Una lentitud como una resignación:
en eso confiamos. El perro
que cojea dejará de olfatearnos
y dará vueltas en torno a la sombra
que lo entrena. No seremos niños
ni hablaremos solos.
(En aquel entonces
mirábamos la luz al final del malecón,
llamados por algo errático y poderoso,
un nombre que ya sabíamos
pronunciar.)
Mañana el muelle estará vacío.
Un día veremos lo que hay sobre el agua.
RP/ÁSS