Ciertas fijaciones persiguen a los autores en el transcurso de sus libros. La de Jorge Volpi consiste en entender cómo funcionan los mecanismos de la ficción. Es una obsesión que, de algún modo, está presente en toda su obra. A veces, esa presencia es nítida y a veces está oculta entre líneas. No obstante, hay un libro concreto donde el escritor mexicano vació sus primeras reflexiones al respecto. Es una obra publicada hace más de una década: Leer la mente (Alfaguara, 2011).
El autor de En busca de Klingsor ha invocado de nuevo esa pulsión en el libro La invención de todas las cosas (Alfaguara, 2024). Se trata de una apuesta de gran envergadura. Volpi se embarca en una exploración audaz de la ficción como la herramienta que ha configurado nuestras creencias, ideologías y, en última instancia, a la realidad misma. El libro, dice el también autor de Memorial del engaño, se propone exponer cómo las ficciones han moldeado la identidad humana desde la chispa primigenia hasta nuestros días.
Estimulado por el trabajo de autores como Carl Sagan y Douglas Hofstadter, Volpi recupera la antigua forma del diálogo como un vehículo para el conocimiento y la reflexión.
Andando sobre los hombros de personajes kafkianos, La invención de todas las cosas propone que las ficciones no son meros relatos, sino la estructura sobre la cual erigimos las civilizaciones, justificamos el poder y construimos memoria. En su ambición totalizante, este libro es también un espejo en el que nos vemos obligados a cuestionar el papel de la imaginación y la percepción.
Sobre estos y otros temas conversa el escritor mexicano en entrevista con Laberinto.
Me parece que la semilla de La invención de todas las cosas se encuentra en otro libro tuyo, Leer la mente. Desde entonces, ya te cuestionabas qué es la ficción.
En algún sentido, llevo casi 30 años dedicado a la ficción: no solo a escribirla, sino también a reflexionar sobre ella. Como bien dices, la obsesión por entender sus mecanismos comenzó con ese libro, Leer la mente, hace casi 15 años. Desde entonces, he tratado de barruntar las relaciones entre ficción y cerebro: cómo nuestra mente construye y consume ficciones. Esa inquietud dio pie a La invención de todas las cosas, que busca ser una historia completa de las distintas ficciones que los seres humanos hemos creado desde el principio de los tiempos hasta hoy.
El libro está estructurado en diálogos, a la manera de Platón, Cicerón y Erasmo. Recuperas una tradición que parecía olvidada. ¿Qué te llevó a rescatar ese formato para narrar esta historia?
Quería construir una historia global de todo tipo de ficciones —políticas, sociales, religiosas, ideológicas, artísticas, literarias—, sabiendo que iba a ser extensa y algo totalizante. Mis modelos esenciales fueron Cosmos de Carl Sagan, que marcó mi imaginación desde los 12 años, y Gödel, Escher, Bach de Douglas Hofstadter. Este último, que es un libro sobre la conciencia, los bucles, la recursividad y lo que significa eso en el pensamiento, ya recupera el diálogo platónico. En algún modo, La invención de todas las cosas es un homenaje a esa tradición de conocimiento que se transmitía a través de diálogos y también al libro de Hofstadter.
Hablaste de una “vocación totalizante” en este libro, un concepto que asociamos con algunos autores del boom latinoamericano que aspiraban a escribir una novela total. ¿Podríamos entender este libro como una historia total de la humanidad a través de las ficciones?
Sí, en el sentido de abarcar la historia de la humanidad con la perspectiva de la ficción. El libro comienza con el Big Bang, una de nuestras grandes ficciones científicas. Creemos que eso fue lo que ocurrió, pero no tenemos más que indicios que conforman el relato de ese primer momento en el que nace todo, el tiempo y el espacio que llega hasta nosotros. A partir de ahí, el libro sigue un orden cronológico, desde la antigüedad hasta el presente e, incluso, hacia el futuro. Es, en ese sentido, por grandilocuente que suene, una historia completa de nuestro Universo construido en torno a ficciones.
Para narrar ese gran periplo recurres a dos personajes: Felice y Gregor Samsa. ¿Por qué elegiste a estos personajes en particular?
Quería jugar con la paradoja central del libro: es una historia de la ficción, que a su vez se narra desde la ficción. Por ello, decidí incluir personajes ficticios que comentaran lo que sucede en el libro. Uno de ellos es el bicho, una figura que alude al personaje de Kafka, y Felice, que era la novia de Kafka y la primera en escuchar la historia de La metamorfosis o La transformación. Esto permite que uno especule si el narrador es el bicho o soy yo; y si el narratario a quien se dirige el texto eres tú, lector, o Felice. Me pareció que en todo esto había un bonito juego ficcional que se extiende a todo el libro y que se cierra cuando finalmente llegamos al siglo XX y aparece contada esta misma historia.
¿Tiene este libro una intención pedagógica?
Me encantaría que así fuera. Cosmos, por ejemplo, es una obra de un rigor excepcional, pero también tiene un afán pedagógico en el mejor sentido de la palabra: trata de presentar el conocimiento de la forma más atractiva posible. Si La invención de todas las cosas puede leerse como un libro de texto para jóvenes, incluso por fragmentos, sería uno de mis grandes anhelos.
La pregunta sobre el significado de la ficción está vinculada, en última instancia, con la percepción y con la noción racionalista de Descartes sobre cómo los sentidos nos engañan. Es una idea que atraviesa todo el libro.
Sí, tiene que ver con mi teoría de la ficción, que se inicia en Leer la mente y se desarrolla en los primeros capítulos de este libro. Coincido con el juego etimológico: ficción viene de fingere, que en latín no significaba ‘fingir’ ni ‘ficcionalizar’, sino ‘modelar’. Era el término que se usaba para denominar la actividad de los artesanos con la arcilla. Es decir. La realidad es la arcilla y nuestro cerebro es el artesano que la moldea. Así, la única forma en que los humanos nos relacionamos con lo real es a través de ficciones que nos ayudan a ordenar el mundo. Son ficciones que nos sirven para darnos coherencia (a través del “yo”, una ficción por excelencia), la ficción de la identidad individual y colectiva. Luego están las ficciones políticas, sociales, artísticas, religiosas, amorosas que necesitamos para darle un cierto orden a la realidad.
Son ficciones que, después de todo, construyen sociedades, imperios e ideologías…
Exactamente. Muchas ficciones han servido para justificar la distribución desigual del poder. La ficción, en un sentido social, político y económico, ha sido una herramienta para legitimar el reparto del poder.
Ahora que hablabas de la realidad como una arcilla moldeable, pensaba en el lenguaje como el medio que usamos para relacionarnos con ella. El lenguaje como ordenamiento del tiempo y del caos. Esa idea está también en tu libro…
Así es, especialmente en lo que respecta al lenguaje simbólico. Los primates, por ejemplo, tienen un lenguaje no verbal bastante desarrollado, pero carecen de simbolismo. Aun así, es un lenguaje suficiente para hacer una enorme cantidad de cosas, incluidas las revueltas shakesperianas para tratar de derrocar al macho alfa. Por eso prevalece la pregunta: si ya casi todo se podía hacer con un lenguaje bastante menos desarrollado, ¿a cambio de qué los humanos desarrollamos, incluso, desventajas evolutivas, como lo que atañe a los órganos fonadores? Es probable que las exhibiciones de fuerza de los primates (los golpes en el pecho, los aullidos frente al líder del grupo para demostrar que podrían sustituirlo) sean el origen del lenguaje humano. Es una de las teorías recientes y me parece muy posible, aunque no deja de ser una ficción. Lo más interesante del lenguaje es que nace para alcanzar un estatus superior en la comunidad.
Tienes una afición relevante hacia la música y por eso mismo has comparado tus libros con obras musicales. La invención de todas las cosas, con su complejidad, ¿qué tipo de obra sería?
No lo había pensado. Es un libro importante frente a todo lo que he escrito. Es una pieza híbrida de ficción, no ficción, historia, reflexión, y fragmentos autobiográficos. Quizá por eso sería como esas últimas obras de [Aleksandr] Skriabin, donde la música se mezcla con luces y sonidos, en un intento de combinarlo todo.
AQ