La isla fantasma de Stevenson

Personerío

José de la Colina nos lleva a conocer los sorprendentes personajes, llenos de humanidad, de Robert Louis Stevenson

La isla del tesoro reside en nuestro corazón, ahí desarrolla sus fantasmas adorados y acaso adorables
José de la Colina
Ciudad de México /

Una de las leyendas que persisten acerca de un gran escritor, Robert Louis Stevenson, es la que lo presenta distrayéndose él mismo de su manuscribir y dejando que la pluma se entretenga haciendo al margen del texto un dibujo cualquiera que obedece a su desvarío momentáneo y no pretende tener una forma precisa. Así, el gran narrador se entrega a su fantasma plástico sin buscar un pretexto o un asunto que tenga alguna pretensión salvo la de distraerse precisamente. Es de este modo como a la izquierda de su texto y mientras hacía este dibujo brota un fantasma que resultaba ser, poco más o menos, una isla. Es ese dibujo del que surgió el libro prodigioso, entonces se titularía El cocinero marino, aunque sea un título anodino.

Se conoce el argumento muy simple y casi habría que decir simplón de La isla del tesoro. Fue para aplicar esa contrahecha isla que Stevenson concibió su relato en largas noches de invierno que dedicaba a seducir contando historias a gente menuda y a los isleños del lugar donde había elegido su última estadía. Así surgió un grupo de personajes que están presididos por la figura de John Silver el Largo que es lo que hoy llamaríamos un villano atractivo. No imaginó, al ritmo de su invención oral, un mundo de buenos y malos, sino un personajerío multicolor en el que destaca el llamado cocinero que el originador mueve como en un teatro de títeres. Stevenson no pone acentuación moral en ninguno de sus relatos, ni siquiera en el que más se prestaría a ello, El misterioso caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde, donde el problema del bien y el mal se transmuta en un juego de contrastes que los seres por él imaginados viven en una peripecia fantástica que se acerca a lo que hoy llamamos ciencia ficción. Para el novelista que ante todo quiere entretener finamente a su público, Larsen es una pieza más que en su girar evolutivo es a veces un canalla y a veces un buen compañero de viaje y de juego. De este modo, La isla del tesoro es, antes que nada, un “entretenimiento” en que lo que mueve el asunto son las variantes que un ser humano puede tener a nuestros ojos.

Larsen, el pirata cocinero, surge así de la narración como un ente que se nutre de una prosa magistral para tomar proporciones épicas. Adorado por el niño que resulta ser el narrador adulto de la novela, Larsen despliega su seducción lo mismo si se mueve hacia el mal que hacia el bien o la simpatía. Es una de las creaciones “humanas” más satisfactorias y gran parte del encanto que el libro desplegó se debe a él.

La pluma de Stevenson es todoamparadora; lo mismo ampara al bueno que al malo y aquí encontramos una de las llaves de su encanto como escritor: la literatura aparece como un juego en que los lectores o los oyentes se pierden buscando su propia aventura. La isla del tesoro reside en nuestro corazón, ahí desarrolla sus fantasmas adorados y acaso adorables. La literatura es un juego para Stevenson, un juego al cual el tusitala enfoca todo su saber y origina un mundo en que lo “humano” gira causando como la piedra arrojada al lago causa cada vez mayores y más delicadas circunferencias.




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