En una ocasión, Oscar Wilde almorzaba con un conocido que pensaba que todo trabajo intelectual era ligero e inútil. “Y bien, ¿qué ha hecho usted hoy?”, le preguntó el hombre. “Bueno, pues esta mañana he trabajado mucho. Quité una coma”, le contestó Wilde. El hombre sonrió con sorna. “¿De veras? ¿Es todo lo que hizo?” “No”, contestó Wilde. “Después de una ardua reflexión, por la tarde la volví a poner”.
Esta famosa cita, que muestra que Wilde era un contador de anécdotas que escondían verdades profundas, podría haber formado parte de Cómo la puntuación cambió la historia, (ediciones Godot de Buenos Aires) del escritor noruego Bard Borch Michalsen. Se trata de un libro breve, lleno de datos, con toques de humor. Michalsen resalta el papel histórico que jugaron los signos de puntuación en el desarrollo del lenguaje escrito y por lo tanto en la historia del pensamiento. Al leerlo, podemos concluir que nuestro modo de pensar está condicionado por los lugares donde debemos poner puntos y comas.
Hace aproximadamente cinco siglos, los signos de puntuación quedaron establecidos, tal como los conocemos hoy. Fue gracias a esa evolución que los libros impresos tuvieron su desarrollo. Michalsen nos recuerda que durante la Edad Media, los textos se hubieran presentado sin puntuación, es decir: “LOSTEXTOSSEHUBIERANPRESENTADO COMOHASTAFINALESDELAEDADMEDIA”.
En la historia de la puntuación, según Michalsen, hay dos héroes notables. Uno de ellos es Aristófanes de Bizancio (257-180 A.C.), director de la Biblioteca de Alejandría. Aristófanes (nada que ver con el famoso comediante griego), desarrolló el primer sistema de puntuación y un patrón de acentos. Siendo el griego un idioma muy musical, los matices y la entonación se trasladaron del lenguaje oral al escrito.
El héroe moderno de la puntuación es, sin embargo, Aldo Manuzi, quien había dedicado su vida a la gramática y la filosofía antigua. Manuzi llegó a Venecia en 1489, en el apogeo político, económico y cultural de la ciudad. En un ambiente inspirador aunque también amenazado de guerras, Manuzi concluyó que debía contribuir a la difusión de los libros como un antídoto de la afición a las armas. Por lo tanto, creó un sello editorial, Aldine, que publicó más de ciento treinta libros. Poco después del invento de la imprenta, se iniciaba un proceso de difusión de la palabra escrita. Según Michalsen, Manuzi fue a la cultura escrita lo que Steve Jobs a la cultura digital. Venecia y también Florencia, las Sillicon Valley de entonces, fueron centros de ese proceso.
De todos ellos, la coma (que viene del griego komma), es el signo de uso más discutido. El punto seguido no convoca tantas polémicas sobre su uso. Mención aparte merece el punto y coma, que Hemingway despachó como “femenino”. Por otro lado, en torno a la coma se han decidido duelos, contratos y muertes. La ejecución de Roger Casement, por ejemplo, fue consecuencia de la interpretación de una coma por un juez. Al terminar de leer el libro, insistimos en que Wilde había trabajado mucho aquel día.
AQ