Los días después | Por Tedi López Mills

En el banquillo

"Foucault se propuso escribir una historia de la semejanza. Hoy lo que se parece ya no se parece en este lenguaje incómodo".

Michel Foucault, filósofo francés. (Archivo MILENIO)
Tedi López Mills
Ciudad de México /

Debo aprender a pensar. Si afuera alguien custodia la planicie, quién se encarga aquí adentro. No son inmediatas las analogías. Percibo las distancias. Percibo algunos adornos, pedazos de una figura desperdigados entre los muebles. El atril no se acomoda con la voz que grita. Los huesos de la imaginación se están rompiendo. Hay filas afuera. Hay procesiones. Busco mi lista de acertijos. Si pones tu mano encima y esperas cinco segundos, se destruye. ¿Qué es? No vienen al caso los cinco segundos. La mano tendría que ser manca para que la circunstancia procreara un enigma, cierto vacío en el que se sostuviera el paso del tiempo antes de esfumarse.

“Usted no sabe lo que es la vida”, dice la dama en “Retrato de una dama” de T. S. Eliot; pero yo sí sé que siempre es de alguien más. Como las ideas apropiadas, los testimonios, las consignas. No vuelvo a interrumpir el recuento del flujo de los acontecimientos. Ya se declaró afuera muy suavecito: es la democracia del señor haciendo sus tareas habituales. Mis testigos adentro se asoman en silencio por las ventanas. Si las cosas se miran unas a otras, como escribe Michel Foucault, ¿por qué no se hablan?

Leo la palabra episteme. En mi libro hay frases subrayadas; las entendía o las iba a entender más tarde: “por bien que se diga lo que se ha visto, lo visto no reside jamás en lo que se dice”. Es un cuadro. Resalto con mi lápiz el espacio entre los signos “mutuamente adecuados”: una sintaxis encerrada en sí misma. “Las utopías consuelan”, según Foucault. Al menos mientras no se manifiesten. Las cosas de Foucault incluyen una mesa, un paraguas, una máquina de coser. Supongo que están en un cuarto. Poseen una ley interior. Examino las que me rodean. Enumerarlas equivaldría a clasificarlas y ordenarlas por letras o números, como si estuvieran juntas a propósito. Pero que la silla esté al lado del baúl en mi casa es una casualidad. Que la leyenda inscrita en el baúl sea “Las muchas muertes” no significa nada. Es lo que llamaría mi mentora una “ocurrencia oportunista”.

No debo aprovecharme de los sentimientos ajenos, sino averiguar en qué consisten los míos cada vez que los atrapo en acción y los observo. Abro el baúl: manteles luidos, órdenes de desahucio, cuadernos de mi abuela sorda. El lugar del “encuentro se halla en ruinas”. Foucault se propuso escribir una historia de la semejanza. Hoy lo que se parece ya no se parece en este lenguaje incómodo.

Debo ir tachando con mi crayón verde cada simulacro; debo pensar adentro que afuera las estadísticas son una forma de interferencia, tomar en cuenta los consejos de los numerosos expertos. Uno me dirá: esto mata; esto no mata. Otro me advertirá: el animal político es un cuerpo muy ingenioso.

Voy a tocarme la cara como si yo conociera la suya. Cuánto asombro. Los dedos se sumergen en el cielo límpido de mi pantalla. Azul intenso en un día tormentoso. Golpes de pecho. Nos felicita el señor. Se irá llorando si nadie lo quiere.

SVS | ÁSS

LAS MÁS VISTAS