José Alfredo en el Zócalo

Doble filo

Escuchar “El rey” interpretada por mil 122 mariachis más un número indeterminado de voces anónimas es una experiencia que bien vale pagar con dos horas de espera.

Mil 122 mariachis rompen Récord Guinness en el Zócalo. (Foto: Ginnette Riquelme | AP)
Fernando Figueroa
Ciudad de México /

I

En el Zócalo de la Ciudad de México soy testigo del Récord Guinness de mayor número de músicos de mariachi entonando canciones. La marca anterior era de 700 en el centro de Guadalajara, Jalisco (2013) y en la capital del país la cifra llega a mil 122, según el dato oficial.

Se esperaba que los mariachis cantaran “Cielito lindo” y “El son de la negra”, temas que suenan de maravilla porque condensan una bucólica visión de nuestro país que a muchos jóvenes y adultos suele parecerles cursi cuando andan sobrios, pero que ya enfiestados entonan muy alegres.

La cosa no para ahí, pues escuchar “El rey” en un mítico lugar como el Zócalo es otra cosa, algo telúrico, y conste que no es una de mis canciones favoritas de José Alfredo. Sí lo son “Las ciudades”, “La media vuelta” y “Un mundo raro”, entre otras.

Resulta emocionante el show de los mariachis con la Catedral Metropolitana como marco y en teoría sin costo alguno, pero nada es gratis en la vida. ¿El precio? Una asoleada marca Acme y una larga espera.

La cita es al mediodía del domingo, pero el espectáculo musical se retrasa dos horas porque, en el mismo lugar y con distinta gente, también se programó la entrega de becas para transporte a miles de alumnos universitarios de la Ciudad de México. Al terminar ese acto oficial, la mayoría de los jóvenes y sus acompañantes se retiran de la plancha ardiente y ya no esperan a la mariachiza.

II

En la esquina de 5 Mayo y Plaza de la Constitución hay una larga fila de músicos esperando luz verde para entrar a la plancha del Zócalo. En ese sitio, el violinista Arturo Pinzón de Híjar me cuenta que pertenece al Mariachi Perla Jalisciense, liderado por él y su hermano Ernesto, ambos hijos del finado Juan Pinzón, quien durante 32 años perteneció al Mariachi Vargas de Tecalitlán.

Arturo y Ernesto Pinzón estaban destinados a ser mariachis porque, además, son sobrinos del fallecido Jesús Rodríguez de Híjar, quien dirigió durante algunos años al Mariachi Vargas y luego creó sus propias agrupaciones. Fue nada menos que el músico de cabecera de Lola Beltrán (me pongo de pie).

Debido a tales lazos familiares, Arturo Pinzón escuchó de primera mano singulares anécdotas de grandes figuras de la canción ranchera. Por ejemplo que, para un ensayo, alguna vez Pedro Infante recibió en su casa a los mariachis hablando como indito: “¡Pasen sus mercedes!”.

Los lectores ya adivinaron: en esa época, el Ídolo de Guamúchil filmaba Tizoc (Ismael Rodríguez, 1957) y se metía en su personaje casi a toda hora.

Otra historia: José Alfredo estaba componiendo “La media vuelta” y tenía problemas para redondear una estrofa en especial: “Entonces yo daré la media vuelta / y me iré… y me iré… y me iré… a la chingada”. Al oír eso, Rubén Fuentes resolvió el asunto casi de inmediato: “y me iré con el sol cuando muera la tarde”.

Arturo Pinzón opina que el más grande compositor de música ranchera es José Alfredo Jiménez, y tanto “La media vuelta” como “El rey” son canciones que nunca faltan en las presentaciones del Mariachi Perla Jalisciense tanto en México como en el extranjero.

Los mariachis se dieron cita el pasado domingo 10 de noviembre. (Foto: Quetzalli Nicte-Ha | Reuters)

III

Mientras escucho “El rey” con cientos de voces en el Zócalo de la Ciudad de México, recuerdo lo que escribió Paloma Jiménez Gálvez en MILENIO Diario: “Esta canción es eminentemente coral, por eso los espectadores la han elegido como un ritual para cada año cantarla al unísono. No hay mejor manera de participar en la fiesta que cantando. Manifestarse y ser parte del rito es el acto que nos permite vibrar en sintonía con los demás”.

En ese texto, compilado en el libro Es inútil dejar de quererte, 50 años sin José Alfredo (Madre Editorial, 2023), la hija del compositor se refiere a las fiestas de San Fermín en Pamplona, donde “El rey” aparece como un elemento profano que se entrelaza con lo sagrado.

IV

Juan Villoro escribió “El filósofo que sabía silbar”, prólogo del libro Cuando te hablen de amor y de ilusiones. El mundo y la lírica de José Alfredo Jiménez (Ediciones La Rana, 2021), también de Paloma Jiménez Gálvez.

En ese texto, Villoro apunta: “Paloma Jiménez dedica especial atención a la letra de ‘El rey’, que en modo alguno es una canción triunfal. La hija del compositor señala que lo decisivo en la pieza es el lugar psicológico desde el que es cantada: ‘yo sé bien que estoy afuera’. El supuesto monarca se dirige a alguien que llorará su muerte. Derrocado por un amor no correspondido, no dispone de más reino que el despecho. Y, sin embargo, en un intenso performance del patetismo, proclama: ‘pero sigo siendo el rey’. Esta elocuente confusión se traslada de la música a quienes la escuchan; en la confesional segunda voz, unos se desgañitan para sentirse monarcas y otros, resignados, abdican al trono que nunca fue suyo”.

V

De Carlos Monsiváis: “Paulatinamente, la dimensión oculta o minimizada de la obra de José Alfredo resulta la más favorecida, y el vocero de la lírica cantinera se vuelve el poeta de la desolación marginal”.

De Joaquín Sabina: “… porque consuela, porque acompaña, porque redime, por sus clases de llanto… por ganarle un paso al olvido, por hermosear nuestro idioma… por el mariachi, por el Tenampa, por el desgarro, por su elegancia, por su tristeza, por su alegría, porque canta como nunca, porque gana batallas como el Cid después de muerto, por su altísimo ejemplo, porque sigue siendo el rey”.

VI

Pensándolo bien, “El rey” ya es una de mis canciones favoritas de José Alfredo, el legendario compositor que ingresó al Olimpo sin necesidad de decir su apellido.

AQ

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