Diez años de saudade por la ausencia de José Saramago

Literatura

A una década de su muerte, la obra del único Nobel de Literatura en lengua portuguesa sigue vigente; la lectura de su premonitorio libro Ensayo sobre la ceguera ha aumentado durante la pandemia de covid-19.

José Saramago murió el 18 de junio de 2010. (Foto: Armando Franca | AP)
Víctor Núñez Jaime
Madrid /

La mañana del 18 de junio de 2010, José Saramago desayunó con tranquilidad en su casa de Lanzarote (Islas Canarias, España). Al terminar conversó unos minutos con su mujer, pero luego dijo sentirse un poco débil y volvió a la cama. El escritor padecía leucemia y para entonces llevaba casi tres años luchando contra ella. Pasó los últimos días de 2007 y los primeros de 2008 internado en el hospital, temiendo lo peor, pero salió y sacó fuerzas para volver a escribir. Publicó (y presentó y promocionó) Caín en 2009 y enseguida comenzó Alabardas, una novela sobre los entresijos humanos y morales de la industria armamentística. Llevaba tres capítulos escritos pero, a eso de la una de la tarde de aquel día, alcanzó a despedirse de los seres queridos que tenía alrededor y se murió. Tenía 87 años.

​Una década después, su vida y obra continúan vigentes gracias a una legión de lectores y a las distintas actividades organizadas desde Portugal por la Fundación que lleva su nombre y preside su viuda. “Yo sé que la muerte es la muerte y punto. Pero también sé que hay muchas formas de vivir en la memoria. En mi caso, yo no olvido el compromiso del hombre que fue mi marido: su intensa responsabilidad cívica y social. Y ocuparme de la Fundación es la manera de seguir trabajando en José Saramago”, cuenta a Laberinto Pilar del Río.

“Este jueves vamos a recordar lo último que escribió. Él sabía que se iba a morir y empezó con dos aventuras: una, escribir Caín, donde dejó claro que, cada vez que se mata en nombre de Dios, se hace de Dios un asesino. Y, dos: Alabardas, sobre unas personas que trabajan en una fábrica de armas sin plantearse que esas armas servirán para matar a personas como ellos. Bueno, empezó a escribir este libro, no pudo más y se murió. Dejó dicho cómo quería que acabara y luego se publicó y, este jueves, tres actores que conocen bien la obra de José harán una lectura que transmitiremos a través de la web de la Fundación”, agrega la periodista y traductora desde Lisboa, donde ha pasado la cuarentena teletrabajando.

José Saramago, primer Nobel de Literatura en lengua portuguesa. (Fundación Saramago)

José Saramago fue un escritor “tardío” pero contundente. Creció en un austero hogar de campesinos de Azinhaga, una aldea a 120 kilómetros al noreste de la capital portuguesa, y comenzó a ganarse la vida desde la adolescencia. Primero como cerrajero, luego como mecánico, empleado administrativo, editor y columnista. En 1947 publicó su primera novela, Tierra de pecado, pero pasó más bien desapercibida. Enseguida escribió otra, Claraboya, que guardó en un cajón, y durante 20 años no se animó a escribir otro libro. “Sencillamente no tenía algo que decir. Y cuando no se tiene algo que decir, lo mejor es callar”, explicaría tiempo después. Sus artículos en diarios y revistas, así como su militancia en el Partido Comunista, fueron objeto de censura y persecución. Después de la “Revolución de los Claveles”, que devolvió la democracia a Portugal, volvió a dedicarse a la literatura y no tardó en encontrar una voz propia que comenzó a atraer lectores.

Apoyó varios movimientos sociales del mundo (como el EZLN chiapaneco) y con El evangelio según Jesucristo su prestigio como escritor se volvió internacional. En 1998 le otorgaron el Premio Nobel de Literatura, siendo el primer autor en lengua portuguesa en recibirlo. “De hoy en adelante habrá un ‘mito Saramago’, como existe en torno a Fernando Pessoa, que, como todos los mitos no tiene tanto que ver con el valor de las respectivas obras como con el vacío que llenan en nuestro imaginario nacional, en busca del reconocimiento universal”, escribió entonces el filósofo portugués Eduardo Lourenço.

“Durante estos días no he pensado qué hubiera dicho José sobre la pandemia y el encierro. Porque ya lo dijo. Escribió Ensayo sobre la ceguera y Ensayo sobre la lucidez. Ahí dejó claro que, en una pandemia, no hay culpables ni responsables. En una pandemia todos somos víctimas. Eso respecto a la ceguera. Y un ciudadano lúcido no deja que atropellen a su vecino, eh. Ni al negro de la esquina”, dice ahora Pilar del Río, quien se alegra de que durante la cuarentena Ensayo sobre la ceguera haya estado en la lista de los libros más leídos.

Antes de ser trasladado a Portugal para su funeral e incineración, el cuerpo sin vida de José Saramago fue velado en la biblioteca de su casa de Lanzarote. Sus cenizas fueron depositadas al pie de un olivo frente a sede de la Fundación José Saramago en Lisboa. “Y ahí”, cuenta su compañera, “pusimos el epitafio que eligió: ‘No subió a las estrellas porque pertenecía a la Tierra’, una frase de su novela Memorial del Convento”.

ÁSS

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