José Agustín y Jim Morrison: invocando al Rey Lagarto

Música

Los Doors es uno de los grupos favoritos del autor de La Tumba; los escuchaba cuando se quería poner pesado, oscuro y misterioso.

"Mi padre sentía una hermandad especial con Morrison", cuenta su hijo menor. (Ilustración: José Agustín Ramírez).
José Agustín Ramírez
Ciudad de México /

Armado con una fogata, un litro de mezcal y algunos caracoles para la danza azteca, sobre un cerro sagrado y bajo la Luna llena, me dispongo a invocar al viejo espíritu del Rey Lagarto. Al menos una vez al año, deberíamos recordar al gran cantante y poeta Jim Morrison, el líder espiritual y autor intelectual de los Doors. Pues si no, ¿qué clase de roqueros somos, si no recordamos a nuestros mártires del rock and roll? Cada quien sus gustos, pero para mí fue un gran artista, efímero en su encarnación pero eterno en su legado al mundo pagano del rocanrol. Su nombre está grabado para siempre en la Gran Roca que Rueda, en letras de oro ardiente.

Los Doors, de sobra está decirlo, es uno de los grupos favoritos de mi padre, el eternamente joven escritor mexicano José Agustín. Los escuchaba cuando se quería poner pesado, pues, como se sabe, el tono de sus melodías es mucho más oscuro y misterioso que el de cualquiera de sus colegas o similares rocanrolebrios de la época, el final de la década de 1960. Mi padre sentía una hermandad especial con Morrison y Manzarek desde que también estudió e incursionó en el cine, pero especialmente por sus influencias literarias, que desde el nombre se hacían patentes, pues Jim se esmeró por aclarar a todos los ignaros reporteros de su tiempo que el nombre Las Puertas era en homenaje al libro Las puertas de la percepción, de Aldoux Huxley, famoso entre la banda maciza por sus viajes en ácido, que arrancaba con una cita del —a su vez— célebre poeta místico William Blake, quien con sus encendidas mitologías personales, y sus iluminadas visiones literarias y pictóricas, sentenciaba: “Si las puertas de la percepción se abrieran, el ser humano vería la realidad tal como es: infinita”. Sin olvidar su excelente versión de una canción de Kurt Weill, “Alabama Song (Whiskey Bar)”, extraída de las óperas de Bertolt Brecht. Que Morrison no escondiera sus raíces, ancladas en la poesía más lúcida y alucinógena, que presumiera sin pena alguna su fusión de las grandes artes con el rocanrol sicodélico, era lo que más maravillaba a mi padre, quien también era, desde luego, un verdadero apasionado de las letras, en el sentido más universal de la palabra. Así que le profesaba sincera admiración, y eso es algo digno de verse en un ego tan grande como el de mi padre, pues cuando amaba algo lo amaba en serio, lo compartía, lo propagaba como una plaga, y llenó, con esta clase de ideas sucias, las mentes de la juventud en sus tiempos, y aun ahora, cuando cualquier muchacho(a) se encuentra con su espíritu juvenil, cristalizado en sus magníficas primeras novelas. Así, no puedo dejar de recordar La cocina del alma, es decir, el tiempo que pasé realizando con mein father una serie de programas para Radio UNAM, que amablemente nos dejó compartir con sus radioescuchas todas nuestras sandeces rockeras. Durante un par de años, logramos dar ese golpe y, cual cómplices en el crimen, nos repartíamos el botín, pues mi padre logró la hazaña de que no solo nos fueran a grabar hasta la casa, con ayuda del buen camarada Emiliano López, sino que hasta consiguió que nos pagaran con verdaderos billetes, una buena cantidad que don Agustín dividía conmigo en partes iguales; muy democrático y mochado mi jefe.

Por aquellos tiempos, mi padre fue mi mejor amigo, y creo que ambos nos la pasamos chido, jugando a ser dj’s de la radio. Estos programas se llamaron La cocina del alma, en honor a la canción de los Doors “Soul Kitchen”, un rolón de su primer disco, su obra maestra, que tenía el inmenso acierto de comparar la cocina con el laboratorio alquimista donde nuestras almas buscan convertirse en el oro de los dioses. Allí, mi papá y yo trazamos una flecha de tiempo, para recordarle al respetable nuestra visión de la Historia del rock and roll, así como sus principales raíces y ramas, muy al estilo de Jack Black en la School of Rock. Esto en la primera temporada, de trece capítulos, mientras que en la segunda dedicamos un programa a cada género relacionado con la música moderna, de modo que retomamos la música del mundo, la ambiental y la electrónica, las tribus urbanas, etcétera, etcétera. Fueron días maravillosos para mí, algo invaluable, compartir toda esa música con mi padre, en su Cocina del Alma.

Pero retornando a la juventud de mi chief, en la década de 1960, cuando se forjó la historia de José Agustín, quien me inculcara todos estos vicios, debo confesar que si algo le envidio bastante es el privilegio de haber asistido a uno de los cuatro conciertos que los Doors realizaron en México, del 27 al 30 de junio de 1969, escasos dos años antes de la muerte de James Douglas Morrison. Fueron cuatro tocadas para un público muy selecto, prácticamente de puros niños ricos y demás escoria, en un antro fresa llamado Forum, en la colonia Del Valle, sobre Insurgentes Sur. Se dice que los trajeron con engaños, y ya aquí pretendieron que tocaran en privado para el hijo de Díaz Ordaz, a lo cual Jim respondió reventando el evento, portándose agresivo y orinando en el escenario, motivo por el cual fue declarado persona non grata por el expresidente. De ahí que mucho se haya dicho sobre el desastroso desempeño de los Doors en México, pero según mi padre, que cubrió el evento para El Heraldo de México, su experiencia fue totalmente diferente: Morrison cantó muy bien la mayoría de las piezas que tocaron, si bien se le notaba ebrio como un marinero. A los ojos de José Agustín, eso era necesario y comprensible, y tuvo frente a frente al mayor poeta, chamán, roquero y representante terrenal del dios Baco. Una experiencia digna de vivirse en carne propia, aunque pocos fueron los invitados a esas fiestas casi privadas. El gobierno les había negado el derecho a presentarse en la Plaza de Toros, donde se había planeado un concierto masivo, pero como aún estaba fresca la sangre vertida en los trágicos eventos de Tlatelolco, el gobierno genocida había prohibido cualquier reunión multitudinaria de jóvenes disidentes. Mi jefe, sin embargo, por su privilegiada posición de reportero estrella, tuvo la gran fortuna de ser uno de los elegidos, y pudo estar a unos pasos de esta leyenda del rocanrol.

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Se sabe que Jim visitó Garibaldi y se chingó unos tequilas a ritmo de mariachis, y que se le hizo una caricatura en el lugar. Después visitó Teotihuacán, donde rindió su muy personal tributo y reverencia a los Dioses Salvajes, aquellos que le dieron el poder de encantar nuestros espíritus, sexo y mente, con su arte y poder inigualable en la añeja historia de la Roca que Rueda. En todos estos viajes lo acompañaba Manzarek con su virtuosa forma de improvisar atmósferas densas y misteriosas para acompañar los trances poéticos del Jim. En eso también era experto Robbie Krieger, un guitarrista con las dotes suficientes para tocar flamenco, una forma muy intrincada de arpegios y acordes. Ambos, junto con Densmore, que nunca le tuvo mucha paciencia al Jimbo, hicieron lo posible por acompañarlo en su viaje místico y frenético, hasta que el delirio intoxicado se apoderaba de su cantante (su líder místico y psicodélico), y aparecía su máscara de mala copa, con la terrible personalidad secreta que emergía tras varios vasos de whisky, a quien él mismo había apodado Jimbo. Era su lado oscuro. Pero Manzarek, Densmore y Krieger le siguieron el paso huichol de Niño Salvaje, hasta que sus pies ya no tocaban la Tierra, se iban a pasear por la Luna y de regreso, en aquellos días extraños, hasta que la música terminó, como estaba escrito, y todo llegó a su fin. A la muerte de Morrison, Manzarek hizo la excelente película Dance on Fire (1985), y su versión de Carmina Burana para sintetizador.

A estos dos valedores, Robbie y Ray, guardianes del fuego sagrado detrás de Las Puertas, los fui a ver hace un millón de años, en el Toreo de Cuatro Caminos, en un auditorio que ya ni existe: lo demolieron. Aquel día, por allí estuvo también Eric Burdon, que todavía se rifaba como los grandes. Recuerdo que la banda guarra chilanga abucheo al buen poeta Michael McLure, representante de Jim, gritando como poseídos: ¡“El Blues de la cabaña”, el “Blues de la cabaña”!, para acallarlo cuando éste trató de leer algunos poemas del Rey Lagarto. Qué momento tan bochornoso, camaradas, qué país. Pero Krieger aún tocaba como un virtuoso, lo mismo que Manzarek, y dieron un buen espectáculo a pesar de las limitaciones del lenguaje y la falta de su chamán, a quien años después suplieron con el cantante de The Cult, Ian Astbury, para dar unas nostálgicas pero prendidas giras mundiales como The Doors of the Twenty One Century. Este 8 de diciembre, por cierto, Jimbo cumpliría 76 abriles. Lo sé porque recientemente mi jefe cumplió 75. Y veo que se organizan sendos conciertos de tributo, con imitadores al estilo Elvis en Las Vegas, y desde luego en esa fecha también las localidades están agotadas para un espectáculo llamado The Soft Parede, a Tribute to The Doors. Jim Morrison Birthday Show, en el DROM de Nueva York. Qué rayados los que asistan a este homenaje para celebrar la vida de esta auténtica leyenda del rocanrol.

Así pues, durante sus escasos años de profunda creatividad y éxito, seis años desde la formación de la banda, hasta su muerte, Jim Morrison fue, por unos breves instantes en el cosmos y para siempre en su música, una invocación herética del Dios del vino y el placer carnal, Dionisio, a quien se entregaban las vírgenes en antiguos rituales dentro de los bosques de Grecia. Tú sabes, camarada, que siempre están invitados a abrir las puertas de su mente y a darse una vuelta por el lado oscuro y salvaje de la calle, de vuelta hasta el amanecer, Waiting for the Sun, en este Moonlight Drive. Pues escuchar a los Doors, y leer a José Agustín, y quizá degustar un buen toke, y la bebida o sustancia de su preferencia, en este mundo al menos, ha sido, es y será, una buena combinación para los amantes de las bellas artes con tendencias contraculturales, perseguidores de corrientes alternas, espíritus viajeros en su forma más rebelde y primordial.

ÁSS​

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