I
En el Zócalo de la Ciudad de México varios héroes de la patria ven atónitos, en pantalla gigante, uno de los conciertos de Juan Gabriel en El Blanquito (“Mis 40 en Bellas Artes”).
Como parte de la iluminación septembrina, ahí están los rostros del cura Hidalgo, Morelos, Leona Vicario, doña Josefa, Flores Magón, Zapata, Carrillo Puerto, Pancho Villa, Madero, Lázaro Cárdenas y hasta Quetzalcóatl.
Tal vez en el más allá alguien les explica que Juan Gabriel atascó la Cineteca Nacional y se canceló una segunda función al aire libre que ahora se repone aquí, a lo grande (oficialmente, con 70 mil testigos).
Para ser domingo en la noche y con el Divo de Juárez muerto desde hace ocho años, no está mal el número de asistentes. Fans de todas las edades, colores y sabores corean los grandes éxitos (“Querida”, “Me gustas mucho”, “La diferencia”, “No discutamos” “”Abrázame muy fuerte”, “Así fue”, “El Noa Noa”) y se aplacan con las canciones que nomás nunca pegaron. Y claro que también se alebrestan cuando Juanga se contonea, faltaba más. Un imitador del nacido en Michoacán consigue más de quince minutos de fama con su llamativa caracterización.
Los niños vuelan papalotes, se tiran al piso, corretean y lanzan al cielo bolas de goma con llamativas luces que les acaban de comprar. Aparentemente, a los chavos les vale gorro el concierto, pero en los discos duros se les está almacenando algo que puede ser importante en el soundtrack de sus vidas.
En un momento dado, el cantautor se dirige a una cámara de televisión y dice: “Todos pueden estar conmigo en Bellas Artes”. Alguien del público grita en el Zócalo: “¡Sí es cierto!”.
Un dron sobrevuela la plancha para tomar imágenes del evento. A manera de escenografía, las viejas construcciones que representan a los poderes políticos y eclesiásticos cobijan al ídolo virtual y adoradores de carne y hueso.
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II
En 1996, Juan Gabriel celebró 25 años de carrera en el antro Baby Rock de Interlomas, en Huixquilucan. La fiesta fue para 400 invitados y uno de ellos era Carlos Monsiváis. Le pregunté en broma al escritor si cargaba con su pasaporte para viajar desde Portales. Sonrió y dijo: “Alberto es un gran compositor, un buen cantante y un excelente amigo, por eso me atreví a llegar hasta aquí”.
En su libro Escenas de pudor y liviandad, el mismo Monsiváis recreó el encuentro de Juan Gabriel y María Félix en un camerino del centro nocturno El Patio. La Doña comenta ahí: “Este muchacho es un genio. Lo digo y lo repito en todas partes. Conmigo solo ha tenido atenciones. Me canta desde que tiene 19 años. Me compuso una canción lindísima, donde me trata como la reina de los cielos”.
Juan Gabriel le susurró a María que en Ciudad Juárez la contemplaba a diario en su casa. Monsiváis explica que el Divo era dueño del célebre cuadro que le pintó Diego Rivera a la Doña.
La Félix le dice a Juan Gabriel en ese camerino que ellos dos saben que “la envidia es un aplausote”.
Monsi afirma que “un ídolo es un convenio multigeneracional, una versión difícilmente perfeccionable de la alegría, alguien que no conoce los descensos súbitos de popularidad”.
III
La primera vez que vi cantar a Juan Gabriel, en vivo, fue en la playa de un hotel de lujo en Los Cabos, Baja California. Era la noche del 23 de junio de 1994 y presentaba el disco Gracias por esperar, luego de ocho años sin grabar porque entró en pleito con su disquera por los derechos de autor.
Juanga planeó todo para que, a medio show, se asomara y luego apareciera plena en el horizonte la luna llena, duplicada en el mar, primero en color naranja y luego blanca. Algo espectacular y conmovedor. Nada mal para alguien que vivió su infancia en un orfanato y que años después estuvo preso en Lecumberri durante 18 meses.
Luego del concierto, en el que desafortunadamente cantó a media voz porque al mismo tiempo se escuchaba el disco, dio una conferencia de prensa en la que afirmó que en su vida no existía el resentimiento y que componer canciones le servía para liberarse de cualquier problema emocional.
Recordó que su primer nombre artístico fue Adán Luna (“soy lunático”) y que por eso su nuevo álbum incluía “Como la luna” y “Luna tras luna” (dos temas que al paso del tiempo no se convirtieron en éxitos, caso contrario de “Pero qué necesidad” y “Lentamente”).
Señaló que buscó el éxito conscientemente “para sacar adelante a mi mamá”. Que no escribía letras rebuscadas “porque ni yo me entendería”. “Soy vegetariano, pero mis mejores amigos son carnívoros o del PRI”. “El voto es secreto, como mi vida”.
Se le preguntó cuál era su relación en ese momento con Televisa. Respondió: “¡Ay, siempre quieren saber de Televisa! Yo no tengo problemas con nadie; no tengo exclusividad con ninguna televisora. Todo el que tiene un trabajo remunerado tiene derecho a escoger. Cuando hay exclusividad, hay un contrato”.
“Yo me presenté en Estados Unidos para ayudar, porque allá también hay fregados, y lo malo es que también hay niños. Desde mi juventud, yo le di todo a Televisa. El hecho de que yo haya trabajado a beneficio, sin cobrar un centavo, no significa que haya sido infiel, no vi nada de malo”.
“Al señor Azcárraga (Milmo) yo no lo mencioné en la famosa conferencia de prensa. A él lo he visto tres veces en mi vida: la primera fue cuando dijo que quería conocerme y yo de lindo fui a verlo. Las otras dos veces fue en reuniones anuales con sus patrocinadores”.
Juan Gabriel se refería al show que dio en 1993, en el Rose Bowl de California, transmitido por Univisión y que por eso causó enojo en Televisa (actualmente son socios). Y en la “famosa conferencia de prensa” externó frases punzantes: “Televisa no me vetó, yo veté a Televisa”; “a México se le conoce por su historia, por su música, por su arte, no se le conoce por Televisa”; “sin tener exclusividad, resulta que soy exclusivo de ellos”.
IV
La imagen que más recuerdo de un show de Juanga proviene de 1997 y canta ante diez mil personas en la Feria de Azcapotzalco, dentro de algo parecido a una gran carpa blanca de circo. El concierto va bien, pero de pronto cae un diluvio que vence algunas partes del techo y adentro todo se vuelve cascadas. Veo a un grupo de cinco o seis fans en sillas de ruedas, empapados, cantando muy felices.
V
Estando vivo, Juan Gabriel llenó el Zócalo de la Ciudad de México, el Estadio Azteca y la Plaza México. En el Auditorio Nacional dio 148 conciertos y lo vieron ahí casi un millón y medio de personas. El 10 de mayo de 2015 estuvo seis horas con quince minutos en el escenario de Reforma y nadie o casi nadie se salió antes del final, sin importar que cerraran el Metro: fue una especie de Siempre en domingo sin Raúl Velasco, con invitados variopintos y un mosaico de música y bailes latinoamericanos.
En 1988, con Verónica Castro, en Televisa, estuvo ocho horas al aire en un programa que terminó a las siete de la mañana.
VI
Alguna vez le pregunté a Jacobo Zabludovsky cuáles habían sido sus grandes fracasos en el periodismo. Con buen humor, respondió: “yo soy como los médicos, entierro mis errores”.
A pesar de lo anterior, que es buena idea en el terreno reporteril, recuerdo que alguna vez fui al palenque de Texcoco y, al término de uno de los shows de Juan Gabriel, le pedí una entrevista. Contestó que no. Al día siguiente lo volví a intentar y su respuesta fue la misma, pero en un tono que me pareció innecesario: “Aunque vengas todos los días, nuuunca te voy dar una entrevista”. Me dieron ganas de revirarle alguna frase barriobajera, pero no lo hice porque pensaba regresar al día siguiente.
No volví.
AQ