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A veces, la necesidad de subyugar a otros tiene una explicación tan simple como atávica: es preciso sobrevivir de algún modo. En esta condición se encuentran los personajes de El lugar de la herida, la novela más reciente de la escritora mexicana Laura Baeza (Campeche, 1988).
Lucero tiene dieciséis años y un montón de sueños que le explotan en el cráneo. Es una “repetidora” y eso provoca cierta antipatía en sus compañeras de secundaria. Sin embargo, el escarnio le importa poco. El taller de corte y confección es la boya que la mantiene a flote en medio de un cruce feroz de corrientes violentas.
Dolores, por otro lado, es una madre que lleva en el nombre la marca de su tormento. “Te haces madre para empezar a morirte por tus hijos”, nos dice este personaje que suena a la vez afable y contrito. Su afirmación adquiere un matiz fatal cuando Nancy, su hija, desaparece, y ella se vuelca en su búsqueda. Ambas —Lucero y Dolores— cuentan su historia con un vigor chispeante que, sin embargo, permite espacios para la ternura y la empatía. La trama cruza sus historias a causa de una red de trata de mujeres que opera en las zonas marginales de la ciudad.
El lugar de la herida (Alfagurara, 2024) sabe exhibir las contrariedades de las adolescencias horadadas por los ciclos de violencia, pero también es, pese a todo, una canción por la libertad y la amistad.
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En la primera página de El lugar de la herida, Lucero cierra los ojos para abstraerse, para negar su realidad. Sin embargo, llega un punto en donde esa realidad se vuelve innegable. ¿Qué simboliza este gesto en la novela?
Yo sabía que el inicio debía tener un simbolismo fuerte que también se relacionara con el acto de nombrar las cosas. Lucero cierra los ojos para abstraerse, para que el mundo deje de girar, para que ese ruido que la rodea desaparezca. Pero el ruido persiste hasta que se convierte en escándalo: gritos, golpes. La novela explora muchas dualidades, y una de ellas es ese contraste entre el silencio del lugar donde están recluidas y el ruido que lo rompe.
Lucero no puede huir físicamente, así que corre hacia dentro de sí misma. Se refugia en la oscuridad y el silencio que le dan sus ojos cerrados. Esto tiene que ver con los procesos del trauma. El lugar de la herida se basa en el trauma de unas adolescentes, y aunque cada una tiene características diferentes, el trauma las conecta. Cuando atravesamos un hecho traumático, descubrimos una empatía que nos hace similares.
Niebla ardiente, tu novela anterior, es una historia de familia. En esta novela, tus protagonistas no comparten lazos de sangre, pero sí las une el trauma.
Y también el dolor y la violencia. Eso las convierte en iguales. Eso crea una especie de “hermandad” hecha para sobrevivir, pero puede volverse muy dañina, porque todas ejercen y reciben violencia.
Esos ciclos de violencia que permean la novela se replican una y otra vez. A veces los victimarios son víctimas y viceversa…
Claro, y es un asunto muy difuso. Por ejemplo, conocemos la historia a través de Lucero, y por eso empatizamos con ella. Sin embargo, si la historia fuera narrada por una de las otras chicas, Lucero podría verse como la victimaria, la que las domina por ser mayor y más fuerte. Esto también sucede en las familias: la víctima y el victimario a veces son la misma persona. Han normalizado esa práctica hasta que se convierte en un sistema muy cómodo, un sistema que ellos no ven mal.
En la novela no victimizas a Lucero ni a las otras mujeres, a pesar de su sufrimiento. ¿Cómo evitaste caer en la revictimización al construir estos personajes?
Lo más difícil de esta novela fue la investigación, porque la línea entre quien hace daño y quien lo recibe es muy difusa, especialmente en el caso de las mujeres. Al final, se trata de procesos para sobrevivir. Uno de los desafíos más grandes fue no victimizar ni revictimizar a ninguna. Lucero está atravesada por muchas violencias y sólo intenta sobrevivir, pero también tiene momentos de alegría, sueños y aspiraciones y que es feliz con su mp3. Al trabajar en la novela, quería mostrar que, aunque ella ha sido vulnerada, sigue siendo una chica con interés por la vida. Eso la hace un personaje complejo.
La novela tiene dos voces narrativas en primera persona: Lucero y Dolores, la madre de Nancy. Intuyo que la configuración de esas voces pasó por el oído. ¿Cómo trabajaste con ellas?
Para mí, escuchar a los personajes es clave. Tengo una técnica que me ha funcionado: memorizo lo que van a decir y hago una especie de puesta en escena mientras escribo. Hablo como ellos, investigo su léxico, su manera de hablar. En el caso de Dolores, que es madre y está inmersa en el cuidado de los suyos, su tono es más pausado, preocupado. Lucero, en cambio, es una adolescente, y su lenguaje refleja la época en la que vive y su búsqueda de identidad. Esto también me permitió situar la historia en los años 2000, cuando yo fui adolescente, un momento importante de descubrimientos y contradicciones.
La elección del lugar y la época es fundamental en El lugar de la herida, ambientada a principios de los 2000 en Tlaxcala. ¿Por qué elegiste este contexto?
Hay dos razones principales. La primera es que yo fui adolescente de secundaria hace 20 años. Para mí fue una etapa llena de descubrimientos personales, y quería explorar esas experiencias: la soberbia juvenil, el miedo, la curiosidad hacia quien es distinto. La segunda razón es que, durante esos años, la sociedad comenzó a ser más consciente de lo que sucedía en el centro del país con la trata de mujeres. Situar la novela en Tlaxcala y en ese contexto era esencial, porque ahí es donde se origina y se normaliza parte de ese horror. Quería mostrar cómo este entorno influye en las chicas, desde las dinámicas en un pueblo pequeño hasta las expectativas y desengaños de vivir en una ciudad.
Tu novela anterior también explora temas de ausencias y expectativas. ¿Por qué te interesa ahondar en estas ausencias, tanto de personas como de anhelos?
Las ausencias son un tema que he estado ensayando desde que empecé a escribir ficción. Quizá se deba a mi propia historia de vida, que ha estado llena de ausencias y cosas inalcanzables. En el caso de El lugar de la herida, las chicas tienen expectativas que parecen brillantes, pero que se van alejando hasta disolverse por completo. Lucero, por ejemplo, soñaba con ser costurera y se estaba esforzando para eso, y Nancy aspiraba a vivir en una gran ciudad y tener cosas que veía en las revistas y en la televisión. Pero las expectativas no se cumplen y eso genera una sensación de extrañar algo que nunca se tuvo. Son fantasmas que permanecen con ellas y les causan más problemas que satisfacciones. Me interesa explorar cómo esas ausencias nos habitan y afectan.
ÁSS