Keegan y Lee: narrar desde las islas

Literatura

Al cuento no le hace falta la extensión de la novela para explorar con la misma complejidad la experiencia humana, tal como lo demuestra la escritura de estos autores.

Tom Lee y Claire Keegan. (University of London / Faber & Faber)
Mauricio Montiel Figueiras
Ciudad de México /

El debut cuentístico de la escritora irlandesa Claire Keegan (1968) cosechó elogios de diversos autores y medios a ambos lados del Atlántico. No es para menos: se trataba de la llegada de un talento deslumbrante al sobrepoblado panorama literario en lengua inglesa.

Compuesto por dieciséis textos que funcionan como otras tantas piezas de insuperable relojería narrativa, Antarctica (1999) es uno de esos libros que constatan una vez más que cuando se trabaja con excelencia y minuciosidad el relato no pide absolutamente nada a la novela, esa hipotética monarca encumbrada por el mercado editorial.

Desde el cuento que abre y da título al volumen, y que retrata con una frialdad escalofriante las consecuencias del amorío incidental que una madre de familia entabla con un hombre desconocido, Keegan evidencia una aptitud especial para lo perturbador, lo perverso y lo trágico que se irá desplegando en muy distintas gradaciones a través de casi doscientas páginas. Sea el adulterio aceptado por una mujer mítica que espera a su amante casado en el último día del siglo veinte (“Love in the Tall Grass”), el ligue cada vez más enrarecido entre dos extraños que se consuma en el bochorno sensual de Nueva Orleans (“Ride If You Dare”), el horror de una familia sometida a una monstruosa invasión de cucarachas que demuele el orden doméstico (“Burns”, una de las joyas más oscuras del libro), la venganza perpetrada por una mujer que busca dar rienda suelta al odio acumulado contra su hermana (“Sisters”) o el duelo de un niño que carga con la culpa por la muerte de su madre (“The Burning Palms”, que cierra con la imagen terriblemente bella de una casa que arde en una llanura tormentosa al anochecer), los temas elegidos por Keegan ahondan en la naturaleza humana para exponerla en toda su complejidad salvaje y patética pero no por ello menos luminosa.

Sostengo que la lectura de Antarctica debería volverse obligatoria tanto para los amantes del relato breve como para aquellos que asientan estúpidamente que la novela es la reina absoluta de la literatura: su autora nos entrega un dechado innegable de maestría prosística.

El siguiente libro de relatos de Keegan la ratificó como una de las mayores artífices del cuento contemporáneo. Ocho años después de Antarctica, la escritora regresó a la Irlanda rural que la vio nacer y crecer —fue criada en una granja de Wicklow, una localidad ubicada en la costa central del condado del mismo nombre— para engarzar siete piezas de elegante factura literaria bajo el título de Walk the Blue Fields (2007). La promesa perfilada en aquel primer volumen se cumple cabalmente en esta segunda colección gracias a un oficio indudable que permite alternar giros lingüísticos propios de la Irlanda profunda con una prosa no exenta de altura lírica que examina los entresijos de personajes sometidos a un entorno hermoso aunque áspero, sujeto permanentemente a los caprichos rudos de los elementos.

Del incesto expuesto con sutileza pero sin tapujos en “The Parting Gift” —un tema ya explorado en el fabuloso texto final de Antarctica— a los amoríos desgraciados con sendos sacerdotes que constituyen los núcleos dramáticos de “Walk the Blue Fields” y “Night of the Quicken Trees” —verdaderas proezas del género cuentístico—, del matrimonio condenado al fracaso que se intenta sobrellevar mediante una relación adúltera en “The Forester’s Daughter” —otro de los tesoros del libro— a las entretelas del trabajo escritural efectuado en la casa de campo de Heinrich Böll que se yergue al centro de “The Long and Painful Death”, Keegan demuestra una habilidad fascinante para transmitir emociones enmarañadas con escasas pinceladas narrativas: “Stack rio. Era una risa extraña, más próxima a la tristeza que a la alegría. Por un instante ella imaginó su vida y sintió lástima por él. ¿Alguien habrá sabido alguna vez qué experimenta otra persona?” Con una potencia notable que cabría resumir en el fuego que consume una casa en medio de la noche —una imagen que halla eco en uno de los mejores textos de Antarctica—, Walk the Blue Fields certifica a Keegan como una autora a quien hay que seguir o más bien leer de cerca y ello se reitera con Foster (2010) y Small Things Like These (2021), sus dos novelas cortas: la primera ha sido llevada al cine por Colm Bairéad con el título de The Quiet Girl (2022), mientras que la segunda resultó finalista del prestigioso Premio Booker.

Con una experta mirada gótica, Small Things Like These capta una vida pueblerina ensombrecida por la presencia de una de las abyectas Lavanderías de la Magdalena, asilos administrados por órdenes religiosas que operaron en Irlanda entre el siglo dieciocho y mediados del siglo veinte con la supuesta misión de albergar a mujeres “caídas” —se calcula que el total histórico podría rebasar las treinta mil internas— que en realidad eran explotadas y maltratadas. Contrario a lo que exige el mercado editorial, Claire Keegan ciñe una crónica estremecedora de abuso y empatía a un centenar de páginas ya que sabe perfectamente bien que la novela es el territorio no de las demasiadas palabras sino de las palabras bien utilizadas. Hay que celebrar el arrojo de esta autora que con apenas cuatro libros* ocupa ya un lugar de importancia en el horizonte literario de hoy.

Por su parte, Tom Lee (1974), escritor y académico británico, publicó su debut narrativo en 2009. Recibí el libro como obsequio en 2015 durante una visita que el autor hizo a la Ciudad de México en el marco de una serie de eventos organizados en conjunto por el British Council y la Coordinación Nacional de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes, misma que yo encabezaba en ese entonces, y no me había dado el tiempo para leerlo hasta que se presentó el encierro pandémico.

Reunión de doce textos impecables y a veces implacables, algunos de los cuales ya habían aparecido en revistas influyentes como Granta y Zoetrope: All Story, entre otras, Greenfly es uno de los mejores despliegues de sagacidad cuentística con que me he topado en el panorama actual de la ficción producida en el Reino Unido. Esto que puede sonar a hipérbole es fruto del júbilo que me produjo encontrar a un colega con quien comparto ciertas estrategias escriturales y una decidida inclinación por la inquietud que se cocina a fuego lento, mediante detalles que se acumulan en atmósferas ordinarias que comienzan a acusar un resquebrajamiento que refleja las grietas interiores de los personajes y posibilita en mayor o menor grado la irrupción freudiana de lo siniestro.

Dueño de un amplio registro estilístico con el que transita de lo histórico a lo contemporáneo sin incurrir en tropiezos, Lee estructura relatos que funcionan de manera soberbia y que por lo general concluyen con finales abiertos y abismales como los que James Joyce, a quien se alude en “The Good Guy” —una de las maravillas del volumen—, puso en práctica en su obra maestra Dublineses (1914). Esto ocurre en varios de mis cuentos favoritos, por ejemplo “Berlin”, donde un adulterio revela consecuencias insospechadas durante un viaje matrimonial; “Greenfly”, donde una infestación de insectos manifiesta la descomposición de una pareja; “The Ice Palace”, donde la obsesión de un hombre por una mujer redunda en un fiasco absurdo; “You Must Change Your Life”, donde la aparición de objetos al parecer inconexos en un jardín abre las puertas de la alteración y la fractura mental, o “San Francisco” y “Border”, ambientados en sendos países latinoamericanos y protagonizados por seres marginales que deben enfrentar situaciones límite. Admirable de principio a fin por su propuesta tanto argumental como prosística, Greenfly descubre a otro talento insular que hay que mantener a la vista.

En 2017 Lee se estrenó en campo novelístico con una sorpresa sobrecogedora. Con una premisa claramente kafkiana, The Alarming Palsy of James Orr (2017) se plantea como una indagación de las pequeñas fisuras que van cuarteando la fachada de la cotidianidad hasta develar las tinieblas que se agazapan tras ella: una mañana, al cabo de una serie de noches intranquilas por las que su esposa lo ha condenado a dormir en el cuarto de huéspedes, el personaje que da título al libro despierta convertido en un hombre monstruoso debido a la parálisis de Bell que le ha congelado el lado izquierdo del rostro en una mueca grotesca, escindiéndolo y provocando un estupor que irá en aumento entre la gente que lo rodea. Esta escisión fisiológica, que remite por supuesto al asunto añejo del doble y en especial a la duplicidad que Robert Louis Stevenson explora en El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde (1886), deriva con el paso de los días en una fragmentación mental con todas las de la ley que transformará al protagonista en un auténtico prisionero del idílico complejo suburbano próximo a Londres en el que vive con su familia y que evoca los macabros falansterios modernos que J. G. Ballard patentó en varias de sus grandes novelas.

Con una prosa diáfana que permite atisbar la oscuridad que va conquistando la trama como si se tratara de una tempestad incubada insidiosamente en el horizonte, Tom Lee captura con precisión el paulatino derrumbe psíquico de un individuo en apariencia anodino que empieza a localizar los vastos depósitos de rencor y violencia que anidan en su interior. The Alarming Palsy of James Orr es la ratificación de un ingenio narrativo que sabe cómo descolocar al lector a través de un sentido de la perturbación que echa por tierra lo que se creía bien cimentado en la realidad nuestra de cada día, esa construcción cuya fragilidad es mayor de la que nos atrevemos a concebir.


Los cuatro libros de Claire Keegan han sido traducidos al español por la editorial argentina Eterna Cadencia: Antártida, Recorre los campos azules, Tres luces y Cosas pequeñas como esas.

AQ

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