Los padres fundadores de la histórica sociedad alteña

Literatura

Aquellos Altos de Jalisco, de Salvador Gutiérrez González, indaga en el origen y destino de una comunidad formada a partir de las últimas décadas del siglo XVI con emigrantes españoles que podrían haber sido de origen judío.

Los Altos de Jalisco. (Archivo UdG)
Guillermo Levine
Ciudad de México /

Hablaré aquí de un libro inesperado, publicado por Acento Editores: Aquellos Altos de Jalisco. Origen y destino de la Histórica Sociedad Alteña (disponible en Amazon), de Salvador Gutiérrez González, que en la portada incluye una pregunta intrigante: “¿Son de origen judío los alteños?”

Hace muy pocas semanas recibí un correo electrónico de Salvador, mi “condiscípulo del Bachillerato Unitario de la Escuela Preparatoria N°2, de la Universidad de Guadalajara, 1967-1969, Grupo 1° B y 2° B” en el que me invitaba a conocer su más reciente libro. Ya la sola descripción precisa y memoriosa de cosas que yo no recordaba debió haber sido una indicación de lo que vendría: una muy detallada crónica de un recóndito tema que prácticamente nadie conoce, referido a la terrible historia, en lo que ahora es España, de los judíos conversos, despectivamente llamados “marranos”, durante siglos perseguidos, expulsados, torturados y quemados en la hoguera por defender sus creencias, por algo tan simple y a la vez poderoso como eso.

Resulta que este viejo compañero mío es ingeniero químico de profesión, con posgrados en esa compleja área, y con ánimos y arraigada vocación de historiador, porque también tiene libros publicados sobre la realidad y mitos del tequila (bebida casi originaria de Los Altos, por supuesto), sobre las memorias de Jalostotitlán, Jalisco, y sobre la fundación e historia de la Facultad de Química de la Universidad de Guadalajara.

Aquellos Altos de Jalisco consta de 239 páginas llenas de datos, referencias y descripciones, ninguna de las cuales es ficción ni invento del autor, y cuya dedicatoria precisa:

A la memoria de mis antepasados:


Francisco Gutiérrez Rubio y Cathalina González Rodríguez, montañeses conversos* que se embarcaron en una nave furtiva que zarpó al nuevo mundo desde el puerto de Laredo, hoy Cantabria, en las postrimerías del siglo XVI, quienes se establecieron, procrearon y murieron en el entonces muy extenso territorio de la Villa de Xalostotitlán, en la Nueva Galicia, hoy Altos de Jalisco, México (p. 7).

En 2008, nuestro autor estuvo en España para estudios de posgrado, y como nunca olvidó su deseo de averiguar más sobre el tema de la posible ascendencia sefaradita de algunas familias de Los Altos (Sfarad es el nombre de España en el idioma hebreo), aprovechó entonces para visitar una extensa biblioteca sobre temas hebreos en un pequeño pueblo español y comenzar ya en forma intensiva a estudiar el tema.

Luego de exhaustivas búsquedas en documentos y registros genealógicos en archivos y también mediante herramientas de Internet, Salvador advierte: “Los padres fundadores de la histórica sociedad alteña, con identidad y cultura propia, fueron españoles, hombres y mujeres (en familia), que llegaron a los Altos de Jalisco a partir de las últimas décadas del siglo XVI, con la determinación de quedarse para siempre; es decir, cien años después del descubrimiento del nuevo mundo” (p. 43).

Y la guía para todo este trabajo es la siguiente pregunta que el autor se hace enseguida: “¿Quiénes eran los habitantes de la España de finales del siglo XVI, cuáles sus antecedentes históricos, y quiénes y cuáles fueron las circunstancias históricas en medio de las que tomaron la decisión de correr la aventura de migrar, con toda la familia, al nuevo mundo?”

Viene entonces un muy interesante y bien documentado capítulo para explicar cómo eran y qué requisitos exigían los viajes desde un puerto de España hasta el mundo “descubierto” menos de cien años antes. Y uno se entera de cosas que medio sabía porque todos las habíamos escuchado en la lejana escuela primaria: Colón efectuó su primer viaje en 1492, y la corona española se auto adjudicó el derecho de posesión del nuevo mundo sustentándose en las “bulas alejandrinas” promulgadas al año siguiente por el papa Alejandro VI. Tan solo un año más tarde, en 1494, mediante el “Tratado de Tordesillas” los reinos de España y de Portugal se repartieron alegremente esas ignotas tierras.

“Por supuesto que en esta ecuación no están incluidos los pueblos originarios del nuevo mundo; o más bien, están incluidos como los perdedores” (p. 45), escribe nuestro autor.

También uno se entera de que las conquistas fueron en realidad empresas privadas, y que todo el muy complejo asunto era una cuestión de dinero (oro) y negocios entre la corona, los dueños de los galeones y los inicialmente soldados y, décadas después, pasajeros que se arriesgaban a esos arduos y largos viajes trasatlánticos.

Luego, entre 1531 y 1542 llegó la conquista de la Nueva Galicia, guiada por Carlos I de España o Carlos V de Alemania, quien bajo el pretexto de proteger a su reino de los avances del protestantismo había aislado a España de los movimientos progresistas del Renacimiento en Europa para sumirla en ese oscurantismo que fue nuestra desafortunada herencia, apuntalada además en un sistema de mercedes y encomiendas mediante las cuales el rey mantenía su dominio absoluto sobre las tierras y los vasallos. Así se crearon los virreinatos de México y del Perú, con sus respectivas “Audiencias” para la administración de justicia... lo que incluyó a la Santa Inquisición.

El floreciente negocio había ya dado lugar, en enero de 1503, a la creación de la “Casa de la contratación de Sevilla”, fundada para controlar los registros y autorizaciones de viajes y colonización, y en 1524 se crea el "Consejo de Indias” para dirigir los asuntos de la administración civil, militar y eclesiástica y autorizar y revisar la salida y entrada de los barcos, además de encargarse de los nombramientos de los funcionarios de la corona y de los clérigos, virreyes, gobernadores, oidores y obispos.

Junto con el anterior “Decreto de Granada” del 31 de marzo de 1492 que expulsaba a los judíos del reino, quedaron establecidas las bases formales sobre las que Gutiérrez González comienza a explorar su hipótesis, lo que sucederá en el siguiente capítulo, con el sugerente título de “Un viaje sin retorno”, donde mediante documentos históricos y una buena cantidad de libros referenciados narra las espeluznantes condiciones de los muy caros viajes que duraban semanas, y que dieron origen en Sevilla a un mercado negro de traficantes, a quienes los llamados “prohibidos” compraban sus licencias para poder partir.

Dada nuestra no siempre tan agraciada condición humana, además el viaje tenía que enfrentar los ataques de piratas y corsarios que aprovechaban las nuevas realidades.

Surge entonces el fenómeno de la migración, al que el libro dedicará un estremecedor capítulo completo al final, y que aquí se comienza a estudiar bajo el título de “Una región especial para migrantes especiales”, en donde muestra cómo con el paso del tiempo la zona hoy conocida como los Altos de Jalisco resultó ser el sitio al que se dirigían las paupérrimas familias que en el siglo XVI fundaron cuatro importantes parroquias: Teocaltiche en 1550; Xalostotitlán en 1572; Ocotlán en 1574 y Santa María de los Lagos en 1585.

Vienen entonces las preguntas que definirán el resto de la fascinante investigación contenida en el libro, y cito: “¿Por qué en las postrimerías del siglo XVI, y primeros años del XVII, migrantes españoles, con todo y sus familias, corrieron la odisea de cruzar el Atlántico, y una gran travesía en tierra adentro, para establecerse en un rincón de tierras flacas, pobres e inhóspitas de la Nueva Galicia que hasta los franciscanos desdeñaron, y allí fundar y conformar su ‘sociedad con identidad y cultura propia’ en la hoy denominada región de los Altos de Jalisco, México?

“¿Quiénes fueron estos individuos?

“¿Cuáles las circunstancias que motivaron sus decisiones? (p. 94).

La brevedad de este espacio me impide seguir detallando los exhaustivos contenidos del libro, pero es necesario enfrentar la hipótesis central: ¿Son de origen judío los alteños?

Los inicios están, por supuesto, en “el hecho histórico del decreto real del 31 de marzo de 1492, que impuso al pueblo sefardí la disyuntiva de convertirse al catolicismo o abandonar su país, la tierra que los vio nacer, y la de sus antepasados por más de mil años, en un plazo de cuatro meses, sin dinero, sin alhajas, sin bienes, con solamente lo que pueda transportarse en un asno; fue una tragedia humana” (p. 110).

Y será a partir de eso que la súbita condición de perseguidos por la Santa Inquisición y sospechosos en todo momento, aunque fueran conversos, los obligó a emprender la huida de la opresión y la hoguera, con los antecedentes, además, del antisemitismo, las persecuciones y los asesinatos masivos en muchos países de Europa durante los siglos que precedieron al decreto de expulsión.

Cerca ya del final del libro, en 40 páginas el capítulo titulado “A manera de resumen: realidad, mitos y conjeturas de la histórica sociedad alteña y su eventual origen sefardita”, Salvador abunda en las pistas que muestran cómo estos migrantes perseguidos se asientan en terrenos alejados e inhóspitos habiendo tenido que esconder su fe judía, cambiar sus apellidos o ya directamente convertidos en fervientes católicos como única forma de no despertar sospechas y por consiguiente no perecer.

Aunque el origen sefardita alteño no se pueda demostrar con argumentos ortodoxos de la historia, nos dice Salvador Gutiérrez, tampoco se puede refutar a la luz de aportes contemporáneos sobre el tema, e igualmente echa por tierra el supuesto origen francés alteño pues es un mito, nos previene: “No hay documentos que lo sustenten, ni para la versión de remanentes de soldados franceses contratados originalmente para que ayudaran a la reconquista de España, consumada en 1492 (cien años antes de la fundación de los Altos), ni la que se refiere a un tal regimiento francés de Maximiliano en la segunda mitad del siglo XIX, perdido y efímero en los Altos de Jalisco, cuando la sociedad alteña ya contaba con más de dos siglos de antigüedad” (p. 141).

Sus orígenes judíos se convirtieron en el fuerte sentido de identidad y pertenencia que durante generaciones caracterizó a los alteños, como ejemplifica mediante esta cita de un investigador sobre el tema: “Los alteños pertenecen a una nación diferente, a un mundo distinto, de honda personalidad autárquica, cuyo exagerado amor por su tierra los empujó hacia el separatismo, y que intencionalmente se establecieron en una región de tierras flacas e inhóspitas, de caminos escasos y largos los años, para irse estableciendo, como se hicieron, transterrados” (p. 177).

Además, nos explica que, comenzando con el Programa Bracero en los años 60, luego con la “migración hormiga” y ahora con la ubicua modernidad, esa emblemática “sociedad ranchera” está ya prácticamente desaparecida.

También por coincidencia, hace apenas unos días acabo de acompañar a mi amiga Sara Poot a su presentación en la FIL del libro Olvidarás el fuego, de Gabriela Riveros, que en forma novelada cuenta la historia de la fundación del reino de la Nueva Vizcaya y del posterior Nuevo Reino de León en el norte de la Nueva España, antecesores inmediatos de la Ciudad de Monterrey, también por obra directa e indirecta de una extensa familia de judíos migrantes perseguidos, los Carvajal. Al final, el protagonista principal cambia su nombre a Joseph Lumbroso antes de morir en la hoguera junto con su familia.

La historia de las infamias es terriblemente amplia, y por ello es de agradecer que este libro constituya un serio y amoroso intento de honrar y explicar el origen y destino de la histórica sociedad alteña.

AQ

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