Metafísica en tiempos de crisis

Poesía en segundos

El poeta inglés John Donne revela el hondo mundo meditativo y múltiple que engendra el hecho de caer enfermo.

El poeta John Donne, retratado por Isaac Oliver. (Wikimedia Commons)
Víctor Manuel Mendiola
Ciudad de México /

Nada más inmediato, evidente y físico que la enfermedad. Sin embargo, el malestar del cuerpo nos lleva, por un efecto si no perverso sí anómalo, al camino contrario: al acto de pensar en lo mediato, lo invisible, lo metafísico. Nunca estamos más conscientes del tiempo y el espacio íntimos, nunca surge nuestro Yo más puro, que cuando el cuerpo deja de ser una realidad casi invisible en la dicha del bienestar y comparece lleno de conciencia y preguntas —pleno de gravedad— en la molestia, el dolor y la pérdida de la salud.

Meditaciones en tiempos de crisis (ArielQuintaesencia, 2020) de John Donne, en traducción de Ascensión Cuesta, nos revela, de manera rápida y concisa en un materialismo/idealismo de los sentimientos muy propio del siglo XVII, el hondo mundo meditativo y múltiple que engendra el hecho de caer enfermo. En ese estado, cada parte del cuerpo dialoga con las otras y cuestiona los escombros y las escurrideras: “una mano le pregunta a la otra, tomándole el pulso, nuestros ojos le preguntan a nuestra orina: ‘¿Cómo estamos?’”.

Donne, a lo largo de veintitrés meditaciones, cruza esas coordenadas del yo interior volcado hacia afuera en la enfermedad para elaborar una visión del hombre hecha mediante una dicotomía simple pero esclarecedora, que en el siglo XX desarrollará de manera compleja y antropológica Elías Canetti: la diferencia esencial entre yacer o estar de pie con la cabeza en alto. Donne piensa: “no tener, como los demás, que arrastrarse, sino estar dotado de una forma esbelta y vertical concebida y hecha [...] para la contemplación del cielo [...] Ésta es la prerrogativa del hombre”.

En la cama, tumbado por la enfermedad, él distingue una geometría conformada por dos líneas vitales: el mundo horizontal y el mundo vertical. En estas meditaciones no ha desaparecido el pensamiento como experiencia, lo ideal como real, de los poemas de juventud, pero el Dean de San Pablo ya no yace en la cama para decirle a su amante: ven, “estoy desnudo, ¿qué te puede cubrir mejor que un hombre?”. Aquí, en estos “tiempos de crisis”, él comprende que “nos matamos con nuestros propios vapores”, que la cama es un remedo de la fosa, que fuimos “eyectados” no a la intemperie sino a otra cavidad, a otra prisión. Ya hace muchos años, Octavio G. Barreda había publicado una muestra de este libro en El Hijo Pródigo señalando en una nota que la fiebre no arrojó al poeta inglés en los brazos del misticismo y que éste agudizó su inteligencia a través de la sensibilidad. Así, podemos ver que Donne no es un poeta, ya no digamos del sentimiento, ni siquiera del mero cuerpo, como suele ocurrir en nuestros días. Un anhelo de pensar en la sensación y el sentimiento dirige la creación de imágenes (la escalera de los ángeles, el enojo de Dios, la ruina concéntrica...). ¿Seremos capaces de recuperar esta capacidad analítica de la poesía metafísica que añoraba T. S. Eliot o continuaremos despreciándola tontamente a través de un sentimentalismo chantajista y orgulloso de sí mismo?

John Donne

Amanecer


Sí, sí es el alba, ¿qué otra cosa esperas?
Y por ella ¿te irás lejos de mí?
¿Porque es de día hay que levantarse?
¿Nos acostamos porque era de noche?
El amor, que sin luz nos trajo aquí,
también con luz tendría que embargarnos.


La luz no tiene lengua, pero sí ojo;
y si hablase tan bien como un espía,
lo peor que podría denunciar
es que yo, estando bien, quiero quedarme
y que amo tanto mi honra y corazón,
que no quiero apartarme de su dueño.


¿Debes dejarme aquí por tus negocios?
Oh, este es el peor mal, ya que el amor
aguanta al pobre, al tonto, al falso, pero
no soporta a los hombres ocupados.
El que negocia y hace el amor, yerra

como esposo que halaga a otras jóvenes.


Traducción: Víctor Manuel Mendiola

AQ | ÁSS

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