Las aventuras de Chíchikov | Por Mijaíl Bulgákov

Cuento

Con traducción de Alfredo Hermosillo López, presentamos un cuento del autor de El maestro y Margarita, quien nació en Kiev en 1891, cuando Ucrania formaba parte del Imperio Ruso. Es una historia llena de humor y referencias a Gógol.

Mijaíl Bulgákov, escritor, dramaturgo y médico ruso de origen ucraniano. (Wikimedia Commons)
Laberinto
Ciudad de México /

—¡Para, para, estúpido! —gritó Chíchikov a Selifán.

 —¡Mira que te parto de un sablazo! —aulló un correo de largo mostacho que galopaba a su encuentro—. ¡Que te lleve el diablo!, ¿no puedes cederle el paso un coche oficial?

Prólogo

Un sueño extraordinario... Sobre la entrada del Reino de las sombras centellea un anuncio luminoso con el letrero: “Almas muertas”. Un ayudante de Satán abre las puertas y el reino muerto cobra vida. Una multitud se extiende en interminable fila, en la que vienen:

Manílov, vistiendo un pijama de ositos, Nozdriov en un coche prestado, Derzhimorda montado en un tubo de bomberos, Selifán, Petrushka, Fetinia…(1) El último en ponerse en movimiento es Pável Ivánovich Chíchikov, en su famoso carruaje.

Se dirigen a la Santa Rusia Soviética,(2) en donde suceden los increíbles acontecimientos que aquí relato paso a paso.

I

Chíchikov cambió su carruaje por un auto y se desplazó por las barrancas moscovitas, injuriando sin piedad a Gógol:

—¡Que le salgan a ese hijo del diablo, bajo ambos ojos, ampollas del tamaño de un huevo! Puso por los suelos mi reputación, manchó tanto mi nombre que no puedo asomar la nariz en ningún lado. ¡En cuanto se enteren de que soy Chíchikov me pondrán de patitas en la calle, me enviarán a pudrirme con todos los diablos! Y ojalá solo sea eso, pues pueden incluso dejar que me pudra en la Lubianka...(3) ¡Y todo por la culpa de Gógol!, maldito sean él y toda su parentela...

Razonando así, volvió a las puertas de aquella posada que abandonó hace cien años. Definitivamente, todo era como antes: por todos los rincones se asomaban cucarachas del tamaño de una ciruela (al parecer, no habían crecido). Pero había, eso sí, algunos pequeños cambios. Por ejemplo, en vez del letrero Posada colgaba el anuncio Residencia comunal № tal. Por lo demás, no hace falta decir que había mucho más lodo y porquería que en los tiempos de Gógol.

          —¡Una habitación!

          —¡Su reservación, por favor!

El ingenioso Pável Ivánovich no vaciló ni un instante.

          —¡Que venga el administrador!

¡Ojo!, el administrador resultó ser un viejo conocido: el tío Pimen Calvo, el que nunca salía de su Akulka; Acababa de abrir en la calle Tverskaia un café a la russe, con pasatiempos alemanes: juegos de mesa, bebidas espirituosas y, claro está, prostitutas. El huésped y el administrador se besaron y se dijeron algo al oído. Todo se arregló en un abrir y cerrar de ojos, sin necesidad de reservaciones.

Pável Ivánovich tomó el tentempié que Dios tuvo a bien enviarle, y voló a buscarse un oficio.

II

Se presentaba por doquier y encantaba a todos con sus reverencias un poco inclinadas a un lado y su colosal erudición, que siempre destacaba.

          —Llene el cuestionario.

Le dieron a Pável Ivánovich una hoja de tres varas de longitud, con cien preguntas de lo más insidiosas: ¿De dónde es?, ¿dónde estuvo?, ¿por qué?

Pável Ivánovich contestó todo en menos de cinco minutos. Su mano solo tembló un poco al entregar el cuestionario.

“Ni hablar —pensó— pronto sabrán la clase de joyita que soy, y...”

Y no pasó nada en absoluto.

En primer lugar, porque nadie leyó el cuestionario; en segundo, porque cayó en las manos de una joven funcionaria que procedió como es costumbre: lo pasó de la bandeja de Recibido a la de Salido y luego el diablo sabe a dónde. De modo que fue como si al cuestionario se lo hubiera tragado la tierra.

Chíchikov se sonrió maliciosamente y comenzó su “servicio”.

III

Todo iba viento en popa. Chíchikov se encontraba con conocidos por doquier. Al llegar volando a la oficina de raciones, escuchó:

          —¡Los conozco muy bien, canallas: atrapan un gato vivo, lo desuellan y lo sirven como ración! Sírvanme costilla de cordero. ¡Porque no me meteré en la boca sus asquerosas ancas de rana, por muy glaseadas que estén, y tampoco su arenque podrido!

Chíchikov miró con atención: ¡Era el mismísimo Sobakévich!

En cuanto llegó, Sobakévich atacó con sus exigencias. ¡Y recibió una ración! Comió, y pidió la suplementaria. Se la dieron, y le pareció poco. Pidió entonces una segunda ración, pero ya no la simple sino la de vanguardia. “¡Es poco!”, dijo, y le dieron otra. Tragó y exigió más. ¡Armó un escándalo! Llamó Judas a todos, aseguró que eran unos estafadores de cabo a rabo, que había un solo oficinista honrado pero que, a decir verdad, también era un cerdo.

Le dieron entonces una ración académica.

Al ver el modo en que Sobakévich se manejaba con las raciones, Chíchikov decidió imitarlo. No es necesario decir, pues está claro, que lo superó. Recibió raciones no solo para sí, sino también para sus inexistentes mujer e hijos, para Selifán y Petrushka, para el tío que se inventó al hablar con Betríschev, para su anciana madre, ya ausente en este mundo. Y todos recibieron raciones académicas. Así que los productos le llegaban a casa en un camión.

Una vez resuelto el problema alimenticio, se enfiló hacia otras oficinas.

Volando en el coche por la avenida Kuznetski Most, Chíchikov se encontró casualmente con Nozdrióv. Este le informó al instante que ya había vendido su reloj y la respectiva cadenita. En efecto: no llevaba en la chaqueta ni reloj ni cadenita. Pero Nozdrióv no se arredraba. Le contó que había tenido suerte en la lotería, donde había ganado un cuarto de litro de aceite de girasol, un tubo de cristal para quinqué y suelas para botas infantiles; pero que luego algo había fallado, y ¡qué canallada!, había tenido que deshacerse de seiscientos millones de rublos.(4) Contó que había propuesto, en el Ministerio del Exterior, exportar un lote de puñales caucasianos auténticos. Que suministró tal lote y que pudo haber cobrado una jugosa comisión de no ser porque aquellos cerdos ingleses descubrieron en los puñales la inscripción: Artesano Saveli Sibiriákov, y los retiraron todos. Nozdrióv llevó a Chíchikov a su habitación y lo agasajó con un coñac traído, como dijo, directamente de Francia, pero que tenía la pinta, el olor y el sabor de un aguardiente barato. Nozdrióv acabó por mentir abiertamente, asegurando que le habían dado ochocientos archines(5) de tejidos, un coche azul claro con chapa de oro y una orden para ocupar un piso completo en un edificio de cuatro columnas.

Cuando Mizhúev, su cuñado, expresó sus dudas al respecto, Nozdrióv lo insultó, pero esta vez lo tachó de canalla y no de ingenuo.

En fin, que aburrió tanto a Chíchikov que este no veía la manera de salir vivo de allí.

Pero los embustes de Nozdrióv le inspiraron la idea de iniciarse en el negocio de las exportaciones.

IV

Así lo hizo. Rellenó un nuevo cuestionario y comenzó a actuar, mostrándose en todo su esplendor. Hizo cruzar por la frontera ovejas cubiertas con un doble pelambre que disimulaba encajes de Brabante. Transportó diamantes en las ruedas del coche, en arneses, escondidos en las orejas y Dios sabe en qué otros sitios.

Muy pronto se labró un capital de quinientos mil kilos.

Pero no le era suficiente, de modo que envió a donde es debido una solicitud para financiar su empresa, pintando un hermoso cuadro de los innegables beneficios que habría de traer al Estado Soviético.

Los funcionarios se quedaron boquiabiertos: el Estado resultaría descomunalmente beneficiado. Le solicitaron la dirección de la empresa. ¡A sus órdenes! Llega al Bulevar Tverskói, justo enfrente del monasterio de Semana Santa,(6) cruza una calle, y allí la tiene: Pushkin en Tverskói. Pidieron los debidos informes: ¿Existe tal cosa? Respuesta: sí, existe, y todo Moscú la conoce. ¡Perfecto!

          —Debe entregar un presupuesto detallado de los gastos.

Chíchikov lo llevaba bajo el brazo.

Y obtuvo el financiamiento.

Sin perder ni un segundo, Chíchikov voló a los servicios competentes:

          —Vengo por mi anticipo.

          —Debe traer un registro, en tres ejemplares, en hojas membretadas, selladas y con las correspondientes firmas.

En menos de dos horas presentó el registro tal como le fue solicitado. Con tantos sellos como estrellas hay en el firmamento. Con todas las firmas en orden.

Nombre del gerente: Desprecia-Tinas. Del secretario: Jeta de Jarro. Del presidente de la comisión de tarifas y precios: Elizabeta Gorrión.

          —Correcto. Aquí está su orden.

El cajero se atragantó al ver la suma.

Chíchikov firmó y se llevó el dinero en tres camiones de mudanza.

Después llegó a otra oficina.

          —Haga el favor de otorgarme un crédito a cuenta de mi mercancía.

          —Haga el favor de mostrarme su mercancía.

          —Con mucho gusto. ¿Hay por aquí algún inspector?

          —¡Que lo acompañe un inspector!

¡Caray! también el inspector resultó ser un conocido: Emelián Papamoscas.

Chíchikov lo condujo a un sótano. Mira, Emelián, hay aquí una infinidad de víveres.

          —Cómo... ¿todo esto es suyo?

          —Sí.

          —Pues, —dijo Emelián, —lo felicito. No es usted millonario, ¡es trillonario!

Nozdriov, que al instante se les acercó, puso de su propia cosecha:

          —¿Ves ese camión que va entrando con un cargamento de botas? Pues las botas son suyas también.

Luego, perdiendo toda proporción, arrastró a Emelián a la calle:

          —¿Ves aquellas tiendas? Pues todas son suyas. Todas las de esta acera y las de enfrente. Las de este lado de la calle son suyas. ¿Ves aquel tranvía? Es suyo. ¿Las linternas? También son suyas. ¿Ves esto? ¿Ves lo otro?

Y lo hizo girar como un trompo.

Hasta que Emelián suplicó:

          —¡Lo veo, lo veo!, ¡pero déjame en paz!

Volvieron a la oficina.

Le preguntaron al inspector:

          —Bueno, ¿y qué tal?

Emelián se limitó a manotear:

          —¡Indescriptible!

          —Siendo así, entréguenle un billón.

V

La carrera de Chíchikov ascendió a pasos agigantados. Había que ver las inconcebibles maquinaciones de que era capaz. Fundó una compañía para fabricar hierro de aserrín. Y también obtuvo un crédito para ello. Se hizo socio de una cooperativa y alimentó a toda Moscú con salchichón fabricado con cartón mojado y carroña. La terrateniente Koróbochka, al enterarse de que en Moscú “todo está permitido”, quiso dedicarse a la adquisición de bienes inmuebles. Chíchikov fundó una inmobiliaria con Chiquilicuatro y Consolador y le vendió el edificio Mijáilovski, situado en frente de la Universidad. Firmó un contrato para la electrificación de una remota ciudad, ubicada a por lo menos tres años de cualquier lugar civilizado. Pero, como entabló las debidas relaciones con un alcalde dimitido, bastó con derrumbar una valla y colocar dos o tres postes para que pareciera que existía un proyecto en forma. Luego hizo las gestiones correspondientes para que le fuera reintegrado el dinero invertido en la electrificación, pues, como bien se encargó de informar, había sido robado por la banda del capitán Kopeikin. En pocas palabras, hizo milagros.

Y pronto se corrió el rumor, por todo Moscú, de que Chíchikov era trillonario. Las empresas se lo disputaban como asesor financiero. Alquiló un piso de cinco habitaciones por cinco mil millones al mes. Comía y cenaba solo en el Empíreo.

VI

De repente, todo fracasó estrepitosamente.

Como ya había anunciado Gógol, a Chíchikov lo perdió Nozdriov y lo remató Koróbochka. En las carreras de caballos, sin el menor ánimo de hacer daño y solo porque estaba muy borracho, Nozdriov soltó toda la sopa sobre el hierro de aserrín y la empresa inexistente; y acabó diciendo que Chíchikov era un granuja y que él gustoso lo ahorcaría con sus propias manos.

La gente se quedó pensativa. Pronto el rumor corrió como reguero de pólvora.

Para colmo, la boba Koróbochka llegó a la oficina de licencias para informarse sobre el procedimiento para abrir una panadería en el Mijáilovski. Intentaron persuadirla, en vano, de que al tratarse de un edificio estatal, era imposible adquirirlo o instalar dentro una panadería o cualquier otro tipo de establecimiento. Pero la muy tonta no se enteraba de nada.

Cada vez salía peor parado Chíchikov en aquellos rumores. Comenzaron a preguntarse de dónde diablos había salido y qué clase de bicho era. Las habladurías eran de lo más siniestras. Ningún corazón conocía reposo. Sonaban teléfonos, se organizaban reuniones... El Comité de Construcción intentó sacar algo en claro haciendo una visita oficial al Comité de Observación y este a la Administración de Vivienda que, a su vez, se dirigió al Comisariado de Salud Pública. El Comisariado de Salud se dirigió a la Dirección de Industria, esta al Comisariado de Formación, el Comisariado de Formación a la Dirección de Cultura Proletaria...

Decidieron interrogar a Nozdrióv. Ello, claro está, era sin duda una tontería. Todos sabían que Nozdrióv era un mentiroso a quien no se le podía creer ni una sola palabra. Pero lo hicieron hablar, y él respondió a todas las preguntas.

Declaró que Chíchikov había pedido apoyo para una empresa inexistente, cosa que él, Nozdrióv, no veía mal, pues si todo el mundo roba, ¿porque no habría de hacerlo Chíchikov? A la pregunta de si podría ser Chíchikov espía de la Guardia Blanca respondió que sí, que era un espía y que estuvieron a punto de fusilarlo por ello, pero que, por motivos desconocidos, la ejecución no se llevó a cabo. A la pregunta de si podría ser Chíchikov un falsificador de billetes respondió que sí, que a eso justamente se dedicaba, y contó una anécdota sobre la sorprendente habilidad de Chíchikov, quien, al enterarse de que el gobierno estaba por poner en circulación un nuevo papel moneda, alquiló un apartamento en El Soto de María(7) e imprimió dieciocho billones en billetes falsos, dos días antes del estreno de los auténticos. Pero fue descubierto y la policía irrumpió en su apartamento para incautarlo, pero resultó que, por la noche, el muy bribón había mezclado los billetes falsos con los auténticos de modo que ni el mismo diablo podía determinar cual era cual. Al preguntarle si estaba seguro de que Chíchikov había logrado intercambiar sus billones falsos por diamantes para huir al extranjero, Nozdrióv respondió que sí, que era verdad, y que él mismo se había encargado a ayudarle, que sin su ayuda no lo hubiera conseguido.

Las historias de Nozdrióv desanimaron a todos, pues no había manera de sacar en claro quién era Chíchikov. Sin duda, se habrían quedado sin saberlo, pero entre ellos había una persona que, aunque, a decir verdad, tampoco había leído a Gógol, tenía un poco de sentido común.

Esta persona exclamó:

          —¿Saben quién es Chíchikov?

Todos le preguntaron a coro:

          —¿Quién?

          —Un granuja.

Respondió con voz macabra.

VII

Todos cayeron en cuenta de repente. Fueron en tropel en busca del cuestionario rellenado por Chíchikov. ¿En la bandeja de Recibido? No está. ¿En la bandeja de Salido? No está. ¿En el escritorio? Tampoco. Corrieron en busca de la supervisora. “¿Yo que sé? Lo tiene Iván Grigórich”. Van con Iván Grigórich: “¿Dónde está? “No es asunto mío. Pregunten al secretario” Y etcétera, etcétera.

De pronto, contra toda esperanza, algo resalta en el cesto de la basura. ¡Aquí está! Comenzaron a leer y quedaron estupefactos:

¿Nombre? Pável. ¿Patronímico? Ivánovich. ¿Apellido? Chíchikov. ¿Título? Personaje de Gógol. ¿Oficio antes de la revolución? Comerciante de almas muertas. ¿Servicio militar liberado? Ni lo uno, ni lo otro, el diablo lo sabe. ¿En qué partido milita? Simpatizante (¿de qué partido? —No dice). ¿Ha estado bajo juicio? Un zigzag ondulado. ¿Dirección? Al doblar a el patio, en el tercer piso, preguntar en la oficina de información a la oficial superior madame Podtóchina, ella lo sabe. ¿Firma? ¡Un borrón y una mancha de tinta!

Se quedaron boquiabiertos.

Llamaron al instructor Bobchinski:(8)

          —Ve al Bulevar Tverski y busca la empresa que le financiamos. Busca también la bodega en la que guarda su mercancía, quizá allí se esclarezca algo.

Volvió Bobchinski, con los ojos como platos.

          —¡Increíble!

          —¿Qué pasó?

          —No hay ninguna empresa. Nos dio la dirección del monumento a Pushkin. Y las mercancías no son de él, sino de la ARA.(9)

Todos gritaron:

          —¡Dios santísimo! ¡Vaya fichita! ¡Y a ese le dimos billones de rublos! ¡Tenemos que atraparlo de inmediato!

Y corrieron a buscarlo.

VIII

Pulsaron el botón de una campanilla.

          —¡Joven!

Se abrió la puerta y apareció Petrushka. Hacía tiempo que había dejado de servir a Chíchikov; ahora trabajaba como mensajero de la oficina.

          —Tome este paquete y parta enseguida.

Petrushka contestó:

          —¡A sus órdenes, camaradas!

Tomó el paquete, partió enseguida, y enseguida lo perdió.

Llamaron al servicio de coches de Selifán:

          —Necesitamos un coche. Es un caso urgente.

          —Ahora mismo.

Selifán se desperezó, cubrió el radiador con unos pantalones gruesos, se puso una chamarra, se dejó caer en el asiento, silbó, tocó el claxon, y salió volando.

“¿Qué ruso no siente atracción por la velocidad?”

Definitivamente, a Selifán le atraía, y mucho. Al doblar por la Lubianka se vio en la necesidad de elegir entre un tranvía y el escaparate de una tienda. En un abrir y cerrar de ojos, Selifán eligió lo segundo: esquivó el tranvía y, atravesando el escaparate hecho una flecha, entró a la tienda dando voces de auxilio: “¡Socorro!”, “¡socorro!”

El mismo Tentétnikov, encargado de dirigir a todos los Selifanes y Petruskas de este mundo, perdió la paciencia:

          —¡Pónganlos de patitas en la calle!

Los despidieron. Y luego solicitaron dos nuevos empleados en la bolsa de trabajo. Les enviaron a Proshka para sustituir a Petrushka; y a Grigori Irás-y-no-llegarás en lugar de Selifán. Entretanto, el asunto seguía su cauce.

          —¡Deme un informe de los avances del caso!

          —Claro que sí.

          —¡Manden llamar a Desprecia-Tinas!

Resultó imposible. Hacía cosa de dos meses había sido depurado del Partido,(10) y luego él mismo se depuró de Moscú tras asegurarse de que ya tenía nada que hacer en la ciudad.

          —¿Y Jeta de jarro?

Partió a inspeccionar una administración provincial lejos de aquí, como se dice, donde arrastraron al diablo. Fueron entonces en busca de Elisabeta Gorrión. ¡Ni rastro de ella! No existía tal gorrión. Encontraron, es verdad, a una mecanógrafa llamada Elisabet, pero su apellido no era Gorrión. Había un tal Gorrión, ayudante de un sustito de un oficinista de bajo rango del gerente adjunto de una subsección, ¡pero no se llamaba Elisabeta!

Fueron con la mecanógrafa:

          —Es usted. No finja.

          —¡Ni hablar! ¿Por qué yo? En sus papeles dice muy claro Elisabeta y no Elisabet, qué tengo que ver con eso. ¡Nada que ver ...!

Se deshizo en lágrimas. La dejaron en paz.

En lo que se ocupaban de los Gorriones, Mismosilva, el agente del Ministerio Público, se comunicó en secreto con Chíchikov y le contó todo el revuelo que había ocasionado. Así que, naturalmente, Chíchikov se esfumó en un santiamén.

Fueron a buscarlo, en vano, a la dirección que había proporcionado: Al doblar a la derecha resultó que no había allí ninguna oficina de información; solo un comedor público abandonado y ya en ruinas. Salió al encuentro de los recién llegados la barrendera Fetinia, y les dijo que no había naiden.

Es verdad que, al girar a la izquierda, encontraron una oficina de información, pero allí no estaba una oficial superior sino una tal Podstióga Sídorovna, la cual, por supuesto, no conocía ni la dirección de nuestro Chíchikov ni la suya propia.

IX

Todos perdieron la esperanza. El asunto se había enredado tanto que ni el mismo diablo hubiera sabido qué hacer. La empresa inexistente se mezcló con el aserrín, el encaje de Brabante con la electrificación, el edificio de Koróbochka con los diamantes. Nozdriov metió más la nariz en el asunto. Resultaron involucrados el simpatizante(11) Emelián Papamoscas y el sin partido Ladrón Antónovich, se descubrió que había gato encerrado en el asunto de las raciones de Sobakévich. ¡Y se armó la gorda!

Mismosilva trabajaba sin descanso para embrollar todavía más el asunto, metía en la misma olla el caso de Chíchikov y el del fraude de las patrullas de servicio (en el que, según él, se vieron involucradas más de 50 mil personas). En fin, que ni el diablo entendía qué pasaba. Tanto los funcionarios que habían permitido que les birlaran millones de rublos en sus narices, como los que fueron comisionados a encontrarlos, corrían horrorizados de un lado para otro, teniendo como cierto sólo un hecho indiscutible:

Los billones habían desaparecido.

Finalmente, un tal Tío Mítiai encontró la solución:

          —Camaradas, no queda de otra... Tenemos que nombrar una Comisión de Investigación.

X

Justo en ese momento (¡qué cosas se ven a veces en un sueño!) aparecí yo, como Deux ex machina, y dije:

          —Yo me encargo.

Me miraron sorprendidos:

          —Usted... ¿en verdad puede hacerlo?

Contesté:

          —Pueden estar seguros.

Tras vacilar un poco, me firmaron un documento con tinta roja:

“Comisionado”.

Empecé a arreglar el entuerto (¡solo un sueño puede ser tan agradable!).

Traquetearon hacia mí 35 mil motociclistas:

          —¿En qué le podemos ayudar?

Respondo:

          —En nada. Sigan con sus asuntos. Yo me encargo de todo.

Tomando aliento, grité tan alto que hice temblar los cristales:

          —¡Tráiganme enseguida a Liapkin-Tiapkin!(12) ¡Es urgente! ¡Que se ponga al teléfono!

          —Imposible... El teléfono no funciona.

          —¡Ah! ¡Así que está averiado! ¿Cómo, que el cable se ha roto? Pues, para que no cuelgue en vano, ¡úsenlo para ahorcar al encargado!

¡Valgame Dios, el alboroto que se armó!

          —¿Qué dice usted?¡Pide un indulto! ¡Ah! Que puede arreglarlo ahora mismo. ¡Perfecto! ¡Llamen al técnico! ¡traigan el cable! ¡Lo repararán en un minuto!

Lo arreglaron enseguida y me pasaron el auricuar.

Fui más allá:

          —¿Tiapkin? ¡Canalla! ¿Liapkin? ¡Arresten a ese bellaco! ¡Pásame el registro! ¿Cómo que no lo han hecho? ¡Háganlo en cinco minutos, o figurarán ustedes en las listas de difuntos! ¡Eh, qué es esto? ¿La mujer de Manílov es la inspectora? ¡A la calle! ¿Úlinka Betríscheva mecanógrafa? ¡Echarla también! ¿Sobakévich? ¡A la cárcel! ¿Qué pitos toca aquí el miserable de Murzofeikin? ¿Y el fullero Apaciguante? ¡Arréstenlo! También al imbécil que le otorgó el crédito. ¡Arréstenlo! ¡También a ese! ¡Y a aquel! ¡Y al otro también! Fetinia… ¡fuera! El poeta Trápochkin, Selifán, Petruska… ¡todos derechito a la comisaría! Nozdrióv… ¡a la celda de castigo! ¡Eh, eh, eh, un minuto! ¡Un segundo! ¿Quién firmó la nómina? ¡Tráiganme a ese desgraciado, aunque se esconda en el fondo de la tierra!

En el infierno estaban que tronaban...

          —¡La que nos ha caído con este diablo! ¿De dónde lo habrán sacado?

Yo seguía con lo mío:

          —¡Tráiganme enseguida a Chíchikov!

          —Imposible encontrarlo. Está desaparecido...

          —¡Ajá!, ¿así que está desaparecido? ¡No hay problema! Usted ocupará su sitio.

          —Apiádese de...

          —¡A callar!

          —Un minuto... Espere... Un segundo, lo están buscando.

¡Y lo encontraron en un instante!

En vano, Chíchikov se arrastraba a mis pies y se tiraba de los cabellos y de su capote, suplicando por su anciana madre, incapacitada para trabajar.

          —¿Madre? tronaba yo— ¿madre, dice? ¿Dónde están los billones que se llevó? ¿Dónde está el dinero del pueblo? ¡Ladrón! ¡Ábranle la tripa a este granuja! ¡Tiene los brillantes en la barriga!

Le abrieron la barriga. En efecto, allí estaban los brillantes.

          —¿Están todos?

          —Todos, jefe.

          —¡Amárrenle una piedra a el cuello y arrójenlo de un puente!

Limpié el cochinero.

Dije por teléfono:

          —Listo, todo en orden.

Me respondieron:

          —Muchas gracias. Pida lo que quiera.

Me sentía en las nubes. Estuve a punto de expresar mis más íntimos deseos, los que no me dejaban ni dormir:

“Pantalones nuevos... un kilo de azúcar... un foco de 25 watts...”

Pero recordé que un honrado revolucionario no se guía por intereses individualistas, bajé de mi nube y balbuceé al auricular:

          —No me hace falta nada, excepto de las obras completas de Gógol en pasta dura, las mismas que tuve que vender hace poco en librerías de segunda mano.

Y... ¡zas! ¡Apareció sobre la mesa mi colección de Gógol repujada en oro!

Me alegré al ver a Nikolái Vasílevich, quien me consoló más de una vez en las duras noches de insomnio. Exclamé:

          —¡Hurra!

Y...

Epílogo

...naturalmente, desperté. Ya no estaban ni Chíchikov ni Nozdriov… ni, lo peor de todo, Gógol...

“Ni hablar” —pensé, y comencé a vestirme. A seguir con mi vida de todos los días.

(1) Todos los personajes de este cuento lo son también de Almas muertas y El inspector, de Nikolái Gógol.

(2) Eran los años de la Nueva Política Económica (1921-1928). Fue un período relativamente corto, cuando, después de la guerra civil, el gobierno soviético permitió el establecimiento de algunas empresas privadas. No pudo prolongarse más porque la libertad de comercio no se correspondía con la ideología comunista.

(3) En la época, cuartel general de la policía secreta, con prisión anexa.

(4) En los años de la postguerra existió una gran inflación.

(5)  1 archín ruso = 0,71 m.

(6) Actualmente Plaza Pushkin.

(7) En la época, un barrio moscovita de clase baja.

(8) Personaje de “El Inspector” de Gógol.

(9) ARA – American Relief Administration (1919-1923).

(10) El sistema político de la URSS tenía solo un partido.

(11) El grado Simpatizante al partido era una especie de status social.

(12) Referencia a El Inspector de Gógol.


AQ

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