Hasta hace unos pocos años, la noción de lo fantástico era una ausencia vergonzante en la narrativa mexicana. Los elefantes rosas, por ejemplo, existían sólo en los delirios etílicos de algún infortunado. Quizá porque la realidad es más que un reporte policiaco impreso en papel de bajo gramaje —una propensión que, hay que decirlo, resulta cada vez menos literaria—, lo fantástico se mueve ahora con total naturalidad.
De la familiaridad de lo fantástico da cuenta el más reciente libro de Bibiana Camacho, Jaulas vacías (Almadía), en el que concurren 17 relatos tan insólitos como extravagantes. Uno se encuentra siguiendo las preocupaciones de una joven insomne y de pronto, con la afabilidad de un viejo conocido, irrumpe un “paquidermo rosa del tamaño de un ratón”, que encima de todo responde al nombre de Simón. Es posible también que asistamos al sepelio de una vecina comedida y un día después miremos con espanto a un enorme murciélago, “de mirada hipnótica”, ocupando su departamento.
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Bibiana Camacho procede mediante imperceptibles desplazamientos. Ahí está sin variaciones el pulso cansino de la vida cotidiana, con sus monótonas ceremonias familiares, laborales, amorosas. Por otro lado, los personajes se muestran condenados a repetir los mismos gestos, las mismas rutinas. Los hechos parecen responder a la lógica de los rituales cotidianos pero de súbito, gracias a la intromisión de un objeto, un ser o un ingrediente ajeno, esos rituales son tocados por la extrañeza. Concibo la pieza “Todos los martes” como un modelo de tal estrategia. En su trama hay una inquilina recién llegada que padece el escándalo que se apodera de los pasillos del edificio una vez que se mete a la cama. No hay presencia alguna, solo ruidos festivos. Agotada, consumida por la incertidumbre, una noche decide sumarse a la extraña celebración abriendo la puerta y sentándose a su pequeña mesa, donde aguardan un buen pedazo de carne y una copa de vino. Los ruidos cesan; ha sido aceptada.
En Jaulas vacías constatamos la existencia de un mundo que obedece a sus propias leyes, siempre en pugna con la naturaleza verificable de los hechos. Que exhiba una indiscutible autosuficiencia es prueba de que pertenece a la literatura.
ÁSS