Luis de Tavira: “Una obra de teatro no modifica el precio del pan, pero cambia las conciencias”

Entrevista

De origen alemán y con ecos de la tragedia griega, ‘Furor’, que tendrá funciones del 13 de abril al 14 de mayo en el teatro Julio Castillo del Centro Cultural del Bosque, es un thriller político enormemente relevante en el contexto mexicano.

Luis de Tavira, dramaturgo y director mexicano.
Ciudad de México /

Luis de Tavira va adonde lo convoque el teatro y el teatro lo convocó a una obra escrita en Alemania con un político de protagonista, a partir de la cual, convocado al diálogo, el dramaturgo, actor y director de escena afirma que en México la democracia “está secuestrada por esos negocios que son los partidos políticos, incluso en la defensa del INE”, y que la política se ha deshumanizado y se volvió antiética.

Formado con jesuitas, enfurece al recordar el reciente incendio en la estación migratoria de Ciudad Juárez que mató a 39 personas y dejó heridas a 28 más, y el asesinato de los sacerdotes Javier Campos Morales y Joaquín Mora Salazar en la sierra Tarahumara, también en Chihuahua, en junio de 2022.

“Estamos en la batalla de la deshumanización. El poder se ha deshumanizado, y el ejercicio político se ha deshumanizado, con lo cual pierde su sentido, por eso es importante el teatro, porque es el arte de la humanización, el teatro invita a ser menos inhumanos”, expone en entrevista el ex director de la Compañía Nacional de Teatro y Premio Nacional de Ciencias y Artes en Bellas Artes 2006.

De Tavira recuerda los orígenes de la democracia, la relación de la política con el teatro, en una conversación en vísperas del reestreno de su puesta en escena de Furor (2018), el drama escrito por la pareja de Lutz Hübner y Sarah Nemitz sobre un candidato a alcalde inmerso por azar en una tragedia.

Heiko Braubach (Juan Carlos Vives), en plena campaña electoral, atropella a un joven drogadicto a quien deja inválido y a cuya madre, la enfermera y trabajadora social Nele Siebold (StefanieWeis), ofrece ayuda, pero termina chantajeado por un sobrino troll de redes sociales, Jerome (Rodrigo Virago).

El thriller, concebido por Hübner y Nemitz y traducido por De Tavira y Weiss, se estrenó en breve temporada en noviembre pasado en el Teatro de las Artes, y tendrá funciones de jueves a domingo del 13 de abril al 14 de mayo, en el teatro Julio Castillo del Centro Cultural del Bosque, en Chapultepec.

De Tavira subraya que Furor aborda la crisis de civilidad que se vive en el mundo, en la que se puede reconocer también México y que abarca muchas dimensiones, desde la drogadicción en la juventud, el desamparo y la soledad de una madre soltera que tiene que desvivirse para apenas sostener su hogar desempeñándose como trabajadora social, y el absoluto escepticismo de un muchacho que ha interrumpido sus estudios, esclavo laboral y habitante de redes sociales, que va acumulando cada vez más odio.

“De pronto, una noche, este político (Braubach) vuelve a su casa en automóvil, y se le atraviesa un muchacho drogado al que atropella y deja inválido. El político se detiene, incluso salva la vida al joven, pero la tragedia se convierte en un escándalo en los medios, por ser quien es aquél. Hay una investigación del ministerio público, un peritaje que determina que él no tuvo la culpa. Y hay un manejo de la prensa, en el que se ve de inmediato la mano de los que conducen las campañas electorales para no solamente no perjudicar al candidato, sino que le favorezca en la campaña política. Pero, hay mucho escepticismo, y en las redes no se ve así, comienzan a cuestionar, hay una investigación paralela, que no coincide con el peritaje. Y, en medio de eso, unas vidas deshechas”, reseña De Tavira la obra que ocurre en un ámbito donde hay rabia en la sociedad.

—Parece que íbamos a hablar de la obra de teatro alemana Furor, pero su reflexión apunta a México.

Exactamente. Estamos hablando de México. Estamos hablando de algo que sucede aquí todos los días y de una crisis en la que estamos atrapados y frente a la que es necesario pensar. Me interesa esta obra, porque plantea un debate de las ideas. Porque plantea unas preguntas que a todos nos atañen y que nos hacemos y cuyas respuestas se nos escapan, mientras nos hundimos en el miedo, o en la rabia o en la intolerancia, en la polarización de la sociedad que imposibilita cualquier diálogo. Un escepticismo muy grande hacia el ejercicio democrático, por un lado; pero, por otro lado, no hay otra propuesta.

—¿Qué representa Braubach? Usted habla del escepticismo ante la política, pero todos tenemos que ver con la política aunque haya quien lo niegue. ¿Cómo sentir compasión por un personaje como Braubach, que es funcionario y político?

Esa es una de las mayores virtudes de la estructura de este drama. Que, como decía al principio: le sucede a personas. Hay un conflicto interno en el político. No hay buenos ni malos. De pronto el sobrino que lo enfrenta, que es un troll de las redes, pues también es un muchacho lleno de complejidad, de virtudes. Es decir, el debate no se plantea al nivel de quién es el malo y quién es el bueno, siempre tenemos ese prejuicio. Este hombre no por ser político es el villano, es un hombre cuestionado, pero que tampoco tiene las manos limpias, ni tampoco está totalmente corrompido para nada, tiene ilusiones, es un servidor, tiene una cantidad de virtudes y tiene también una familia, y sus dudas, y se acerca porque quiere sinceramente ayudar. Es decir, hay una parte en él que lo humaniza. Es ese debate de las personas que habitamos en este momento el mundo, estamos en un debate entre nuestra inhumanidad y la posibilidad de cada día ser un poco más humanos.

—Jerome es político a su manera, un idealista, y cae en el chantaje. Al ser joven, también ya trae una carga para el espectador. ¿Cómo manejar a este personaje en escena en toda su dimensión sin maniqueísmo?

El director de escena, junto con el lúcido y complejo planteamiento de la dramaturgia, tiene que confiar en los actores, y en aquello que sucede entre los actores y los espectadores, porque eso es lo que hemos experimentado durante las funciones: el titubeo de los espectadores, la tentación de irse hacia un lado o hacia el otro en el debate, para confirmar y experimentar que ninguno tiene la razón, que la tenemos que buscar juntos, que no está ahí ni allá. Pero, también algo que tú decías y que me parece que es también puntualmente importante aquí; es decir, todos somos políticos, no hay uno de nosotros que no tenga una dimensión y una responsabilidad política, en el sentido de lo político que es la polis, somos habitantes de la polis, estamos involucrados en la polis y somos responsables. Es muy fácil salirse de ahí, sentir que todo viene de otras partes, echarle la culpa a todo mundo menos a lo que a mí me toca; desinteresarse de la política, no intervenir porque es una cosa espantosa, porque está totalmente desacreditada, cuando nos toca, cuando no podemos renunciar a ella, porque hasta el que dice que no tiene interés político está asumiendo una postura política. Eso le pasa al teatro, hay quien dice: “No, yo no hago teatro político”. Y yo lo que le respondo: “Estás tomando una postura política”.

—Como fue representada en Alemania, Furor me recordó mucho al teatro griego, a ese individuo contra el Estado de las grandes tragedias clásicas. En México estamos perdiendo de vista que el Estado también somos nosotros.

Exactamente. Y sí, es muy pertinente la comparación que haces. Se nos olvida también que en nuestra aspiración de proyecto, de algún proyecto civil y social, está la palabra “democracia”, que es la que está en cuestión. Pero, el concepto de democracia es fruto del teatro, fue Esquilo en la Orestiada, cuando al final de la verificación interminable del ciclo de la venganza, de la sangre llama la sangre, pensó en la posibilidad del consenso social y da lugar a que los atenienses, los habitantes de la polis, piensen en la posibilidad de realizar la democracia, y aparece la democracia. Esa es la función del teatro.

—Fue director de la Compañía Nacional de Teatro. ¿Qué opina de que hoy instituciones públicas estén marcando una línea de montaje de obras con temas políticamente correctos? ¿De qué manera eso afectará la creatividad en el teatro mexicano? Porque justamente ya no están dando opción de pensar al espectador, sino le están marcando una línea de obras a ver y cómo verlas

La tarea del teatro público es responder al derecho al teatro que es de la sociedad, para lo cual lo que tiene que hacer es ofrecerle la posibilidad de un discurso y no simplemente obedecer a no sé qué líneas de corrección política, que no tienen que ver con el arte y sí mucho con las estrategias de determinada gestión, que eso no es la tarea. No quiero decir que no se intervenga ahí, que no exista el debate, pero el debate es posible cuando partimos de la libertad, de la libertad de expresión y de debatir y de pensar, no de seguirse lineamientos de una supuesta corrección política, que finalmente es farisea.

—Sobre esta crisis global de la que hablan Furor y usted. ¡Qué reto llevar al público a ver al teatro algo de lo que ya está harto de escuchar en su vida cotidiana con la polarización en México, los discursos políticos! Como director de escena, ya lo vivió en el primer montaje en noviembre, ¿cómo logra que la gente acepte ir al teatro a ver lo que aborrece porque lo vive a diario?

El teatro, desde siempre, ha supuesto, nos ha convertido en espectadores de nuestro acontecer, nos agrade o nos desagrade. Para cumplir a su misión, no puede sucumbir a la complacencia superficial de otras formas de divertimento y expresión. El teatro produce un inmenso placer, el más alto placer. La misión del teatro y del espectáculo es producir placer, y producir placer no requiere ninguna justificación. Pero, claro, hay distintas calidades de esa experiencia; la que ofrece el teatro, la que buscamos con un espectáculo como éste, es el inmenso, intenso e irrevertible placer del conocimiento, de la construcción de la conciencia, de arribar a la conciencia. Y eso sí se experimenta. No son asuntos agradables lo que se está exponiendo, pero son los propios. Es responder a una necesidad que también está ahí y que cumple el teatro y, en cambio, no cumplen otras funciones de socialización, y que es la de la conciencia, la de la construcción de la conciencia, la de llegar a saber quiénes somos.

Decía Sócrates a sus discípulos que para cumplir el precepto ético de conocerse a uno mismo son necesarias dos cosas: un espejo y un diálogo. El teatro es eso: un espejo y un diálogo. La experiencia de pensar, de cuestionar, alienta profundamente porque abre el horizonte de lo que está en nuestras manos. El teatro cambia la realidad. No la cambia de manera inmediata, la cambia como la ha cambiado en toda la historia. Eso no está en cuestión, si el teatro cambia la realidad o no, es algo que la historia ha demostrado que por supuesto que la cambia. Una obra probablemente no modifique el precio del pan, pero cambia las conciencias. Y las conciencias sometidas a este reconocimiento serán las que incidan. En este caso, esta conciencia de que todo esto nos atañe y de que cerrando los ojos como avestruces o rasgándonos las vestiduras o vociferando o siguiendo atrapados en el discurso del odio, somos responsables de no encontrar un cambio.

—En el caso de Braubach, supongo en ese sentido que una obra no busca que cambien sus personajes, sino que cambie el público. ¿Qué ve entonces más subversivo: la política o el teatro?

No hay uno sin otro. Es un error de los políticos pensar que pueden prescindir del teatro. Porque entonces sucumben a la publicidad, que es alienación. El ejercicio político tiene que hacer interlocución en la conciencia. El ejercicio democrático no es ir a las urnas a elegir entre un candidato como la persona que va al supermercado a elegir entre un detergente y otro, y va a decidir según haya influido subliminalmente en esa persona la publicidad. Y ese es el nivel al que se ha llegado en la política electoral, lo estamos viviendo. Mientras el debate electoral no convoque al debate de ideas y a despertar conciencias para convocar al acto libre de elegir... Claro, cuando no hay oferta, cuando ni siquiera hay candidatos, cuando la democracia está secuestrada por los partidos políticos, porque aun en la defensa del INE (Instituto Nacional Electoral) no hay que olvidar que ahí está la democracia secuestrada en los partidos, que fuera de los partidos parece ser que no hay posibilidades democráticas.

Pero, esa es una crisis en todo el mundo, y en este país. El debate debe ir mucho más allá. Entre el paternalismo que compra votos maiceando a la gente, que es otro proceso de alienación y de utilización verdaderamente envilecedora, a las campañas publicitarias, que es un negocio que se llama partidos políticos, pues ahí está el problema. Por eso, poner en cuestión al político (Braubach), y someterlo a su conciencia por un lado, y por el otro al rabioso (Jerome) que no quiere saber nada del ejercicio de la opción y del debate político, ahí es donde está el error. Y parece ser que en esta disyuntiva estamos. Pues ese es un chantaje. No estamos en esa disyuntiva, podemos no estar en esa disyuntiva. Entonces, al teatro le toca su ejercicio político en términos de provocar el debate de las ideas y mostrar que las personas tienen capacidad de decidir, y han decidido y son responsables.

—Dígame cinco políticos a los que invitaría a ver esta Furor y que la debatieran.

A todos los políticos. A los responsables de la convocatoria social, a los que aspiran a ofrecer una alternativa a una sociedad que está harta, cansada, escéptica, y que está convencida de que esto no funciona. Al que tenga algo que proponer. Y, desde luego, a los movimientos ciudadanos, sobre todo, a quienes más interesa, porque son los que han descubierto que hay alternativa más allá del secuestro de la democracia que han hecho los partidos.

—Ha trabajado el teatro social muchas veces. Furor entiendo que es la obra más política de esta pareja de dramaturgos alemanes, Lutz Hübner y Sarah Nemitz. Usted, que encontró afinidad con ellos, seguirá incidiendo con otras obras en el teatro político. Antes montó Las últimas cintas de Krapp, de Beckett, más abstracta, quizás, y Furor es algo más concreto. ¿Va a seguir esta línea?

Pues yo sigo el camino al que me convoque el teatro. Y el teatro es un arte comunitario, arte común. A veces me invitan, y yo me siento profundamente agradecido de confabular con otros creadores en aquello que les importa, aquello que les interesa. A veces me toca a mí plantear la iniciativa. En este momento estoy haciendo un espectáculo sobre un misionero jesuita en China, que se llama Matteo Ricci (1552-1610), que es el padre de la sinología y el primero que planteó la posibilidad de la amistad de las culturas, entiendo su misión de una manera muy distinta a como tradicionalmente se ha entendido. Y al hacerlo, no puedo no pensar en los jesuitas asesinados en la Tarahumara, que seguían ese carisma, de hacerse todo a todos, de hacerse chinos, aquellos hacerse raráramuris. Creo que es algo que también hay que pensar y que hay que testimoniar y construir memoria. Y así, no es que yo sea especialista en una temática o una línea. Yo soy apasionado del teatro y, al ser apasionado del teatro, estoy apasionado por la vida humana y por la sociedad.

—Después de lo que me ha dicho y por lo que trata Furor, lo que parece que falta en la política ahora es la ética. ¿En qué momento se pierde la ética en la política aquí en México?

No se pierde la ética, la ética ahí está, pero está usada antiéticamente, se ha perdido la humanidad. Incluso se utiliza la ética desde la tribuna del poder sancionando sentencias morales, todo lo que se dice es acerca de la corrupción, lo cual resulta una consideración supuestamente ética, pero que resulta totalmente antiética ¿Por qué? Porque una ética sin humanidad no es ética, no hay misericordia, no hay capacidad de empatía, de vivir el dolor de los otros, ante estos acontecimientos terribles que suceden, como el incendio en la estación migratoria en Ciudad Juárez que provocó la muerte a tantos migrantes. ¡Es que no hay capacidad de empatía de nadie! ¿Cómo puede ser? Eso no es humano, estamos en la batalla de la deshumanización, y el poder se ha deshumanizado, y el ejercicio político se ha deshumanizado, con lo cual pierde su sentido. Por eso es importante el teatro, porque es el arte de la humanización, uno va al teatro y supongo que lo que ahí experimenta lo invita a ser menos inhumano de lo que es, o un poco más humano.

—La acción de Braubach de ir a buscar a la madre del joven que atropelló para ofrecerle ayuda es ejemplar en ese sentido.

Exacto. No le conviene políticamente, se expone. Aunque también es ambiguo. Pero, claro, el impulso es misericordioso. Eso es lo que nos falta: misericordia, en lo que quiere decir la palabra: esa empatía que me hace capaz de vivir el sufrimiento del otro, este enterarnos de, más allá de las terribles cifras de las noticias, el saber que me atañe ese dolor, la capacidad de sufrir ese dolor, aprender la tremenda enseñanza de esta pandemia, que es eso, que nos unifica en la vulnerabilidad, que no hay uno que no esté expuesto, que no resulte vulnerable, y ahí saber que nadie se salva solo. Y que, entonces, la salud del otro, el consuelo del otro es el mío. Mientras esto desaparezca de la convivencia social, estamos perdiendo la razón de ser de la civilidad y entrando en la barbarie, aunque se ondeen banderas éticas. Una ética sin misericordia resulta antiética, resulta inhumana.

AQ

  • José Juan de Ávila
  • jdeavila2006@yahoo.fr
  • Periodista egresado de UNAM. Trabajó en La Jornada, Reforma, El Universal, Milenio, CNNMéxico, entre otros medios, en Política y Cultura.

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