Manuel Ulacia: anagnórisis

Poesía en segundos

La importancia de recordar al autor de 'Origami para un día de lluvia' estriba en dos hechos fundamentales: la importancia de su obra y la pertenencia a una generación que pese a su gran originalidad no ha sido justipreciada en su verdadera magnitud.

Portada de 'Origami para un día de lluvia', de Manuel Ulacia. (Ediciones El Tucán de Virginia)
Víctor Manuel Mendiola
Ciudad de México /

Si Manuel Ulacia estuviera aún con nosotros, en la vida de la poesía mexicana actual, habría cumplido, el pasado 16 de mayo, 70 años.

Seguramente, junto a sus minuciosos ensayos sobre Luis Cernuda, Escritura, cuerpo y deseo, u Octavio Paz, El árbol milenario, o bien al lado de sus hermosos y originales libros de poesía, Origami para un día de lluvia, El plato azul o Arabian Nights, sus lectores disfrutaríamos hoy de sus reflexiones sobre James Merrill, a quien tradujo de manera amplia, o sobre Xavier Villaurrutia, de quien elaboró con Lola Creel un video; y estos lectores suyos contaríamos con singulares poemas nuevos donde, sin dejar de mostrar su particular visión del amor de un hombre por otro hombre, iluminaría el entrañable y laberíntico mundo familiar o la necesidad de vivir otras culturas como una forma de salud e inteligencia.

La importancia de recordarlo estriba en dos hechos fundamentales. Uno evidente: la importancia de su obra; el otro, si no oculto, sí más difícil de ver: la pertenencia a una generación que, pese a su gran originalidad, no ha sido justipreciada en su verdadera magnitud. Varios de los poemas de Ulacia son, indudablemente, parte constitutiva de un conjunto notable de piezas literarias escritas a finales del siglo XX. A este conjunto pertenecen, por señalar algunas de las innegables, Hacia donde es aquí de Deltoro, Las bacantes de Cross, Shajarit de Gervitz, Los Adioses del forastero de Campos, Tierra nativa de Rivas, Chetumal Bay Anthology de Aguilar, Duelo de espadas de Rivera y Litoral de tinta de Volkow. A las cuales habría que agregar Versión —mucho mejor que Incurable— de Huerta y Peces de piel fugaz de Bracho.

Sin embargo, Ulacia pertenece también a una generación que ha modificado sustancialmente las lecturas y la visión crítica con la aportación de un enorme acervo literario. Basta con ver lo que han realizado en términos de traducción, edición y crítica las generaciones nacidas en los años cuarenta y cincuenta, sin ninguna comparación con lo que se había hecho antes en este campo, para apreciar no sólo un cambio sino años de florecimiento. Por otro lado, es cierto que en casi todos estos poetas hay una abierta admiración a Octavio Paz, pero ésta implicó un deslindamiento crítico con respecto a la estética de “los signos en rotación”. Me atrevo a decir que la mayor parte de estos poetas crearon un extraño realismo que se alejaba de la realidad para estar más cerca de ella. Su poesía, incluso la de Huerta y Bracho, nos revela un pensar o sentir las cosas dentro de su cogollo, como cuando Deltoro dijo “Balero: hacer subir por el aire un agujero”.

El mejor poema de Ulacia es Origami… Este texto, en concordancia con Cernuda y en una corriente interior mucho más cerca de Joyce que de Eliot y de Gil de Biedma que de Paz, no es una búsqueda. Es el reencuentro del yo con lo que siempre estuvo ahí, desde el principio, en una identidad original. El poeta viejo y el poeta niño —no en diálogo sino en monólogo interior— comparten el arte de doblar una hoja de papel como el arte de ser siempre iguales a pesar de los pliegues de la opinión, del tiempo y la muerte.

AQ

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