1. Flechas directas al corazón
Siempre provocadora, Lucía Yépez entiende que el rito de la necedad es indispensable para que nuestra existencia vibre, entonces, invocadora de caricias inconfesables, en sus versos se confiesa amante y todo arde, se descubren las cicatrices.
Recuerdo alguna discusión, éramos un grupo de jóvenes a finales de los años 90 y hablábamos de profanar —en lo personal, mientras a unos les escandalizaba a mí me emocionaba la valentía de Yépez, que maldecía y bendecía al mismo tiempo el acto amoroso—; estábamos atorados en lo que Gabriel Zaid distingue en un capítulo de su libro Leer poesía como poesía embotellable, eran esos tiempos —como ahora— donde todo confluía con todo y la poesía estaba para eso; ahora, en estos tiempos, cuando ya nada se confunde con la nada y la poesía sigue estando para eso, Lucía, oculta en sus tempestades sigue gritando sus deseos:
en qué manantial (sin un antes y un después)
criatura deshabitada
resbalas hacia mi sombra
que penetra el sendero que va hacia Dios?
nadie me dijo en qué roca sepultar los recuerdos
camino hacia las llamas del silencio
pueblan las estrellas los instantes de tu voz perdida
y no importa dónde el musgo nace y muere al paso de tu huella
solo miro tu cuerpo tendido entre la yerba
y los cuerpos sangrantes de las alondras
mientras fluyen mandrágoras de tus poros
cerrados
al pecado
y al ósculo
(“Las alondras”, fragmento, pág. 78)
2. Sobran emboscadas y ausencias
Hay en Pero que maldita necedad de perder el amor (con ilustraciones de Lupina Flores; Fondo editorial Nuevo León, UANL, 2023) una intensidad sin igual, la experiencia de la autora se entiende en esa aptitud para durar y prolongarse la visión, la crónica de Lucía siempre en estado penetrantemente pendiente de lo que le incumbe al cuerpo. Los versos de Yépez nos inciden, nos incendian:
y el olvido desciende como un equívoco de Dios
y es inútil la embriaguez
de una tarde perdida sin memoria sin nombre sin un número rojo
en este juego mortal ques la vida y todo en mi es una ola
precipitándose sobre el tiempo
que sescapa para volver el instante siglo entre tus muslos
(“Trampa de tiempo”, fragmento, pág. 98)
En toda la obra de Lucía, desde Con cicatrices pero a salvo, libro publicado en 1997, encontramos esta cercanía entre lo místico y lo erótico que nos recuerda a poemas de Rumi de Hafiz en donde se habla de Dios a través del amado y la amada, recordándonos que hay alguna corriente sufí que considera que si no se ha experimentado el amor humano no se puede alcanzar el amor de Dios (por cierto, en este libro encontramos ambas voces, la masculina y la femenina; otra vez Lucía, valiente, encara a estos tiempos de activismos donde a nadie parece calentarle el sol, espero, es más, estoy seguro que estos versos en el mejor y más placentero de los sentidos sí nos darán una calentadita).
3. Malvada loca
En el prólogo, Marisol Vera Guerra destaca que las palabras nunca parecen contener un solo significado ni un límite preciso, ya que la autora retoma la fuerza primitiva del lenguaje oral, entonces insertadas en los poemas encontramos estas palabras unidas que fonéticamente son en muchos casos metáforas sueltas: ahoraquí, dámetenamorada, entrél, quescapa, membruje, muerten, nolvides, albacaahumada que el autocorrector nos marcará como error son un hermoso acierto, un susurro donde deleitarse por la piel que se eriza el ser estas pronunciadas cerquita del oído o cerquita de alguna otra parte de nuestro cuerpo.
4. La luz de una lágrima
Podemos afirmar que la poesía es sagrada, no por el enlace y las referencias antes citadas, sino porque en todas las reflexiones que pueda hacer el mundo en cualquier época y enfrentándose a cualquier peligro latente o existente, la coincidencia es unánime: a fin de cuentas la búsqueda de la felicidad es el fin, y si este se da con un poema que nos arrime o acerque, o si al contrario un arrimón pueda alcanzar esos grados, pues qué felicidad.
Entonces qué felices somos cuando sabemos que la noche tiene su luz propia y optamos —como Lucía Yépez— por no hablar del corazón que vigilamos y creemos en la carne, qué felices cuando suspiramos o gemimos en la certeza de que alguien hay que nos desea, que hay alguien que nos sueña, que nos devora, que nos lee en trozos desparramados.
AQ