La transfiguración de Sinéad O’Connor

Música

El pasado 26 de julio murió en Londres la controvertida cantante irlandesa, una mujer que se veía a sí misma como un sujeto libre, una artista que luchó sin tregua por una sociedad igualitaria.

Sinéad O'Connor, 1966-2023. (Foto: Paul Bergen | Redferns)
Bruce Swansey
Dublín /

La muerte de Sinéad O’Connor produjo una reacción mundial en cadena entre sus “fans”, en el mundo profesional de la música y en Irlanda por otra faceta de la compositora y extraordinaria cantante, que para ella fue primordial y por la cual arriesgó su carrera. Es una faceta que sin embargo a menudo se reduce a acciones y opiniones juzgadas como “locuras”, pero la perduración de su legado dependerá de la forma como tocó a varias generaciones debido a su integridad. Entre lo que Sinéad pensaba y lo que hacía había una estrecha colaboración que se confirma en sus declaraciones en las que no falta un sentido del humor efervescente, basado en el escarnio del cinismo y la hipocresía, pero también de sí misma. Quizá era su manera de enfrentar los demonios personales que no eran pocos ni débiles.

Esas acciones que indignaron a unos, a otros los hicieron sonreír pensando en el mensaje de libertad que afirmaban. Eran los actos que conforman un itinerario moral. Lejos de la ocurrencia, son temas sociales de alta tensión donde se define la organización social. El abuso mental y sexual, la condena de las madres solteras y su reclusión en casas de trabajo forzado, pero también la confianza en la capacidad de distinguir entre la realidad y su constructo. Para ella la diferencia entre la imagen y la verdad es un territorio en disputa. En un mundo guiado por la imagen, es decir la apariencia, la realidad se vuelve algo lejano que solo aparece en los anuncios o en “datos alternativos” que, como la fe, no necesitan explicación. Lo que realmente ocurre pasa en otro compartimento cerebral que se llama inercia, ignorancia, complicidad.

Sinéad O’Connor reivindicó valores distintos, es la voz de la sinrazón, la razón en un mundo al revés. O’Connor es la Juana de Arco de nuestros días, la doncella guerrera que se lanza contra los molinos de la injusticia desde el centro de la atención internacional. Sinéad trató de esquivar la fama, pero supo utilizarla para hacer que sus palabras, que son las de muchos otros, incluso de quienes no están interesados en su música, fueran escuchadas.

La exigencia de justicia es el valor central de su legado. Su solidaridad con las víctimas sexuales de prelados desde el hermano marista en la escuela provincial hasta el monseñor en su palacio episcopal dio empuje al cuestionamiento de lo que se padecía como “normal”. Cuando Sinéad O’Connor denunció al verdadero enemigo además de acusar al Papa Juan Pablo II de complicidad, también culpó la institución. A ella se debe un cambio ideológico sustantivo en la sociedad irlandesa durante el último cuarto de siglo. Su apoyo a las víctimas la acerca a los problemas detrás de las imágenes cuidadosamente curadas, porque al reivindicar el derecho de los sobrevivientes a la justicia la exige para sí misma. Hay una experiencia personal compartida, una humanidad que la hace la vecina o la amiga a quien se le puede contar lo indecible, precisamente porque Sinéad le dará voz.

Sinéad pareciera elegir los temas que sabía causarían ámpula, aunque su intención fuese reclamar el reconocimiento de la sociedad de una injusticia que sobrevivía intacta. Sinéad no condena solo a la jerarquía eclesiástica sino también a la sociedad que la permitió y solapó. Muchos aducen haberlo ignorado y por eso es importante el reconocimiento de que esto solo fue posible mediante la complicidad social que atravesó desde el arrabal urbano hasta la mansión en Ballsbridge. El peso de la iglesia católica era enorme y regulaba el país como un convento más. Su inmisericordia es histórica y acciones como la de Sinéad imponen un golpe de viento moral. Actualmente la iglesia católica sobrevive negándose a cambiar y sujetando todavía fuertes lazos de poder, como su participación en la educación y en la salud públicas.

Sinéad no era una bonita más, sino la figura que representaba los esfuerzos y los errores de muchos. Era una colega. A ello debe que el 9 de agosto su cortejo reuniera varias generaciones, desde sus contemporáneos hasta jóvenes que acompañaron sus restos en un cortejo emotivo que por fin podía expresar la importancia humana de O’Connor y el dolor de su pérdida.

Su vida está marcada por problemas de salud mental que ella no niega. “Estoy más loca que un pastel navideño”, bromeaba por la cantidad de licor que se le pone al fruitcake. Fintan O’Toole señala el Hospital de San Patrick como el segundo hogar de Sinéad O’Connor en Dublín. Y nos recuerda que ese hospital para ayudar a quienes padecen enfermedades mentales fue fundado por el escritor Jonathan Swift, quien en su testamento dejó suficiente para establecer un hospital en Irlanda, donde según él hacía más falta. Habiendo padecido el sueño de la razón, el deán sabía de qué hablaba.

Cuando la noticia pasa, subsiste el personaje que caracteriza y acompaña una época de transición que sucede entre las últimas tres décadas del siglo XX y nuestros días. Sinéad declara “no soy mujer ni hombre. Soy Sinéad O’Connor”. Su androginia es más que un “look”. Renunciar a la cabellera implica un acto disciplinario y estético, una estrategia que recuerda la experiencia de las mujeres señaladas. La joven que lucha por la justicia y ofrece su vida lleva los zapatos de la víctima, adelantando la causa de una comunidad y cuyos derechos actualmente forman parte de una lucha que se libra en el campo de batalla ideológico. Es una guerra “cultural”, como se ha etiquetado recientemente su visibilidad. Es la lucha por respetar los derechos humanos. Sinéad O’Connor no dudó acerca de su género, pero rechazó lo que se esperara de ella. Ni sus padres ni los profesionales del mercado la apoyaron, siendo la familia el pantano primordial y el mercado una ruta trazada hasta que algún día diera su último concierto erecta.

No era una feminista tampoco, sino una mujer que se veía a sí misma como un sujeto libre. Eso implica elegir, algo que O’Connor vio claramente desde la adolescencia: cantar. Por eso no debía justificación ni disculpa porque lo había realizado en conciencia. Ese buen hacer se mostraría en los votos a favor del aborto y del matrimonio homosexual, que no se deben a O’Connor, pero ella transmitió la confianza para realizarlos. Algún día el ciudadano vivirá en una sociedad igualitaria, pero el momento de realizar el sueño aún dista. Su camino exige la lucha contra los falsos ídolos que no fueron designados por la divinidad, sino que son enemigos acérrimos. Desde su perspectiva Juan Pablo II era un político corrupto, acaso más hundido en el crimen puesto que de la religión se espera protección y consuelo. En cambio, el pontificado del polaco ocultó hazañas atroces. El escándalo sexual del siglo XX. Sinéad desengañaba, impidiéndole a los fariseos alegar ignorancia.

El cortejo fúnebre que la acompañó el 9 de agosto expresaba cabalmente el afecto por O’Connor que se había manifestado desde el 27 de julio, cuando se dio a conocer su muerte. No sería exagerado decir que había una atmósfera luctuosa por una figura mal comprendida pero fervientemente admirada. Su muerte provocó la reflexión sobre la sociedad que contribuyó a transformar. Ella declaró alguna vez que no le importaba ser estrella sino cantante de protesta. Su música estaba al servicio de la justicia. No me refiero a su estilo ni a sus canciones exitosas internacionalmente, sino a su vocación, que incluía su talento musical. Según algunos la coherencia entre el pensar y el actuar implica la autodestrucción, mientras para ella el escándalo del programa Saturday Night Live había sido providencial.

Se ha escrito mucho acerca de esta compositora, cantante y poeta, activista y artista y con justa razón se ha llamado la atención sobre su trabajo, especialmente su voz, su contribución a la música irlandesa donde reinaban U2 y Bob Geldof. O’Connor es la Cenicienta del rock. La carrera de O’Connor es única porque consiste en huir del triunfo (parece que es la única que ha rechazado el premio Grammy). Sinéad es la estrella involuntaria. “No hago nada para causar problemas. Pero precisamente lo que hago causa problemas”. Por ejemplo, lo que ocurre detrás de las paredes de las lavanderías regenteadas por las Magdalene Sisters, que empequeñecen las proezas de los criminales más curtidos.

No sería exagerado decir que Sinéad O’Connor dio la primera patada al balón que habría de convertirse en avalancha. El cambio hacia una sociedad moralmente emancipada e independiente es tectónico. Por otro lado, la inercia y con frecuencia la ignorancia, impiden finalmente separar la religión del estado que además de poner a prueba su independencia económica también verificaría su autoridad moral, es decir, declararía su legitimidad para gobernar la sociedad de acuerdo con otro ideario, libre del adoctrinamiento católico.

Sinéad pertenece a esos cruzados de la causa, una rockera punk cuya pureza es insoportable. Está loca, dicen cuando se presentó en The Late Night Show como la hermana Bernardette Mary o como cuando en 2014 se convirtió al islamismo. No se percataban de que Sinéad reclamaba como suyo el mundo de la fe, que es atributo. Su relación con lo sagrado no tenía que pasar mediante sus ministros a los que invalidaba, señalando de paso lo ridículo del rechazo de la iglesia de ordenar mujeres, un tema que hoy es polémico.

O'Connor crea otro paradigma que rechaza el papel de víctima para intervenir en su proceso. Este cambio de identidad es fundamental. Sinéad no es solo la sirena subyugante, sino la fuerza que se opone a lo que considera injusto y contrario a la humanidad. Si se la mira desde esta perspectiva su vida deja de ser contradictoria y se aclara dibujando una trayectoria voluntariamente tortuosa, un calvario elegido por sus convicciones que articulan el sufrimiento y la esperanza de quienes no son oídos.

Una vez asentado el polvo Sinéad entra al panteón de las resistencias heroicas, es decir en ese naufragio colectivo que llamamos historia. Pero el miércoles 9 de agosto sus restos fueron acompañados a la sepultura por un largo cortejo nutrido de al menos tres generaciones para quienes el ejemplo de Sinéad es elocuente. La música de Bob Marley mecía el cortejo desde una combi clásica, dos cosas que le gustaban a O’Connor: el reggae y los vochos.

Sinéad O’Connor es una artista que vivió de forma radicalmente honesta, la vida como vocación de coherencia al precio que fuese. Su entereza y fortaleza para proseguir el camino fueron objeto de burla, pero su trabajo es fiel a lo que la hizo una inconforme que rechazaba las etiquetas tanto como cualquier clase de confinamiento mental. Rapada, vestida como un muchacho, Sinéad es un conjunto de signos desconcertantes que realzan su belleza radiante, los enormes ojos acerados y límpidos, los ojos de una bienaventurada.

AQ

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