El Cantar de los cantares no habla de Dios, ni de revelaciones, ni de ordenanzas morales o ley alguna: un rey y una campesina morena, enamorados; poesía erótica y enigmática. Ningún otro libro sagrado ha generado una profusión semejante de literatura mística y espiritual, y sobre todo en lengua española. El Cantar indujo a Benito Arias Montano, fray Luis de León, santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, a la curiosa genialidad de hacer gran poesía personal desde un poema ajeno, anónimo, a la vez sencillo y enigmático. Y no es casualidad que todas las versiones del siglo XVII fueran perseguidas y llevadas a tribunal.
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El proceso más sonoro es el de fray Luis y, de refilón, de Arias Montano. Fueron amigos, nacieron el mismo año, ambos sacerdotes y también los dos formados según el más alto humanismo español: grandes escritores, conocedores de los clásicos y políglotas; Montano, en particular, era capaz de leer, traducir, escribir en al menos doce lenguas. Según cuentan, fueron caracteres muy distintos: fray Luis era seco y, después de sus cárceles, huraño; Arias Montano parece haber sido de talante fácil y versátil.
Ambos se distinguían por su conocimiento del hebreo y leen el Cantar de los cantares de un modo nuevo: es un poema y tanto la versión griega de la Biblia Septuaginta como su traducción al latín, la Biblia Vulgata de san Jerónimo, establecida como la Biblia oficial del mundo cristiano, fallaban en transmitir el espíritu y la calidad poética del hebreo original. Arias Montano hizo una traducción, en silva, y unos comentarios al poema, que preparaba para una nueva Biblia Poliglota que sería impresa por Plantino en Amberes. Fray Luis le pidió prestados estos papeles porque quería, a su vez, explicar el poema a una amiga, monja, que no sabía latín. La traducción de Fray Luis y los comentarios con que va explicando el poema son otro de los grandes momentos de la lengua española.
Un frailecillo tarado, muchacho de 15 años que hacía la limpieza, halló el legajo, de uso exclusivamente personal, y lo copió, y lo copió de nuevo y lo repartió; se reprodujo como esporas y eso disparó las iras. Cinco años pasó fray Luis en mazmorras antes de ser absuelto. Arias Montano, cuyos manuscritos estaban en posesión de fray Luis, también fue detenido, pero lo soltaron pronto: de algo sirvió ser el capellán de Felipe II. Lo más terrible, para sus acusadores, no es que enmendara la supuesta infalibilidad de san Jerónimo, ni la heterodoxia, sino la proximidad judía. Con un desliz avieso: de saber hebreo a hebraísta y, de ahí, a judaizante, cosa suficiente para dar en la hoguera.
Estudiosos del periodo, como M. Bataillon, H. Kamen, B. Netanyahu, hallan el odio a lo judío y la vehemencia inquisitorial en un costado de la ideología popular: el judío era visto como adinerado, culto, sin raigambre nacionalista, defensor del comercio y usurero, siempre asociado corruptamente con gobernantes, aristócratas y hasta reyes; que hacía negocios con el poder, sin apego por la patria y sin derrama económica para el pueblo bueno. La economía estaba estancada, pero no porque la robaran los judíos sino porque la gente había dejado de producir, subvencionada por la Corona y la plata americana. Netanyahu se ocupa del modo en que la turba popular presiona a las autoridades eclesiásticas para perseguir judíos y todo lo que sonara a judaísmo; por el otro lado, un amplio sector del clero, el menos preparado, cobijaba resentimientos contra los que percibían como mafias privilegiadas: los fray luises y montanos que presumían saberes superiores.
La Biblia Poliglota complutense, que dirigió el cardenal Cisneros y en la que colaboró un tiempo Nebrija, era inconseguible: éxito de ventas y muchos accidentes la agotaron. Había que hacer otra, la que dirigió Arias Montano, que salió incluso mejor que la primera. Las intrigas y acusaciones de judaísmo habían crecido al punto en que ni siquiera el patronazgo de Felipe II pudo abogar en su favor: los humanistas, el erasmismo, habían caído en desgracia y, secreto a voces, corrió la idea de que la Poliglota de Amberes era herética, por judaizante. Atacada por un clero resentido, patriotero, fue un fracaso de ventas. Una edición en cinco lenguas que se quedó en las bodegas porque el chovinismo se había hecho más fuerte incluso que el rey: ¿para qué otra Biblia si ya sabemos que la Vulgata de San Jerónimo fue inspirada por Dios? Pueblo, clero, funcionarios concordaron. El pueblo es sabio.
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