, este todo que emerge desde nada. Y cuando logramos verlo más de cerca advertimos que ese mundo en miniatura alejado de lo craso y prolijo posee un acabado perfecto y nos ofrece una malicia notable del verso, una comprensión verdadera de lo que significa cortar una línea y la delicadeza de las aliteraciones como sucede al describirnos un relámpago: 

Entre las islas

ya de por sí tan solas

filtra un filo asesino 

la aleta del escualo.

Bajo el aleteo de la ele, extraña y poderosa imagen: cielo y mar unidos por el corte temible del rayo y la aleta dorsal, también temible, del escualo. Y al ver esta precisión alta y transparente pensamos en Juan Ramón y nos damos cuenta de que “el nombre exacto de las cosas” ha trascendido toda clase de fronteras y que Ida Vitale, de alguna forma o de muchas, se ha apropiado de esa actitud, de esa exactitud, y nos la ha devuelto renovada con su propio mundo. Yo no puedo dejar de decir que esta renovación también está presente en Idea Vilariño y Ulalume González de León. Las tres juntas forman un triángulo secreto de la poesía latinoamericana que difícilmente podemos encontrar en otro sitio. Tres poetas mujeres tan excelentes, con una libertad insospechada y lejos de los estereotipos literario-sexuales en boga. Pero lo que interesa decir en este caso es que Ida Vitale se ha alzado a una pureza increíble y que leerla no es fácil ni difícil sino que entrar en su transparencia significa inaugurar lo oscuro, pensar de manera cierta:

Que soy lo oscuro

                                 hacia

lo más oscuro

por el fondo del pozo

                                    del tiempo

del ser casi no ser.

El premio que recibió Ida Vitale tiene una pertinencia y una oportunidad excepcional: en el tiempo de la poesía que ya no es poesía, de los sinuosos poemas de cursilería abstracta, de los poemarios basados en “hechos reales” y de la prosa que finge el verso, las hermosas composiciones sintéticas de la poeta uruguaya nos recuerdan que el pasado siempre es nuestro presente y “El todo eterno que es el todo interno”. 


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