Los borradores sin borrar de Gabo

Literatura

En una entrevista realizada en 2010, Jaime García Márquez reveló a un grupo de periodistas la existencia de textos inéditos de su hermano, entre ellos ‘En agosto nos vemos’ y ‘La Tigra’, que —pensaba— tal vez nunca serían publicados.

Gabriel García Márquez, autor colombiano. (Archivo MILENIO)
Gustavo Mota
Cartagena de Indias, Colombia /

“La primera nota periodística de Gabito salió de aquí”, dice como si se tratase de un titular y señala un edificio de paredes altas, abandonado, con balcones torcidos, sin pintar; destartalada y testaruda su fachada y su tiempo.

Apenas un letrero que indica Lotería Bolívar y el número 381 es hoy lo que fue el periódico El Universal, en Cartagena de Indias, Colombia.

Es la primera escala de un recorrido filial. El octavo de once hijos, Jaime García Márquez es quien cuenta el cuento Del amor y otros demonios y quien deletrea el amor contrariado entre Fermina Daza y Florentino Ariza, incrustado en esa esquina del mundo Caribe. Un grupo de periodistas somos el rebaño que lo acompaña, con la boca abierta y el sudor de los noventa grados de humedad. Pareciera que asistimos a la crónica de una hermandad cosida por la responsabilidad de recordar lo que uno hizo y el otro cuenta.

Jaime, Vicepresidente de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, fundada por Gabriel García Márquez, con sede en la calle San Juan de Dios, No. 3, aparece con un nervio carnal; tiene un parecido grande con su hermano Gabriel, la misma espalda y el mismo tono, la verborrea que habla bailando y sus frases que nunca concluyen, sólo transitan en una sacudida de manos recurrente, como si para contar fuese necesario palpar.

Jaime García Márquez, hermano de Gabriel García Márquez. (Cortesía)

La ciudad amurallada es el eco de un elenco que pasea por la historia de dos historias, la de El amor en los tiempos del cólera, y la de unos hermanos que la envidia no los separó. Jaime habla del mayor con minusvalía biográfica:

—Yo soy el hermano más barato de Gabito. A todos nos ayuda; de él se han dicho muchas cosas, pero les aseguro que es un hombre terriblemente bondadoso, ayuda a todo el que puede. Yo todavía no comprendo por qué me escogió a mí para que trabajara en su Fundación, cuando no he escrito nada en mi vida, no tengo nada que ver con la literatura, yo soy ingeniero.

Pide, antes de iniciar el recorrido, que preguntemos mucho y todo lo que queramos, excepto sobre un tema: el pleito entre Gabito y Vargas Llosa. Pese a ello, aclara que el Nobel de Literatura concedido al peruano es un premio que merecía, es un gran escritor, dice que dice su hermano.

Avanzamos como una manada, registramos con cámaras, con bolígrafo, con grabadoras, todos intentan la fotografía con Jaime con un fervor como si fuera Gabo, o algo peor, como si fuera Gabo mejorado, sin la fama de por medio, ni el disparate millonario que le ronda en Cien años de soledad. Jaime nos aclara, todo es real, todo existió, todos los personajes de El amor en los tiempos del cólera existieron.

—Gabito simplemente se adelanta, se mira con cuarenta cómo será a los setenta y es la misma vaina entre Mercedes y él, y Fermina y Florentino.

Nadie le detiene, nadie se sorprende, nadie nos para ni nos separa, acaso, solo, la curiosidad turística que de vez en cuando se acerca a intentar escuchar a ese guía que recuerda tanto o más de lo que sabe, quizá de ahí su aproximación: “Aprender no es más que recordar”.

Gabriel García Márquez entrevistado por Gustavo Mota, autor de este texto. (Cortesía)

Un rincón indiferente es Cartagena ante el hermano del escritor más famoso que ha dado Colombia. El rebaño es comprensible, la ciudad amurallada, la parte antigua que no comulga con la nueva ni con la miseria de atrás que le rodea, se compone de grupos alucinados ante tanta belleza natural, ante tanto desborde de frondosidad.

Llegamos a lo que hoy es el Museo de Arte Moderno, en la Plaza San Pedro Claver. Con las miradas atónitas a su alrededor, Jaime recuerda las paredes que eran huecas y una mujer que se metió entre ellas.

—Porque han de saber que las puertas cambian de casa en Cartagena—, asegura con la fuerza innegociable del creyente—. El guayabo, es decir, el despecho y las mujeres, es tema recurrente: “ustedes, las mujeres, no sufren tanto como los hombres, olvidan más rápido”, suelta, frente a una galería en la Plaza de la Aduana, donde Florentino bailaba y pasaba unas noches fabulosas y llevaba a Fermina al desnucadero.

Jaime lo cuenta con una sonrisa pegada a los deseos, como si imaginara la verdad que une a los sexos.

En el parque Fernández Madrid, donde esperaba Florentino a Fermina, donde se sitúa la casa de ella, de color blanco, y agrandada por el recuerdo accidentado que es la memoria, cuenta Jaime, preocupado, que Gabo nunca entra en las hojas que había guardado. Revela dos títulos inéditos: En agosto nos vemos y La Tigra, obras que acaso no salgan a la luz, borradores sin borrar, todavía.

Jaime García Márquez nos habla de la promesa que se hicieron los hermanos: “Nunca íbamos a tomar tragos con la luz solar, por eso, un día que era de día, Gabito para beber y mantener esa promesa, cerró las cortinas”.

Llegamos al final del recorrido, un restaurante donde con enfado e impotencia, Jaime García Márquez, el octavo de once hijos, remata:

—En Colombia cualquiera se mata por un poco de plata, no importa la vida, importa vivirla, aunque sea corta, pero con dinero. Es una desgracia nuestro país. En Colombia lo único que queda es lo que decía mi madre: Orínese y acuéstese.

Este texto ha sido incluido en el libro 'Asaltos (Entrevistas imprevistas)' de Gustavo Mota Leyva, publicado recientemente por la editorial Elementum.

AQ

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