En nuestros días, la preferencia por la poesía de John Keats, en el ámbito del romanticismo y en el mito de la poesía, parece indiscutible. La reciente publicación del volumen John Keats, Poesía completa (Berenice, 2022), en traducción de José Luis Rey, confirma de alguna forma la actualidad de la obra del poeta trágico, si vale la expresión enfática. Este es el segundo intento en español. La primera edición de esta naturaleza la realizó Arturo Sánchez (Ediciones 29, 1975) en traducciones menos afortunadas, sin verso. En nuestro idioma, de manera increíble, no contamos con la poesía completa de Wordsworth, Coleridge, Shelley o Byron. Sí están a nuestro alcance una parte de los poemas más importantes, por ejemplo, Los preludios, Las rimas del anciano marinero, Adonais, El don Juan… y existe un número suficiente de antologías. La mayor parte de las traducciones provienen de autores españoles, pero hay versiones hispanoamericanas, en especial las del editor, traductor y poeta Ricardo Silva-Santisteban, que desde la Academia Peruana de la Lengua ha realizado una labor sorprendente y enorme al ofrecernos La música de la humanidad, Antología poética del romanticismo inglés.
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¿Por qué Keats permanece tan próximo, por los menos en apariencia, a nosotros? Quizá porque a diferencia de sus contemporáneos Wordsworth, Shelley y Byron, la índole profundamente atribulada de sus composiciones, la pureza intuitiva de su imaginación y la ambigüedad luminosa de sus imágenes, lo ponen dentro de una de las corrientes dominantes de la mejor poesía moderna. Es cierto que podemos ver en Keats no la prefiguración sino la primera expresión consumada de la poesía visionaria que hallaremos, más tarde, en Rimbaud o en Rilke.
Aunque los motivos de su poesía (el ruiseñor, la rosa, el Nilo…) son típicamente románticos, Keats crea, en el modo de desplegarlos, una rara identidad entre lo interior y lo exterior. Lo notable es que la idealización de la realidad, en contra de su carácter prosaico, deviene del encuentro con la mismidad de las cosas. Como Rimbaud cuando dijo “mantengo mi lugar en la cumbre de esta angélica escala de sentido común” o Rilke “Yo siento que toda la vida es vivida”, Keats escribió “Conozco esta dulzura/ del Ser, mi fantasía ha llegado a la cima”. Su idealismo lo sumergía en la expansiva quietud de la existencia. Tal vez él está mucho más cerca de Coleridge, por los ensueños compartidos: esa suma de lo ideal y lo real que engendra una naturaleza abierta, pero profundamente íntima (los poemas sobre el ruiseñor de ambos son una muestra de este hecho). La grandeza de Wordsworth, Shelley y Byron ofrece una voluntad demasiado enérgica y posesiva: un principio de actividad persistente, penetrante y único en la caída. En Keats no hallamos esa actividad tenaz, pero sí un abandono lúcido: “Marchitarme a lo lejos, olvidarlo ya todo.”
Aunque es una pérdida que la traducción de Luis Rey cambie y aumente la medida y el número de los versos, su traducción avanza fluida y con hermosura. La ausencia de un índice detallado también es un defecto. No obstante, contar con la Poesía completa de Keats es una buena noticia.
AQ