Jacek Hugo-Bader, el sucesor de Kapuściński

Periodismo

El periodista polaco heredó no sólo las técnicas periodísticas de su antecesor, sino la ética de presentar a los lectores el lado humano de los acontecimientos.

Jacek Hugo-Bader, periodista polaco. (Foto: Adam Kliczek | zatrzymujeczas.pl)
Víctor Núñez Jaime
Ciudad de México /

Fue un joven hippie en la Polonia comunista. Cuando se dio cuenta de que “la vida iba en serio” (Gil de Biedma dixit), fue profesor en una escuela de alumnos con capacidades diferentes. También se desempeñó como consejero matrimonial. Y más tarde, con la extinción del régimen, no tuvo más remedio que sobrevivir dedicándose a pesar cerdos y cargarlos en una flotilla de sucios y apestosos camiones. En 1990 vio un anuncio que le cambiaría la vida: la Gazeta Wyborcza necesitaba reporteros “que no hubiesen estudiado periodismo”. Al proceso de selección se presentaron más de medio millar de personas y él fue uno de los siete seleccionados.

Comenzó haciendo notas informativas, pero su editor no tardó en darse cuenta de que sus textos eran muy largos y detallados. Así que lo cambiaron a la sección de reportajes y ahí encontró su lugar en la vida. Desde entonces, Jacek Hugo-Bader, nacido en 1957, se sumerge durante un buen tiempo en una historia, reporteando y escribiendo con paciencia, para revelarles a los lectores el lado más humano de los acontecimientos. Su metodología, cómo no, recuerda a la de Ryszard Kapuściński: estar, ver, oír, compartir, pensar. Pero, a diferencia del maestro fallecido en 2007, que se dedicó a contar buena parte del mundo, Hugo-Bader se ha centrado en Europa del Este y, concretamente, en los sitios más recónditos de Rusia. De todas formas, casi todos sus colegas polacos lo consideran “el sucesor de Kapuściński”, pues con sus libros se ha ganado una legión de seguidores-admiradores-aprendices.

Vi a Jacek Hugo-Bader hace casi dos años, cuando el Instituto Polaco de Cultura organizó un homenaje a Kapuściński en Madrid. Para entonces yo había leído su libro El delirio blanco (Dioptrías), un recorrido por la ex Unión Soviética (a caballo entre el frío, el vodka y la locura) con las asombrosas historias de los últimos viejos hippies de la URSS, los jóvenes rusos enfermos de sida, el consumo de drogas, la desaparición de los pueblos nómadas, mafias de motociclistas y un perfil magistral de Mikhail Kalashnikov, el inventor del AK-47.

En el estrado, acompañado por Katarzyna Surmiak-Domańska, escritora de no ficción y profesora de la prestigiosa (y carísima) Escuela Polaca de Reportajes, Hugo-Bader llevaba unos ajustados pantalones amarillos y una camiseta de rombos psicodélicos, siete pulseras de distintos colores en la muñeca derecha y un reloj plateado con correas anaranjadas en la izquierda. Su cabeza calva y su rostro enjuto estaban enmarcados por una barba blanca y rala y unos lentes redondos. Es decir: es un periodista totalmente antisolemne.

Habló en polaco (no habla español y tampoco inglés) sobre lo que aprendió del autor de Ébano (Anagrama) y sobre la esencia de su trabajo. “Si vas a un sitio como reportero, tómate tu tiempo para investigar y luego para escribir. Porque los reporteros no damos noticias rápidas. Nosotros buscamos los porqués. Y eso es otra cosa. Hay que ocuparse de un asunto durante varios días y tus jefes tienen que aceptar que no seas rápido”, dijo, y sin dar mayores detalles comentó que estaba enfrascado en la escritura de un libro sobre chamanes siberianos.

Poco después, la editorial valenciana La Caja Books adquirió los derechos para publicar su obra en español. De momento han lanzado Diarios de Kolimá y En el valle del paraíso. Para el próximo año planean traducir y editar El mal del chamán, una crónica sobre el pensamiento mágico de Siberia. Así tendremos una peculiar tetralogía sobre la Rusia contemporánea en nuestra lengua.

Diarios de Kolimá es el relato de un viaje a través de una autopista “construida sobre los huesos” del gulag bajo el régimen de Stalin. Ahí, explica el reportero, “los muertos yacen a un centenar escaso de centímetros de la superficie del camino. Miles de personas. La construcción de la autopista era el peor trabajo en Kolimá. A los que reventaban les quitaban los trapos gulaguianos, los colocaban boca arriba y los tapaban con la tierra kolimiana de la que está hecha la autopista”.

La carretera une las localidades de Magadán y Yakutsk y, a lo largo sus más de dos mil kilómetros, hay unos cincuenta pequeños pueblos muy separados, donde vive “gente que no tiene nada que perder o ninguna otra salida”. Antes de ellos, entre los años 20 y 50 del siglo pasado, las autoridades rusas enviaban a los presos a esta zona, donde había 160 campos de concentración (a los que sólo les faltaban los hornos crematorios) y donde se estima que murieron más de dos millones de personas.

“¿Quién habita esas tierras ahora?”, se preguntó Jacek Hugo-Bader en 2010. Fue a averiguarlo y, entre un frío intenso, se encontró a mafiosos que se juegan a las cartas todo lo que tienen, comerciantes de chatarra, mineros, varios espías y hasta una bibliotecaria. Hay algo, concluyó después del periplo, que toda esa gente tiene en común: el síndrome del silencio. Es decir, algo que padece un ser que no aúlla cuando le duele el alma, sino que susurra su dolor a algún desconocido. O lo anestesia con vodka”.

En el valle del paraíso es la deconstrucción del alma soviética, hoy en ruinas y llena de nostalgia por el antiguo imperio que tenía delirios espaciales y utopías terrenales. ¿Qué queda de todo aquello que la Historia aplastó?, se preguntó en esta ocasión Hugo-Bader y se fue a recorrer los vestigios del viejo orden. Se topó con héroes caídos, soldados mutilados, coroneles que pintan cuadros melancólicos, diseñadores de bombas, astronautas apartados por ‘El Partido’ y algunos miembros de la mafia rusa. El libro es una voluminosa antología de reportajes que resume la trayectoria, los intereses temáticos del autor y sus métodos de trabajo.

Para elaborar sus crónicas, primero planea el viaje y trata de contactar a algún lugareño que lo guíe y le presente a personas comunes y corrientes para conversar largamente con ellas. Intenta ser agradable, pasa mucho tiempo con ellas, a veces bebiendo alcohol, las acompaña a hacer sus compras, come con ellas, les habla de él y entonces la gente se abre “y suelta lo que tiene en las entrañas”. También toma fotos para luego poder recrear atmósferas y sensaciones. Graba todas esas conversaciones y luego las transcribe a mano, con un bolígrafo azul. Después selecciona a los personajes que aparecerán en su reportaje, define la estructura y comienza a escribir. Teje datos, declaraciones y narración. Cuida que las frases sean cortas y al poner el punto final empieza a leer cada frase y cada párrafo “para ver si suenan bien, si tienen ritmo o melodía”.

Un día, en el kilómetro 49 de la autopista a Kolimá, Jacek Hugo-Bader estaba charlando con el dueño de varias minas de la zona. Ambos bebían café y las preguntas del reportero iban en aumento cuando, de pronto, el oligarca le espetó: “Es obvio que te graduaste en el Servicio de Inteligencia. Me estas poniendo a prueba todo el tiempo”. Hugo-Bader le dio un sorbo a su taza y fue sincero: “Soy un periodista. Presto atención a los detalles. Nací así”.

​AQ

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