Leer a Federico Campbell, en el siglo XXI, en la frontera

Literatura

“Leo ‘Tijuanenses’ como una carta enviada por su autor desde el pasado en la que me dice: no dudes de escribir sobre tu ciudad. En donde sea que estés, escribe, una y otra vez, sobre tu ciudad”.

Federico Campbell, 1941-2014. (Foto: Oswaldo Ramírez)
Laura Elvira Díaz
Ciudad de México /

Leer a Federico Campbell, desde mi generación, es leer la primera forma de la literatura fronteriza. Como escritora joven, veo en Campbell un modelo de escritor. Su modelo autoral está estructurado por una tensión que lo acerca a la vez que lo distancia de una ciudad como Tijuana. La tensión entre Campbell y el espacio de su infancia es análoga a la tensión que existe entre él y su propia escritura. En Campbell se condensa, quizá por vez primera, el problema fundamental del escritor en la frontera. La literatura de Campbell sucede entre irse o quedarse, escindida ella misma entre el arraigo y el escape.

A diferencia de la Generación X, la mía comenzó a leer a Campbell cuando él ya estaba construido como autor. Mi generación conoció su obra cuando todos sus libros clave ya estaban publicados. Leímos a Campbell (al menos así lo leí yo) como si leyéramos a un precursor. Esta fue una experiencia de lectura distinta a la de aquellas generaciones previas en Tijuana que lo leyeron al tiempo que Campbell iba publicando sus libros, construyéndose como autor. Mi lectura de Campbell fue retrospectiva de origen.

Campbell, es cierto, se fue de Tijuana (donde aún no se le perdona su fuga). Pero quienes escribimos sabemos que la literatura es una de las formas más estimulantes de nuestra mente para habitar escenarios distantes. Por esta extranjería de todo lo literario, no creo que sea tan fácil afirmar que Campbell se fue. Como escritora de otra generación, veo a Campbell como un fundador y permanente interlocutor. Veo que Campbell estuvo siempre aquí en un diálogo directo o secreto con los escritores que lo sucedieron. Y, a su vez, Tijuana fue presencia permanente en la literatura de Campbell. Creo que, así como esta ciudad recorre el universo completo de su escritura, él está presente en toda la literatura fronteriza posterior.

Para mí, Tijuanenses es el libro definitivo. Hoy veo en Tijuanenses un punto de quiebre, un acontecimiento que perturbó e inauguró la historia de la literatura tijuanense contemporánea. Con Tijuanenses, Campbell abrió el camino para escribir una literatura que, sin temor alguno, narrara esta ciudad. Y hablara no para los tijuanenses solamente, sino que uniera Tijuana con la literatura. Con este libro de 1989, Campbell nos mostró que lo universal no es sino la forma aparente de una honda exploración personal. Y que, en realidad, el conflicto literario entre lo universal y lo particular es la máscara de una fuerza escritural nacida precisamente de ese conflicto. Leo Tijuanenses como una carta enviada por Campbell desde el pasado en la que me dice: no dudes de escribir sobre tu ciudad. En donde sea que estés, escribe, una y otra vez, sobre tu ciudad. Tu ciudad es la forma más genuina de lo universal. Y este mensaje lo envía a todo escritor de toda ciudad.

En Campbell capto también un modelo de escritor completo. Además de ejercer el periodismo durante gran parte de su vida, Campbell fue cuentista, novelista, ensayista, diarista, editor y traductor. Campbell es un autor consumado en varios géneros e incorporó como elemento esencial de su proyecto autoral la figura del traductor. No creo que esta amplitud escritural de Campbell haya sido leída en su justa dimensión por otros jóvenes de mi generación o, incluso, por escritores de la generación anterior. Pero creo que Campbell inauguró rutas hacia varias direcciones. Y, a medida que avancemos, regresaremos inevitablemente a esos caminos que Campbell nos mostró.

Creo que, durante los noventa e incluso los dos mil, la literatura tijuanense mantuvo con Campbell cierto conflicto edípico irresuelto. Campbell es el precursor, y escritores como Luis Humberto Crosthwaite o Heriberto Yépez sabían, de modo consciente o no, quién ocupaba ese rol. Por eso Crosthwaite y Yépez indagaron una ruta estética diferente y, mientras Campbell cultivó una escritura refinada y elegante, la siguiente generación de la literatura fronteriza optó por un lenguaje más coloquial, cercano a la oralidad y lo popular. La verdad es que esa tentativa de establecer distancia no era más que una forma de reiterar una relación, una parentela, una afinidad. Por esta angustia de influencia, no me parecería arriesgado afirmar que, después de Tijuanenses, no hay una sola página de esta literatura que no responda, de modo velado o abierto, a lo que Campbell ya había hecho. En el cuerpo de la literatura tijuanense, Campbell es columna vertebral.

En 1993, Luis Humberto Crosthwaite publicó un microrrelato titulado “Si por equis razón Federico Campbell se hubiera quedado en Tijuana”. Se trata de un texto en el que Crosthwaite imagina, entre otras cosas, que tras abundante insistencia y viajes inútiles a la capital del Estado, Federico publica su primera novela en la editorial de la Universidad estatal. Pero los críticos del Distrito Federal, según la fábula de Crosthwaite, ignoran la publicación. Ningún suplemento cultural le dedica una reseña. Tampoco le otorgan a Federico los ejemplares que le corresponden como autor. Años después nombran a Campbell editor de una revista local y luego consigue un puesto en esa Universidad. Finalmente, fabula Crosthwaite: “llega su obra a manos de Emmanuel Carballo que, sorprendiendo a críticos locales, recomienda que se reedite ya sea en el Fondo de Cultura Económica o en Joaquín Mortiz, Serie del Volador” (p. 37). Paradójicamente, Joaquín Mortiz fue la editorial donde Tijuanenses apareció.

En este microrrelato, además de especular sobre uno de los destinos posibles de Campbell, Crosthwaite muestra quizá sin saberlo por qué Campbell nunca se fue de Tijuana. Y la respuesta es tan evidente que creo que Crosthwaite, aunque la enuncia, no la capta: Campbell no se fue porque aparece y reaparece como referente, como el escritor sobre el que hay que pensar, especular y también hay que desafiar. Ese microrrelato de Crosthwaite también es un reclamo a Campbell por haberse ido al entonces Distrito Federal. Lo que Crosthwaite no vio, creo, fue que con su partida, Federico facilitó que escritores jóvenes ya no tuvieran que migrar. En ese sentido, la partida de Campbell es el espaldarazo definitivo de lo fronterizo.

La crítica literaria también participó en la discusión sobre la pertenencia de Campbell a la literatura del norte. Pero creo que se insistió demasiado en los determinismos geográficos, cuando en realidad la compleja relación de Campbell con su tierra natal es uno de los alicientes principales de su literatura y, también, el combustible de la literatura fronteriza futura. En Historia mínima (e ilustrada) de la literatura en Tijuana (2022), Humberto Félix Berumen escribe sobre Campbell:

“Es un caso particular en la literatura de Tijuana, diríase incluso que paradójico: es y no es un escritor tijuanense. Nace en Tijuana (1941) y muere en Ciudad de México (2014), a donde emigra después de pasar por Hermosillo. Había ido a estudiar siendo todavía adolescente, y apenas participa en el movimiento literario local; su formación literaria ocurre fuera. Tijuanense por el lugar de nacimiento pero que mantuvo con Tijuana una contradictoria y a veces conflictiva relación personal, expuesta de manera reiterada en entrevistas, cuentos y novelas…” (pág. 110)

Félix Berumen (el principal crítico literario regionalista en Tijuana) asegura que Campbell apenas participó en el movimiento literario de Tijuana. Yo diría que, en realidad, Campbell configuró este panorama literario al encarnar la figura del precursor del que los escritores de la siguiente generación tendrían que deslindarse. Berumen, sin embargo, insiste en pensar a Campbell desde el desarraigo, y después lo define como un “escritor desterritorializado”:

“…Su actitud es pues la del desarraigo. Pero quizá la palabra que mejor lo define sea la de haber sido un escritor desterritorializado en cuanto a su relación con Tijuana, colocado en una situación de discontinuidad temporal (entre el antes y el ahora) y de una descolocación territorial (entre Ciudad de México y Tijuana)” (pág. 111).

Es cierto que Campbell habitaba una frontera literaria entre Ciudad de México y Tijuana. Pero creo que la huida para Campbell siempre fue una contrariedad. En su relato “Insurgentes Big Sur”, el narrador está atrapado en un espacio que, como dice él mismo, no es “aquí ni allá”. Contrario al estereotipo, al partir de Tijuana hacia el Distrito Federal, el narrador experimenta la sensación de encontrarse en un incómodo lugar intermedio. Y “a la vuelta de cuarenta años, con más de la mitad de su vida consumida en México, empezó a sospechar que en algún tramo del camino cometió un error de navegación sentimental. Nunca hizo suya la ciudad. Nunca sintió que le pertenecía ni que perteneciera a ella”. Desde ese limbo, todo muestra su falsedad. Probablemente Campbell, como su narrador, que es otra versión de sí mismo “se había quedado paralizado en una tierra de nadie de la literatura en la que no sabía qué era más falso, si lo tijuanense o lo capitalino”.

También percibo a Campbell como un escritor de una generosidad impresionante. Me sorprende su amorosa labor en La Máquina de Escribir, el proyecto en que durante años fungió como editor y donde publicó desinteresadamente a numerosos autores jóvenes de todo el país. Entre los libros que Campbell editó, por cierto, se encuentra Poemas de seducción (1981), la primera plaquette de Rosina Conde. Entre Federico Campbell y Rosina Conde hay un tipo de influencia distinta, creo, que no pasa por la angustia, pero sí por la generosidad de la enseñanza y la lectura. Campbell fue un lector atento de muchos escritores jóvenes y no escatimó en citas ni en buenas críticas de sus colegas menores. Poseía esa generosidad que, decía Bolaño, solo poseen los grandes escritores, los grandes poetas.

Campbell se mantuvo siempre atento de lo que sucedía en Tijuana. Basta leer sus reseñas de algunos libros del sociólogo José Manuel Valenzuela Arce, con citas directas al escritor Rafa Saavedra, su reseña de Tijuana la horrible del crítico Humberto Félix Berumen, su apunte sobre Rumor de locos del sociólogo e historiador Victor M. Gruel, o sus comentarios sobre el trabajo de las artistas Yvonne y Julieta Venegas, para darnos cuenta de que Tijuana siempre estuvo en el centro de su atención no solo como escritor sino también como lector. En la última entrevista que Campbell concedió al diario tijuanense Frontera, se refirió a Heriberto Yépez como un “talento fuera de serie”, que “desde muy joven se atrevió a decir lo que pensaba en un país donde todo mundo se callaba y agachaba la cabeza”. Campbell nunca se alejó de Tijuana. La lejanía solo era geográfica.

Lo fascinante de la obra de Campbell, en sí misma tan tijuanense, es que se construyó también en un diálogo profundo con la literatura italiana. Como sabemos, Campbell tradujo la obra de Leonardo Sciascia, y su interés en el corpus del siciliano lo llevó a ensayar sobre la mafia, el poder, el Estado. Pero Campbell no solo es especialista en Sciascia: es sobre todo el lugar de cruce entre Tijuana e Italia, entre el presente y la historia, entre la innovación y la tradición literarias. Campbell es la posibilidad de una literatura nueva en un viaje de ida y vuelta hacia el otro continente.

Probablemente no haya escritor que escape a la terrible angustia de las influencias. Pero quizá es más fácil que, algún tiempo después, una nueva generación esté dispuesta a aceptar esas influencias y reconocerlas. Campbell pensaba a la escritura como un gesto de optimismo. Decía que escribir es como hacer una notita, meterla en una botella y arrojarla al mar. Como escritora de una nueva generación, creo que por fin hemos recibido esa botella y estamos resueltas a leerla. A descifrar, con indeleble admiración y agudeza crítica, el infinito telegrama que Campbell nos envió.

Laura Elvira Díaz

(1997) Es ensayista literaria y crítica de arte. Fue becaria de Jóvenes Creadores en Ensayo durante 2022-2023. Cursa la Maestría en Historia en el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Autónoma de Baja California. Actualmente prepara un libro sobre literatura fronteriza. Vive en Tijuana.

AQ

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