Se puede convertir en una vocación perder el tiempo para salvarlo. Afuera el riesgo es inminente. Me tumbo en el sofá destartalado durante quince minutos; veo el segundero de mi reloj. Me doy cuenta de que se oye más de una voz en mi cabeza. A siete cuadras de mi casa hay un parque y en el parque hay un poste y en el poste hay un letrero: le ruego a dios que nos perdone y nos entregue pronto una cura para este mal que nos aqueja y nos devuelva por favor nuestra normalidad.
El paradigma de la fe nunca es un juguete: alguien cree por mí. Tres pasos me separan de la luz que entra en este cuarto a las dos y media de la tarde. Se los concedo al suplicante. Miro las pelusas en el aire curtido. “Extraño peso como de ceniza tiene ahora el silencio”, me escribe mi amigo en un mensaje. Pinta cuadros blancos dentro de rectángulos negros. No son ilustraciones, sino el principio de otra historia o, más bien, el futuro de ésta cuando por fin ocurra y desemboque en reuniones al aire libre e intercambios de recuerdos, interrumpidos a veces por un coro de risas.
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El mundo se traza geométricamente cuando predomina el miedo. Calculo el peso de la ceniza en mi barrio sin la parte del silencio. Las voces se intercalan como si hubieran ensayado antes. Un vecino le anuncia a su interlocutor que el negocio en Dubái funcionará a pesar de los obstáculos. Imagino la resistencia. Nadie promulga un desierto sin prometer al menos que habrá dinero cuando se derriben los muros. Imagino los billetes pasando de mano en mano. Imagino al señor de las dádivas bajo un toldo: esto se da; esto se quita. Somos buenos. Somos felices. Pongo a las vacas del sol en su camino: el señor las devora sin miramientos. Se mezcla la parábola con los ruidos de las máquinas en mi edificio.
Estoy tergiversando; me arrimo a la superficie. Leo que nos convertiremos en mejores personas al cabo de esta adversidad; nos iremos aproximando a un nuevo humanismo y, de modo simultáneo, a un nuevo comunismo. En el artículo se señala que los signos se notarán poco a poco. Arriba de mí la mujer despotrica por costumbre. La niña corre. Quizás aprenda yo algo; por ejemplo, que el optimismo es consecuencia de la suerte. O que basta con hacer las cosas bien y seguir una rutina al pie de la letra.
Ahora digo víveres cuando hablo de comida. Coloco cajas y paquetes y latas en las pequeñas repisas. Pienso en el desabasto, las cifras, el agua, y menciono con solemnidad la estrategia de la mitigación. ¿A qué hora me toca salir? Les faltan seis minutos a los quince para que culmine la experiencia espiritual y no sea en balde la marca de mi cabeza en el respaldo del sofá. Se denomina nada lo que hay entre mi piel y mi corazón. Quiero escuchar el latido del tuyo. Se llama vida aunque angustie tenerla tan cerca del oído. Los sentimientos se enredan. Las nuevas palabras no designan conceptos, sino actos. El primero consiste en pasar de una estancia a otra.
SVS