Mares bravos

Guía de forasteros

En 1816, el naufragio de la fragata ‘Méduse’ se debió a un capitán incompetente y borrachín y a una balsa mal construida en que 147 personas quedaron a la deriva.

Grabado del Méduse, por Jean-Jérôme Baugean, siglo XIX. (Wikimedia Commons)
Carlos Chimal
Ciudad de México /

No lejos del Observatorio Real de Greenwich, en el barrio de Deptford, ciudad de Londres, se encuentra la iglesia de san Nicolás. Es modesta, el personaje que busco no ostenta lápida alguna, ni existe marca que indique dónde reposan sus restos, excepto una placa discreta sobre un muro del patio. El cielo brillante se torna grisáceo, nubes ominosas parecen dibujar el perfil del doctor Fausto. De hecho, una línea de esa obra teatral isabelina remata el anuncio funerario:

“Cut is the branch that might have grown full straight.”

El 30 de mayo de 1593, a los 29 años de edad, Christopher Marlowe perdió la vida en circunstancias poco claras. ¿Fue apuñalado por no pagar la cuenta?, ¿por espiar para el Consejo Privado de la Reina?, ¿por envidia del colega Thomas Kyd? ¿O huyó a Francia, donde se refugió en el seminario jesuita de Reims y escribió todas las obras atribuidas a William Shakespeare? Después de todo, nacieron el mismo día del mismo año. El locuaz de Anthony Burgess se aventura a especular sobre tal enredo conspirativo en su novela de 1993, A Dead Man in Deptford.

Pocos saben que el precoz poeta y dramaturgo adoraba el océano y, no obstante, le temía. Se dice que él mismo era un vendaval en mar abierto, cuyo carácter impulsivo lo llevó al infierno y lo trajo de regreso. Vivió en las tinieblas hasta que un día vio la luz. Quiso navegar en aguas profundas, fracasó; intentó subir al mástil mayor, cayó de cabeza.

Camino hacia el río Támesis, en dirección del observatorio, que ahora es un museo, muy visitado porque en el piso hay una línea de metal que separa el Este del Oeste terráqueo. Atracado de manera permanente se encuentra el Cutty Sark, navío veloz que hubiera fascinado al arrojadizo Marlowe. Este clipper, es decir, este “rebanador” de olas, fue construido 276 años después de su muerte a fin de traer hojas de té en tiempo récord.

A Marlowe esto lo hubiese tenido sin cuidado, pues no era velocidad lo que él ansiaba, por muy rijoso que haya sido a lo largo de su corta vida; quizás se habría inclinado por abordar la fragata La Medusa y ser testigo de su naufragio.

El acontecimiento tuvo lugar durante los primeros años de la Restauración, régimen surgido en 1815 luego de la derrota de Napoleón y el regreso de la dinastía borbónica. Una flotilla zarpó en julio de 1816 de la isla de Aix, cerca de Burdeos, con destino a Senegal. Entre las embarcaciones iba dicha fragata. Podemos darnos una idea de lo que sucedió si vamos al museo del Louvre. Ahí se encuentra un enorme óleo sobre lienzo (380 x 460 cm) que Théodore Gericault pintó en 1818 con el título de La balsa de la Medusa.

Perseguidos por la muerte, una tempestad terrible hace suponer a los náufragos que pronto llegará el fin. Géricault, el niño prodigio y enfant terrible del romanticismo francés, como Marlowe lo fue del periodo isabelino inglés, creó esta escena antes de los 30 años de edad, dos antes de perder la vida. Por más remoto que parezca, se trata de un rabioso acto de protesta ante la negligencia del sistema social de su país.

En efecto, el naufragio de la fragata Méduse no fue un penoso accidente, sino que se debió a un capitán incompetente y borrachín. De esa manera 147 personas quedaron a la deriva en una balsa construida de manera apresurada. Todos, excepto quince, murieron durante los trece días de infierno, en los que sufrieron hambre, sed; algunos perdieron la razón, incluso hubo quienes terminaron asesinando a sus colegas y comiéndose unos a otros.

Arrebatado como era, Gericault estaba dispuesto a plasmar con realismo esta escena, así que decidió llevarse unos muertos a su casa. Con ayuda de un amigo médico sacaron de la morgue miembros cercenados y los trasladaron a su taller: pedazos de extremidades, cabezas decapitadas comenzaron a poblar el lugar, impregnándolo de un tufo mortecino. Incluso construyó una réplica real de la balsa y ahí apiñó los cachos de carne. Como era de esperarse, la obra fue polémica. Era una nueva forma de ver la pintura histórica, en la que se busca el caos intencionado en una estructura piramidal sobre una base inestable, esto es, el mar inmisericorde.

AQ

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.