'La distorsión': un llamado a la impureza de las formas

A fuego lento

En su nuevo libro, Rafael Toriz muestra un impecable ritmo narrativo, alimentado por una proclividad por la ironía.

Detalle de portada de 'La distorsión' (Literatura Random House)
Roberto Pliego
Ciudad de México /

En algún momento de La distorsión (Literatura Random House), el narrador, a quien identificamos con el mismo Rafael Toriz, confiesa: “La escritura es siempre lo que sobra, sólo lo que sobra y nada más que lo que sobra de la experiencia. Lo esencial está en la vida”. Curiosa declaración de principios, sobre todo si reparamos en que se ha pasado media novela intentando bosquejar su autobiografía, es decir, intentando acreditar su experiencia.

Aunque recrea algunos pasajes de la niñez y los años formativos del narrador, La distorsión no es otro ejemplar de la llamada autoficción. De hecho, podría leerse como una beligerante diatriba contra este artículo de moda. Si por sus páginas desfilan cuatro generaciones arraigadas en la Huasteca veracruzana y más tarde en Xalapa es porque alienta el propósito de dudar de la memoria —y de su cómplice, la escritura— como depositaria de todo lo vivido, sentido y deseado. Solo podemos aspirar a expresarnos en jirones o acaso a través de una lente capaz de ofrecer una imagen deformada por el paso del tiempo. Escribir sobre uno mismo sería así un llamado a la distorsión.

Toriz muestra un impecable ritmo narrativo, alimentado por una proclividad por la ironía —apenas cultivada en la novela contemporánea—, pero también se mueve con tino cuando desvía el curso de sus recuerdos hacia el ensayo. De magnífica escritura, La distorsión exhibe también una penetrante y mordaz solvencia reflexiva. De hecho, conjeturo que los sucesos contados —el bautizo musical, los primeros escarceos sexuales, la noche fallida en la arena de lucha libre, el taller de electricidad, el grupo de música folclórica—, a pesar de que representan el tronco de la novela, son en realidad un pretexto para incluir ese insólito cuaderno de apuntes en mitad de la trama, un manojo de ideas que alcanzan las cumbres del aforismo.

El estado natural de La distorsión se presenta así como la conciencia exacerbada del acto de la escritura. Toriz sugiere, y en ocasiones declara abiertamente, que una novela es más auténtica en la medida en que abre paso a la cavilación y no se deja arrastrar por la corriente salvaje de los acontecimientos. Pero no vaya a creerse que La distorsión es un ejercicio onanista del tipo “escribo que escribo acerca del significado de escribir”. Es un llamado a la impureza de las formas y a la vez un intento de sobreponerse al caos de la vida.

ÁSS

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