‘Leonardo’: la desdibujada línea entre ciencia y arte

Teatro

La obra protagonizada por Rodrigo Murray es un homenaje al fracaso; ese singular matiz de la vida, componente inevitable de las empresas humanas.

Rodrigo Murray en 'Leonardo'. (Cortesía)
Gerardo Herrera Corral
Ciudad de México /

La puesta en escena titulada Leonardo no es un monólogo sino un bululú, esa forma de teatralizar en que un solo actor representa a muchos personajes a la vez. Acompañada por una música sublime y una escenografía inspiradora, la obra de Rodrigo Murray es una reflexión de vida a partir de la existencia del gran genio italiano Leonardo da Vinci y es biografía del hijo de una sirvienta iletrada en un caserío del pequeño poblado Vinci. Es también un homenaje al fracaso; ese singular matiz de la vida, componente inevitable de las empresas humanas. Humillante y doloroso, persistente y amargo.

Un gigantesco cubo transformable del escultor Sebastian llena el escenario, la música de Luis Ernesto Martínez Novelo comienza y el actor Rodrigo Murray habla. La historia va y viene. Aparece Leonardo da Vinci, el gran pintor, escultor, ingeniero, arquitecto que representa al Renacimiento mismo y entonces una voz nos transporta a la noche de un sábado de abril de 1452 en que nació ese zurdo, bastardo y homosexual. Luego el relato retorna para dejar ver al actor que se funde en la frustración con el personaje florentino.

Lo que sería la estatua ecuestre más grande y perfecta del mundo, ordenada por Ludovico Sforza, duque de Milán, nunca se hizo. El bronce con que se construiría el monumental encargo fue utilizado para fabricar cañones usados en la guerra contra Francia.

No fue a Leonardo a quien se encomendaría la pintura de la capilla Sixtina porque Roma no lo consideró para tan importante tarea; en su lugar, el Papa Julio II recurrió a un joven 23 años menor llamado Miguel Ángel Buonarroti.

La Última cena, una obra armoniosa donde se representa a los apóstoles con expresiones naturales y de la que se ha dicho produce un efecto de serenidad y paz, donde se conjuntaron proximidades y antagonismos sin precedentes, la reunión de los apóstoles alrededor de una mesa donde el mesías reparte el pan y el vino en un momento crucial para el cristianismo; quedaría hecha pedazos dos años después de terminarla porque la técnica del fresco inventada por el maestro fue arriesgada y no logró nunca fijar los colores a la pared. En un intento por salvarla Leonardo recurrió al óleo para retocar, pero las pinceladas constantes no resultaron y la gran obra se deterioró aun cuando después utilizó aglutinantes en la pintura en desesperados y fallidos empeños.

Se dice que la Monna Lisa que hoy se conserva en el Museo del Louvre en París como legado del polímata es en realidad solo una copia y que de la original no sabemos nada.

El florentino no pudo sumergirnos en el mar con escafandras ideadas para ese fin; nunca construyó los tanques de guerra que pensaba ayudarían a ganar batallas, no logró caminar sobre el agua y no pudo hacernos volar con las maquinas que construyó.

Y a pesar de todos sus fracasos, mayores en número que sus éxitos, Leonardo da Vinci es recordado hoy, siglos después de su muerte. La pieza teatral escrita por Rodrigo Murray, actuada y dirigida por él mismo es una revaloración de los reveses de la vida.

A diferencia de otras obras teatrales en esta hay una coreografía del escenario que cambia, danza y habla. La geometría ocupa el espacio y cómo no recordar al Hombre de Vitruvio en que Leonardo estudió las proporciones ideales del cuerpo; cómo no evocar los trazos y bocetos del primer plano en una pintura del Renacimiento, esos trazos que desaparecen cuando la pintura está terminada pero que permanecen ahí como estructura oculta en el paisaje, los personajes y los objetos. Sebastian inventó un lenguaje cientista, que ha logrado crear una geometría emocional y cuyas obras plantean un discurso sensible y una organización escondida.

Durante más de una hora mientras la obra se desarrolla la geometría del escenario cambia, los colores se reacomodan y la voz que parece surgir de los diferentes arreglos y formas dialoga con el actor en una conversación con el gran escultor monumental Sebastian. Quién mejor que él para hablar del personaje renacentista que no supo distinguir entre el arte y la ciencia; qué mejor que una pieza caprichosa como escenografía.

Sebastian inventó sus transformables hace más de cincuenta años cuando el escultor, arquitecto y diseñador húngaro Ernö Rubik, aún no inventaba el cubo que hoy todos conocemos. Entonces los transformables de Sebastian eran de papel, cartón y plástico compuestos por cubos que se van desplegando, haciendo que surjan nuevas configuraciones y muy variadas combinaciones de colores. Leonardo4 es el nombre de la pieza de gran tamaño que hace el escenario de la obra teatral, pero Durero4 o Brancusi4, Flexágono, Kepler4 o Tetraflexágono son otros transformables tocados por la magia de un arte en que, las manos del observador participan.

El escultor monumental nos ha dado obras geométricas que evocan ideas de la física y las matemáticas. En su expresión hay una manera de ver la naturaleza y una propuesta de geometrización universal.

Rodrigo Murray encontró los lazos que van de Leonardo da Vinci a la obra de Sebastian y el guion escrito a lo largo de muchos años pasa por la existencia misma del actor que intenta montar una obra teatral para hablar del genio renacentista. Murray dice que siendo muy joven tuvo un acercamiento a la vida de Leonardo cuando su padre se lo presentó como uno de los más grandes hombres en la historia de la humanidad. Ese primer contacto dejaría una huella profunda y cambiaría su destino. Hoy, a 505 años de la muerte del genio renacentista, la obra teatral nos muestra que Leonardo da Vinci cambió al mundo con los fracasos que supo hilvanar como se hilvanan las perlas de un collar.

AQ

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