El Polaco es el título del nuevo libro de J. M. Coetzee, publicado por la editorial argentina El Hilo de Ariadna. Es una novela breve, una historia de amor fallido entre un pianista polaco, intérprete de Chopin, que “ronda los setenta”, y una elegante española “de cuarenta y tantos”. Se conocen en Barcelona y se comunican en inglés, que ella habla mucho mejor que él.
Se trata de una “variación moderna e irónica de la historia de Dante y Beatrice”, se lee en la contraportada, escrita por la traductora Mariana Dimópulos, en la que todo está contado desde la perspectiva “precisa, sincera y aguda” de la protagonista.
El autor de Desgracia decidió que la novela se publicara primero en español y en una editorial independiente, antes que en inglés. ¿Por qué?, le pregunto por correo electrónico.
“Varios de mis libros recientes se han publicado primero en traducción al español por El Hilo de Ariadna, en Buenos Aires —responde desde Australia—. Soy una persona que proviene del hemisferio sur, del sur de África y Australia. No le debo gran lealtad a los centros intelectuales y culturales del hemisferio norte. Ha sido una de mis ambiciones que los lectores del hemisferio sur se acerquen a sus escritores. Publicar primero en Argentina es una pequeña contribución a ese proyecto”.
Soledad Costantini, fundadora y directora de El Hilo de Ariadna, también por correo electrónico, sobre lo mismo comenta desde Buenos Aires: “Esta es una decisión radical del autor. Aunque, como escritor, Coetzee ha utilizado el idioma inglés, no pertenece cultural ni históricamente al mundo anglófono, y se ha vuelto suspicaz con la sospechosa rapidez en que la cultura anglófona se ha diseminado en el mundo. Su actitud es característica de un pensamiento crítico, pues ve a la lengua inglesa como la manifestación de una visión del mundo, que hoy necesita transformarse. Se trata de una conciencia geopolítica y de sus implicaciones culturales”.
El Polaco es una historia sobre el deseo incumplido de un hombre por atraer a la mujer de la que se ha enamorado. En algún momento, le pide vivir con él toda la vida, o una semana, o un día. “Un minuto es suficiente —le dice descorazonado—. ¿Qué es el tiempo? El tiempo es nada. Tenemos nuestra memoria. Y tú, quizá tú también me recuerdes”.
“Por supuesto que te recordaré, hombre extraño”, le responde ella, aunque no está convencida de sus palabras, como no está convencida de tantas otras cosas que, sin embargo, realiza dejándose llevar por las circunstancias.
En la novela se menciona con frecuencia a Chopin, a quien el pianista, llamado Witold, interpreta con pulcritud, pero sin romanticismo; le falta pasión, y ella —cuyo nombre es Beatriz— lo advierte en sus conciertos y en sus grabaciones.
¿Cuál es la relación que sostiene con la música y en especial con Chopin?
“Pienso que Chopin es uno de los más grandes creadores que emergieron durante la era romántica —comenta Coetzee—. Su música es además amada por los pianistas porque él entendió muy bien las posibilidades expresivas del pianoforte”.
Las mujeres ocupan un lugar destacado en la literatura del sudafricano, entre ellas, de manera sobresaliente, Elizabeth Costello. ¿Cómo surgen estas mujeres, cómo les va dando forma?
“Ellas salen de mi mente, supongo, mezcladas con personas con las que me encuentro en la vida real. Pero ese es solo su principio. Conforme las historias se desarrollan, estos personajes femeninos adquieren su propia vida”, dice el autor de Esperando a los bárbaros, quien actualmente, señala, está dedicado a sus proyectos académicos en Australia.
¿Y Beatriz? “Ella es una persona inteligente pero no reflexiva. Una parte de su inteligencia consiste en saber que un exceso de reflexión puede paralizar la voluntad”, se lee en las primeras páginas de la novela. Y también: “Ella es una persona inteligente, bien educada, culta, una buena esposa y madre. Pero no la toman en serio”. Mantiene una intensa actividad social y una relación cordial con su esposo, un próspero banquero, pero nada más. Entre ellos, sin darse cuenta cómo ni cuándo sucedió, se ha extinguido el amor.
Parece que Beatriz actúa un poco azarosamente. Está rodeada de amigos y conocidos, pero al mismo tiempo se presiente su soledad. Le pregunto sobre esto a Coetzee.
“Una de las cosas que sabemos acerca de los seres humanos es que no siempre saben lo que quieren y, como consecuencia, son guiados a través de sus vidas por fuerzas que apenas comprenden —responde—. Es interesante que digas que Beatriz es solitaria. Ciertamente ella no se piensa solitaria. Pero quizá nosotros, los lectores, podemos ver aspectos suyos que son invisibles para ella. Quizá vemos que la ocupada vida social que lleva no la satisface por completo”.
No, evidentemente Beatriz no está sola: está rodeada de gente y llena de actividades, pero en ella se adivina un vacío —una soledad— que de alguna manera se revela en un par de cartas que le dedica al polaco cuando éste ha muerto, dejándole un libro con poemas muy malos, que ha escrito lejos de ella. Él nunca se atrevió —le reclama en la primera— a cortejarla ni mucho menos a seducirla, y pregunta: “¿Por qué no me bombardeaste con súplicas? ¡No puedo vivir sin ti! ¿Por qué nunca pronunciaste esas palabras?”
El Polaco es una novela sobre un “amor a medias” —como dice Mariana Dimópulos—, pero también sobre lo que significan las barreras de todo tipo en una relación, entre ellas las que nos imponemos nosotros mismos.
AQ