La moda estoica

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¿Placer o deber, con qué se guía uno? Parece que al epicureísmo de los noventas le llegó la hora de pagar sus excesos.

Durante la pandemia, las 'Meditaciones' de Marco Aurelio incrementaron 28% sus ventas; las cartas de Séneca a Lucilio, 42%.
Julio Hubard
Ciudad de México /

A veces, las disciplinas filosóficas deciden ganarse el pan haciendo trabajo eventual en otros lados. Y les va mejor, en términos de ingresos y ventas. Casi siempre hay una tendencia más o menos filosofante en boga, como hoy les da a Harari o Han para hacerse muy famosos y mediáticos, pero de vez en vez sucede con antigüedades.

En los años noventa fue muy divertido observar la eclosión, como fuego de artificio, de Baltasar Gracián (1601-1658) entre casabolseros neoyorkinos. Una traducción al inglés del Oráculo manual y arte de prudencia se transformó de lo que era –“laberintos, retruécanos, emblemas, /helada y laboriosa nadería”, como dice Borges en su poema “Gracián”– en un best seller que le franqueó el acceso al altar del dios de los mercados y las estrategias bursátiles, junto a Maquiavelo y Sun Tzu. “Un Maquiavelo con ética”, dijo un famoso reseñista. Doble error: suponer que Maquiavelo carecía de moral o que Gracián entendía por política lo mismo que un renacentista de una ciudad-estado, libre y civil. Gracián es un enredo clarísimo. Son cosas de la España sorprendentes. Como que el palacio de El Escorial sea un monumento a la frugalidad, o que Gracián sea escueto, y hay quien dice que lacónico. Pero esas son paradojas sólo si se les mira fuera del tiempo. En la dinámica de la vida, como una moneda que da vueltas, si se le ve de un lado es un gran pensador y un escritor misterioso y preciso; si se le ve del otro, queda lo que dice Borges en su poema: una “veneración de las astucias”.

En todo caso, aquellos cientos de miles de ejemplares que se vendieron entre la gente de Wall Street, fueron todos de un libro que sirve justo de eso: un oráculo manual, una colección de aforismos oscuros y luminosos al mismo tiempo, y su uso se parecía al del I Ching: me hago una pregunta, abro el libro al azar y me ofrece una dirección de pensamiento calculador, estratégico. El azar no es lo mismo que la Fortuna, ni el cálculo puede remedar la discreción o la prudencia,y no hay modo de explicar a un acólito de la codicia que Gracián quiso dejar atrás la cortesía renacentista para construir un arte de vivir y ya no una exhibición de buena crianza y buenos modos.

Con todo, el fuego de artificio de Gracián entre casabolseros no es tan intrigante como la actual boga de la filosofía estoica. Por distintos lados, de muchos modos, venía oyendo cosas sueltas por acá o allá. La curiosidad me llevó a un artículo de Shayla Love, en Vice. Resulta que, durante la pandemia, los dueños de las empresas y los CEO se han cogido de la filosofía estoica como de una cuerda de salvamento. Las Meditaciones de Marco Aurelio incrementaron 28% sus ventas; las cartas de Séneca a Lucilio, 42 %. Eso, en papel. En versión electrónica, el incremento va en 356%. Y es peculiar porque, de los mundos filosóficos, los hay que sólo son habitables de modo mental, otros sugieren y sancionan prácticas, pero el pensamiento estoico no tiene gran cosa si no es también una práctica. De hecho, es una práctica con predicados de sabiduría.

Aunque inicie como moda, que cunda el apego al pensamiento estoico es un salto cualitativo respecto de tanto libro de autoayuda, tanto coaching, y ese mundo que venera los liderazgos. De entrada, tan estoico el esclavo Epicteto, como el adinerado Séneca o el mismísimo emperador Marco Aurelio.

En español tenemos una versión excelente de las Meditaciones de Marco Aurelio (UNAM), hecha a su vez por un estoico admirable, Antonio Gómez Robledo, que no se cansaba de recomendar la obra a todo mundo, ni de regañarnos, a quienes fuimos sus discípulos. Otra grata compañía es Pierre Hadot, ¿Qué es la filosofía antigua? (FCE). Sigue el modelo tradicional que contrapone epicúreos y estoicos, pero interviene y acorrala las tentaciones especulativas refiriendo ambas tradiciones según el modo de responder a dos cuestiones prácticas. Puestos en el mundo, tenemos que elegir entre distintas ofertas del bien. Para los epicúreos (conste que reduzco), la elección es la del bien posible, según la experiencia real que, a su vez, se remite al cuerpo. En consecuencia, los epicúreos eligen el placer. Los estoicos están persuadidos de que su experiencia es “la situación trágica del hombre condicionado por el destino” y, necesariamente, su elección es el bien moral: la virtud, el deber. ¿Placer o deber, con qué se guía uno? Parece que al epicureísmo casabolsero de los noventas le llegó la hora de pagar sus excesos.

AQ

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