Es casi seguro que uno de los criterios esenciales para otorgarle el Premio Nobel de Literatura a la poeta Louise Glück haya sido la lucha política por la presidencia de los Estados Unidos que todavía libran Joe Biden y Donald Trump y que el próximo 8 de diciembre los delegados electorales consumarán de manera legal en favor del primero, si el populista y antidemocrático presidente republicano no inventa una nueva treta. Así, la otrora prestigiosa institución del Nobel, en un gesto de recuperación de su rigor estético —también político—, volvió a poner los ojos en la literatura norteamericana, con más fortuna y pertinencia que en 2016, cuando premió a Bob Dylan.
En una primera consideración podríamos pensar que, dejando de lado el peso de la “oportunidad”, hay otros poetas mucho más interesantes y vitales y con todos los reconocimientos necesarios para recibir la distinción de la academia sueca. Por ejemplo, Carol Ann Duffy (poeta laureada del Reino Unido en 2009), que además de ser una escritora original y sofisticada, goza de un vasto público lector no literario por sus poemas feministas no obvios ni dogmáticos. También podríamos pensar en Ida Vitale o en el poeta francés Jacques Darras o en el chileno Raúl Zurita.
La poesía de Glück (gracias a Pre-textos tenemos en español una buena parte de su obra), no obstante, en una segunda consideración, nos sorprende por la honda intimidad que caracteriza a varios de sus mejores poemas. Desde luego sobresale “Para mi madre” que tradujo, ni más ni menos, la gran traductora y poeta Ulalume González de León. En este texto, la norteamericana crea algo muy difícil de lograr: un recuerdo prenatal en la caverna de ecos y sombras del seno materno donde no sólo resuena la voz de la madre sino también la del padre. En unas líneas suaves, pero grávidas, de esa pieza escuchamos:
“Luego llegó la primavera / y despojó a mi ser / del absoluto / saber de quien aún no ha nacido”.
En otro poema, “Primer recuerdo”, nos hace pensar en la significación efectiva que abre el dolor, ya que éste nos puede revelar el acto fatal y válido de amar sin ser amados. En la poesía de Glück, que parece tenue y quebradiza, surge un texto confesional que por su pureza se transforma en una conciencia del enorme espacio pequeño de la intimidad con su teatro de pérdidas dolorosas y hechos insoslayables.
Así, pues, al percatarnos de esta interioridad y conocimiento que necesariamente entraña la dignidad del dolor y al observar las actuales circunstancias de los Estados Unidos, comprendemos por qué era importante darle, en términos humanos y estéticos, el Nobel a Glück. En un país donde ha gobernado un presidente insensible, mendaz, que vive del pleito permanente, que nunca se equivoca, en una palabra, el fantasma del déspota o del caudillo orgulloso de sí mismo, destacar la poesía de Glück era apoyar una visión humanista y defender el sentimiento de la verdad sin el cual no hay paz verdadera ni poesía.
AQ | ÁSS