La cueva, un hogar para reconectar con la naturaleza

Entrevista

El Museo Noguchi en Nueva York revisita las propuestas de cuatro visionarios arquitectos mexicanos que muestran las ventajas de vivir bajo tierra; uno de ellos, Javier Senosiain, habla en entrevista de la vivienda subterránea.

Exterior de la Casa Orgánica de Javier Senosiain en Naucalpan, Estado de México. (Cortesía)
Laura Cortés
Ciudad de México /

“Una vez que hayamos llenado y saqueado la superficie de nuestra Tierra, tendremos que regresar bajo tierra”, sentenció el arquitecto Bernard Rudofsky (Moravia, 1905-Nueva York, 1988). Y tal parece que ese momento catastrófico ha llegado. El planeta enfrenta una emergencia medioambiental provocada por la crisis climática, la contaminación y la pérdida de la biodiversidad, entre otros factores.

Pero el también crítico cultural no se limitó a pronosticar el escenario, también escribió ampliamente sobre la solución: “la única forma de salir del laberinto humano es, simplemente, bajar a la madriguera del conejo”, esto es, volver a la vida en las cuevas, lo cual para este visionario arquitecto no es una utopía ni implica un retroceso. Así lo demostró en su libro Los constructores prodigiosos: notas para una historia natural de la arquitectura al documentar con ejemplos antiguos y modernos, los beneficios de habitar las cuevas.

Rudofsky no ha estado solo en su propuesta, creadores de diferentes épocas han compartido la idea de que el regreso a los orígenes no solo es posible, sino urgente y necesario. Bajo esta premisa e inspirado en las ideas de Rudofsky, el Museo Noguchi, con sede en Nueva York, presenta actualmente la singular exposición Elogio de las cuevas: proyectos de arquitectura orgánica de México de Carlos Lazo, Mathias Goeritz, Juan O'Gorman y Javier Senosiain, la cual permanecerá abierta hasta el 26 de febrero de 2023.

En la presentación, el recinto neoyorquino explica que “a medida que la crisis climática se acelera, junto con otras señales aterradoras de que hemos destrozado, quizás, irreparablemente nuestra relación con la naturaleza, las visiones de estos artistas arquitectos nunca ha sido más pertinente”.

Como una metáfora para reevaluar nuestro lugar en el mundo, el Museo Noguchi se transformó temporalmente en un espacio subterráneo donde se exhibe una selección de proyectos de estos cuatro arquitectos futuristas que exploran la adaptación de las estructuras naturales a la vida moderna, muestran los beneficios ambientales de mudarse bajo tierra y plantean este retorno como la vía para que la humanidad “se reconecte con la felicidad de vivir en armonía con la naturaleza”.

En la galería principal del museo se recrean las obras más representativas de uno de los mayores exponentes de la arquitectura orgánica en México, Javier Senosiain (Ciudad de México, 1948), de quien se presentan los modelos de Casa Orgánica, la primera vivienda que construyó para sí mismo y que habitó durante varias décadas; y el Nido de Quetzalcóatl, un parque residencial que cada vez cobra más renombre por su particular arquitectura.

Modelo de El Nido de Quetzalcóatl, fabricado por Enrique Cabrera Espinosa de los Monteros. (Cortesía: Javier Senosiain / Arquitectura Orgánica)

—¿Cuál es la importancia de la cueva en el contexto arquitectónico?

La cueva es un refugio. Durante la época primitiva el hombre se refugiaba en cuevas orientadas de norte a sur para que en el invierno tuvieran más calor y también para protegerse de los animales.

Imaginemos, por ejemplo, al hombre de Neandertal en una cueva, en el centro cava un foso de unos tres metros de diámetro y prende una fogata. La lumbre le sirve no solo para alumbrar su espacio, le sirve para ahuyentar a los animales, para calentar su comida y le da esa sensación de calidez. La cueva es ese espacio donde el ser humano se siente protegido.

Esta exposición es un regreso a nuestros orígenes: a la cueva. Pero de alguna manera, demuestra que “el retroceso también es progreso”. La arquitectura orgánica toma en cuenta las condicionantes geográficas y también las culturales. Durante la pandemia, cuando estuvimos más tiempo en las casas, nos dimos cuenta de la importancia que tienen aspectos como la luz y la ventilación natural.

—Usted es el único arquitecto vivo de los cuatro que participan en Elogio de las cuevas, ¿cómo se relaciona su obra con la de ellos?

El común denominador entre los cuatro son las cuevas, aunque cada uno con su propio estilo. Mathias Goeritz, mexicano de origen alemán, realizó gran parte de su obra en México, pero antes formó en Santillana del Mar, en España, un movimiento al que llamó la Escuela de Altamira, por su cercanía con las Cuevas de Altamira, que se inspiraba en esas formas ancestrales, los miembros de ese grupo se consideraban “los nuevos prehistóricos”.

El Museo Noguchi nuestra una representación de la escultura que diseñó para el museo El Eco, en la Ciudad de México, una enorme serpiente que simboliza el camino para volver a conectar con la Tierra. Mathias Goeritz fue mi maestro, conviví mucho con él. Era una persona muy generosa que motivaba muchísimo a sus alumnos.

Carlos Lazo era un gran planeador. Supo aprovechar los recursos naturales para crear espacios subterráneos habitables a los que llamó “cuevas civilizadas”, como la que hizo en Lomas de Chapultepec. Hay un texto en el que Diego Rivera habla sobre esas construcciones y dice que Lazo encontró la cueva para que la gente viva y goce más.

La exposición muestra un modelo y los planos de la casa-cueva que O’Gorman construyó para su familia. Influenciado por Frank Lloyd Wright construyó esa vivienda subterránea con piedra volcánica en el Pedregal de San Ángel.

Él ha sido el arquitecto más funcionalista que ha habido en México, estaba muy adelantado a su tiempo y tuvo conciencia del tema ecológico desde hace más de setenta años, sus pinturas muestran la problemática relación de la humanidad con la Tierra, pero se decepcionó del mundo y decidió no seguir con la arquitectura. Finalmente, esa decepción lo llevó al suicidio.

Maqueta de 'La Serpiente de El Eco', de Mathias Goeritz. (Noguchi Museum)

—¿Cómo fue que usted se interesó por la arquitectura orgánica?

Desde que salí de la escuela. Mi tesis fue un centro cultural y deportivo en el que proyecté espacios ortogonales. Empecé a buscar las formas curvas. Yo tenía algunas inquietudes y todo lo que veía lo relacionaba con curvas. Así llegué a la conclusión de que todo puede ser curvo, desde unos lentes, un ring de box, hasta una cancha de futbol. Llegué a la conclusión de que las rectas también tienen problemas estructurales, pero una bóveda tiene el doble de resistencia y una cúpula, el triple.

Cuando empecé a construir la Casa Orgánica ya había hecho una gran investigación. Decidí concentrar toda esa información en once carpetas que se relacionaban con la naturaleza y con lo orgánico y me fui por ese camino. Los espacios curvos son más humanos.

—Algunos consideran un retroceso la idea de vivir en cuevas, pero usted es un defensor de este concepto, ¿cuáles son las ventajas de mudarse bajo tierra?

Una de las grandes ventajas es que las cuevas son espacios más abrigadores porque toman en cuenta al ser humano. Los espacios curvos dan la sensación de abrigo, son más cálidos. Hay muchos ejemplos en la naturaleza. El molusco hace su concha de acuerdo con su cuerpo, el conejo también adapta su madriguera a la forma de su cuerpo; el ave macho va por los materiales para el nido y la hembra lo moldea para que se adapte a sus necesidades.

La principal ventaja de la arquitectura orgánica es que crea espacios que se adaptan al ser humano y son casas en las que se siente una gran tranquilidad. Estructuralmente se emplea menos material, no se usa tanto concreto armado.

Otra gran ventaja es que es un magnífico aislante térmico y acústico. La tierra es un material excelente que permite eliminar el aire acondicionado, lo que reduce la contaminación. El pasto, los arbustos y los árboles producen oxígeno y este rechaza la contaminación, así se crea un microclima que filtra el polvo y el dióxido de carbono, logrando temperaturas de entre 19 y 21 grados. Las cuevas son frescas en verano y cálidas en invierno.

Este tipo de casas son refugios de distintas clases. Por su forma libre y por estar enterrada ofrece resistencia al viento y al mismo constituye un refugio antisísmico, para ejemplificarlo: llenas una caja de zapatos con arena y colocas en el interior un cascarón de huevo, después sacudes la caja simulando el peor terremoto de la historia, verás que al sacar el huevo está intacto. Así sucede con una casa subterránea.

Además, en el caso de las cuevas, como tienen vegetación arriba de la construcción, uno se puede dar el lujo de sembrar sus propias hortalizas.

—Una de las objeciones más frecuentes es el costo, ¿qué tan caro es construir de manera orgánica?

Los proyectos orgánicos pueden desarrollarse en cualquier lugar porque se adaptan a las condiciones geográficas y lo ideal es usar materiales de la región: madera, piedra, tierra. En algunos casos, el costo puede ser, tal vez, un 25 por ciento más alto que en la construcción convencional, pero esto es porque en las casas orgánicas los muebles están integrados a la construcción. Es otra manera de ver la arquitectura.

—¿Qué es la arquitectura orgánica: moda, tendencia o necesidad?

Es una necesidad. Durante la pandemia estuvimos más tiempo en casa y eso nos hizo poner más atención al tema ambiental. Es una tendencia que llegó para quedarse, por lo menos las ecotecnias deben quedarse. Este tipo de arquitectura viene desde la época primitiva, tenemos como ejemplos los iglús, las cuevas de Capadocia, las viviendas de los tarahumaras en México, pero todavía existía ese contacto con la naturaleza, no se le agredía como sucedió a partir de la Revolución Industrial.

La arquitectura orgánica se conoce mucho más ahora por los proyectos a gran escala que han realizado arquitectos como Zaha Hadid o Norman Foster, pero los jóvenes arquitectos empiezan a interesarse en esta arquitectura. En México ya hay algunos proyectos y el día de mañana vamos a tener, como en todo, arquitectura orgánica buena, mala y regular.

Hace unos cuarenta años, en una conferencia en Colorado, Mathias Goeritz decía que era como un tren que lleva cierta velocidad y apenas estamos metiendo el freno, así pasa con la arquitectura, todavía va a seguir cierta inercia para lograr frenar la contaminación y todos los problemas que tenemos.

Yo sí creo que es una necesidad. Necesitamos un cambio lo más rápido posible. La gran ventaja es que ya hay más conciencia de los problemas ambientales. En 1984, cuando construí la Casa Orgánica, y mi familia y yo nos mudamos ahí, a muchos no les gustaba, aunque a otros sí, pero me he dado cuenta de que ahora sobre todo a los niños y los jóvenes les llama mucho la atención.

—La Casa Orgánica y el Nido de Quetzalcóatl son visitadas constantemente por personalidades como Dua Lipa o Rosalía, ¿qué significa eso para usted?

Lógicamente me da mucha satisfacción. Veo que a la gente le gustan mucho y están muy contentos cuando están en esos espacios, como pasó con estas cantantes que estuvieron en la Casa Orgánica y en el Nido de Quetzalcóatl. Me da mucho gusto que sea algo que le guste a cualquier persona, de cualquier lugar del mundo. Al final de cuentas somos terrícolas y somos humanos.

Modelo de la Casa-cueva de Juan O'Gorman. (Noguchi Museum)

AQ

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