El dudoso riesgo: Luis Vicente de Aguinaga

Poesía en segundos

Es un error, dice Aguinaga, igualar el “riesgo” con “poesía experimental”, porque podríamos observar poetas renovadores que son, también, convencionales.

Luis Vicente de Aguinaga, poeta, ensayista y traductor. (Foto: Jesús Quintanar | MILENIO)
Víctor Manuel Mendiola
Ciudad de México /

Como poeta, Luis Vicente de Aguinaga es conocido desde hace varios años. Algunas de sus composiciones figuran en las antologías generacionales significativas y al menos dos de sus libros de poesía han ganado premios. Pero lo que lo vuelve aún más interesante es el hecho de que ha desarrollado una reflexión, también con reconocimientos, en una prosa clara e íntegra que nos permite aproximarnos a la manera como él concibe la escritura lírica y ciertos temas fundamentales de la poesía contemporánea. No juega un papel pequeño en su enfoque la edición del libro clásico de traducciones de Enrique González Martínez, Jardines de Francia (UNAM, 2014). La relectura del parnasianismo y el simbolismo revela su capacidad de apertura, no sólo por la recuperación de estéticas mal comprendidas, sino por la restitución de la presencia de un poeta que, aunque no guste hoy, posee un gran valor. Hay poemas memorables de González Martínez, como “La hilandera”, que son parte de un canon insoslayable.

En Puesto de observación (Universidad de Guanajuato, 2020), Aguinaga aborda tópicos diversos, pero articulados por una preocupación que, a mi manera de ver las cosas, aparece formulada de manera abierta y sugestiva en el ensayo intermedio “¿A qué se arriesgan las poéticas del riesgo?”. 

Este texto plantea un problema que obsesionó a muchos escritores del siglo XX y que, a pesar de que en la práctica ha sido resuelto por las creaciones de suma poética, donde tradición y modernidad coinciden, en la teoría continúa sin solución. Aguinaga acomete el asunto del modo siguiente: “Es hábito común de nuestros días —por lo menos en México y, todavía mejor, en medios literarios— ensalzar y denostar las denominadas poéticas del riesgo”. 

Aguinaga nos hace notar que muchas veces se iguala “riesgo” con “poesía experimental” así como con “poesía vanguardista” y apunta que esto es un error porque podríamos observar poetas renovadores que son convencionales en más de un aspecto. Creo que los ejemplos que escoge Aguinaga no son atinados, pero tiene razón al señalar: “Si algún riesgo corren las poéticas del riesgo, [...] ese riesgo es el de no distinguirse ni descollar entre la odiada masa de las poéticas que no han corrido nunca riesgo alguno”. Así, el error y la confusión de una parte de la escritura actual estribaría en creer que la contingencia y el “peligro” son una garantía de creación auténtica, sin advertir que la aventura poética original radica no en el abandono a la fuerza de lo accidental y espontáneo sino en su dominio. 

Por eso Rubén Darío dijo —como bien sabe Aguinaga—: “Se han confundido dentro del alma mía/ el alma de Pitágoras con el alma de Orfeo”. Es decir, es el choque de lo que sabemos hondamente con lo desconocido lo que produce la obra real, por eso también —como Aguinaga asimismo sabe— Gonzalo Rojas afirmó de manera certera “Al mundo lo nombramos en un instante de diamante”, que reedita el verso “Te descubrí en el vértigo, diamante” del desdeñado Jaime Torres Bodet. Riesgo y perfección unidos crean la mejor alternativa, al menos como aspiración.

AQ

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