La vida, la obra, la escritura y, sobre todo, la experiencia interior de Teresa de Ávila, han inspirado numerosas evocaciones artísticas y en el bellísimo libro De Santa Teresa, (La Rosa Blanca, 2017) se reúne el talento de dos poetas, Minerva Margarita Villarreal y José María Muñoz Quiroz, así como del pintor y escultor Antonio Oteyza, para hacer la aproximación y homenaje a su figura.
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Sabemos que Teresa, la ulterior santa, es una niña que nace en la ciudad de Ávila en 1515, que se impregna tanto de devoción católica como de novelas de caballerías (existe la leyenda de que escribió una) y que fantasea tanto con penitencias y cruzadas como con hazañas y amoríos. Tempranamente huérfana de madre, conforme va creciendo su inteligencia, su independencia y su gusto por los cosméticos alarman al padre viudo que manda a la precoz adolescente a un convento. Luego, la proximidad de un tío beato y la enfermedad (el miedo a la finitud) la hacen buscar la infinitud. Ya segura de su vocación (“Bien sé que dejar la oración no era ya en mi mano porque me tenía con las suyas el que me quería para hacerme mayores mercedes”), decide profesar como monja. Sus trances, visiones y traslaciones dan cuenta de una experiencia perturbadora y desbordada, pero, a la vez, adquieren una inmediatez y verosimilitud asombrosas. Por supuesto, esta expresión tan apartada de la ortodoxia no deja de ser peligrosa y la “alumbrada” monja, amén de que es vigilada por la Inquisición, llega a temer ella misma una trampa diabólica en tan potentes efusiones. Si su fe se manifiesta poderosamente en lo interno, también ocurre en lo externo, cuando decide restaurar la regla primitiva (absolutamente austera y rigurosa) de la orden carmelita, predicando la transformación por el ascetismo y combatiendo a su odiado Lutero con una vuelta a los orígenes. Por lo demás, Teresa pertenece a esas personalidades religiosas que combinan su ardor místico con su pragmatismo y, en el torbellino de actividad mundana y refriega política, escribe sus obras místicas y poéticas más hondas.
Siglos después, Minerva Margarita Villarreal, José María Muñoz Quiroz y Antonio Oteyza evocan cada uno a su manera su Santa Teresa. La versión de Minerva Margarita Villarreal, “Aparecida”, es una composición larga, de gran intensidad, que juega con los extremos de la mística y la violencia y mezcla los paisajes de Ávila y las evocaciones de la mística, con la Santa Teresa delirante que ideó Roberto Bolaño para hacer su representación del mal en la frontera o con los paisajes desérticos y expiatorios, plagados de osarios, del Norte de México. Se trata de una lectura audaz, de lúcida y desgarradora actualidad que amalgama la asunción festiva de la fe, con la vorágine de la violencia y sus ríos de sangre y amontonamiento de cadáveres. El resultado es un poema de largo aliento que oscila entre la iluminación y la crueldad y que, en sus mejores momentos, fusiona estas formas de conocimiento y salida de sí. Como lo sugiere este poema, en los momentos límite, cuando no hay palabras que puedan nombrar la barbarie y el dolor, el silencio de la fe se vuelve más significativo y pleno de respuestas.
Por su parte, en “El centro del centro”, el poeta Muñoz Quiroz evoca, homenajea y parafrasea diversos parajes de alcanza una melodía suave y lenitiva, grata al oído y al alma. En la lectura de Muñoz Quiroz, la en ocasiones turbulenta relación de la mística con Dios se transforma en paz y sosiego y demuestra las distintas formas en que el insumo espiritual de un místico puede transformarse en el alma de quien lo digiere.
A su vez, Antonio Oteyza esboza las figuras de Santa Teresa y su dilecto San Juan y reproduce sus andanzas. La empatía de Oteyza con Santa Teresa no solo nace, en este caso, de la influencia literaria, sino de una identificación vital y vocacional, pues este excepcional creador ha sido también un sacerdote que practicó el nomadismo de su ministerio. Con un trazo tan austero como significativo, lleno de frescura y espontaneidad pero también de maestría, Oteyza brinda espiritualidad a sus líneas y evoca no solo las anécdotas, sino un estado de ánimo de tanta intensidad como desasimiento. Este conjunto de interpretaciones, tan diverso como complementario, se corona con una exquisita edición y se vuelve un entrañable libro de colección.
ÁSS