La conversación y la vida

La guarida del viento

Algún día seremos los últimos conversadores, personajes clandestinos hablando en una cueva oculta.

En este mundo hecho a la velocidad y la diatriba, ¿qué nos queda a los que nos juntamos para charlar? (Foto: Cristina Gottardi | Unsplash)
Alonso Cueto
Ciudad de México /

La conversación es un arte que toma una vida aprender. Ser un conversador pausado y ocurrente, con historias que contar y capacidad de escuchar, requiere de experiencia, atención por el otro y buen uso del idioma. El humor improvisado siempre es parte de ese intercambio. Es por eso que los que se quedan callados y los que hablan sin parar son enemigos de la conversación. Alguien debía dar un premio anual a los mejores conversadores.

Creo que la razón por la que buscamos conversar con otros es para liberarnos y para estrechar lazos. Hay un vínculo que se establece entre los conversadores, basado en la confianza. Con alguna frecuencia, en conversaciones habituales, aparecen las confesiones. Por otro lado, también son una manera de buscar algo parecido a una verdad personal. Platón escribió los diálogos de su maestro Sócrates porque sabía que la mayéutica era un modo de desentrañar las convicciones latentes. En una conversación, uno puede terminar aprendiendo o reconociendo algo.

Algunas veces, en distintas partes del mundo, he asistido a conversaciones en las que nadie nunca terminaba una frase. Cada vez que alguien empezaba a decir algo para dar su opinión, había alguien más que lo interrumpía. En esos casos comprendí que es mejor dar la opinión al comienzo de la oración. Decir “A mí me parece que…” era exponerse a que alguien interrumpiera.

Entre los novelistas, algunos que han llegado a hacer hablar a personas de un modo sublime. Uno de ellos es Henry James con su “método escénico”. En su novela Vox, Nicholson Baker cuenta una historia recurriendo a un diálogo erótico entre dos personas distantes. Las voces del intercambio entre ellos es el único mecanismo por el que conocemos a los personajes. En uno de los pasajes de Rayuela, Julio Cortázar ironiza una conversación en “Diálogo típico entre españoles”. Por supuesto que hay que recordar ese maravilloso entremés de Cervantes, “Los habladores”, un retrato de incontinentes verbales.

Hoy la conversación es un arte en peligro de extinción tal como lo es su expresión política, la democracia. En su campaña, Kamala Harris ofreció sentarse a conversar con sus oponentes. Donald Trump ofreció perseguirlos, más bien. Los sucesos de la campaña presidencial de Estados Unidos, las crispaciones en la política europea y latinoamericana, el surgimiento de líderes radicales, todo habla de una decadencia de la convivencia y por lo tanto de la conversación. Una buena conversación supone los principios morales de la tolerancia y la curiosidad. Pero hoy en día, la soledad de los ultras de derecha o de izquierda (si todavía cabe usar esos términos) es un destino que apunta en el horizonte de un tiempo dividido y violento. En este mundo hecho a la velocidad y la diatriba, ¿qué nos queda a los que nos juntamos para charlar? Algún día seremos los últimos conversadores, personajes clandestinos hablando en una cueva oculta. Allí seguiremos conversando, en voz baja. No vaya a ser que se entere la policía, bajo el mando de un señor de cabeza color naranja.

AQ

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