V
Los dioses, ¡los sublimes!,
ocultan su miedo ofreciéndome un milagro,
que no acepto por desidia,
a sabiendas que vendrá otro
y me procurará lo mismo.
Una y otra vez obsequian sus quimeras;
comercian, truecan, prometen.
¡Qué fastidio!
¿Por qué todos tienen los dientes podridos?
Se suben la pollera trenzada de serpientes,
muestran la entrepierna;
se les mira una anteojera de lluvia
y disimulan su esquina alma,
sin sal y breve.
Un consejo:
antes de prenderles una luz, de inflamarles un fruto,
de sujetarles la esperanza a una llama, al humo,
hay que revisar su fecha de caducidad,
sin piedad,
pasen vista.
ÁSS