Por encima de cualquier consideración, Los vivos (Alfaguara) es una atmósfera: opresiva y con la apariencia de un limbo donde hombres y mujeres viven una espera que se prolonga hasta la náusea. Es también un desafío. ¿Qué realidad es esa en la cual los desaparecidos son tantos como los aparecidos? ¿O se trata, acaso, de una versión del infierno prosperando aquí, en la Tierra? No lo sabemos porque Emiliano Monge procede como novelista —sabe de ambigüedades y claroscuros— y no como pregonero de alguna causa.
Así que de qué hablamos cuando decimos que Los vivos sugiere el trazo del limbo o el infierno. Estamos en una suerte de no-lugar —aunque recuerde a México y sus aterradoras estadísticas de desaparecidos— donde las gentes asisten puntualmente a la oficina, cuidan a sus mascotas, hacen la compra y aun padecen insomnio y se despiden. Tiene, diríamos, la consistencia de nuestra realidad. Pero contiene una anomalía: una plaga injustificada de aparecidos sin memoria, y a veces sin habla, que se sienten ajenos a este mundo.
Avanzamos llevados de un extrañamiento a otro. Al centro de la novela están Hincapié y Vestigia, dos fuerzas que, por igual, se atraen y se repelen mientras siguen jurándose amor: él vive consumido por el temor a verla desaparecer, ella solo desea volver al estado anterior a su aparición. A su alrededor, gravitan otras figuras igualmente rotas: dos buscadoras, una paleontóloga, un individuo que es una gran incógnita, una vidente, un niño sin orígenes ni futuro, salido de la nada. Y no podemos eludir una pregunta: ¿están realmente vivos? Porque, más que seres materiales, parecen fantasmas.
Si la literatura interroga al presente para obtener unas cuantas conjeturas —apenas tanteos— sobre nuestra condición humana, Emiliano Monge ha sabido corresponderle, y con creces. Al indagar en los significados más desgarradores —y, tal vez, innombrables, pues provienen de la experiencia ajena— de la pérdida —Los vivos habla de ausencia—, llama a imaginar, como si se tratara de un mundo al revés y no menos descoyuntado que el mismo que habitamos, una desconcertante paradoja: y qué si el regreso de los desaparecidos, que nunca se van del todo, trae una inédita manifestación del dolor. Los pastores de almas están para dar consuelo, no la literatura.
Los vivos
Emiliano Monge | Alfaguara | México | 2024
ÁSS