El regreso de Margarita Sanz al teatro después de tres décadas fue de altos vuelos, desde las alturas: en junio pasado protagonizó La golondrina del catalán Guillem Clua y ahora La gaviota de Anton Chéjov.
Sorprende que el papel de Arkadina sea el debut de la primera actriz en una obra del dramaturgo ruso, aunque ella subraya que es un autor cuya lectura ha sido obligada desde que estudiaba en la Escuela de Arte Teatral del INBA y luego en los cursos de Héctor Mendoza en el Centro Universitario de Teatro.
Sanz (Guadalajara, 1954) celebró el 20 de febrero pasado 70 años de vida y casi medio siglo de carrera mientras interpretaba a una de las madres más polémicas y —quizás hasta antes de verla a ella encarnar a la actriz rusa—, más incomprendidas en la historia del teatro, en un montaje de Cristian Magaloni.
“Chéjov es una lectura obligada para todos los actores. En el CUT, el maestro (Héctor) Mendoza dio un curso para actores profesionales en el que nos pedía hacer escenas de obras para analizarlas. Yo escogí La gaviota, una escena entre Nina y Tréplev, así empezó mi relación con Chéjov. Claro, leía El jardín de los cerezos, Las tres hermanas… Siempre me sedujo la forma de Chéjov de ver al ser humano con todas las contradicciones que acarrea la vida y sus consecuencias”, recuerda la actriz con gran emoción.
En entrevista, la ganadora de sendos Arieles por las películas Frida, naturaleza viva (1985), El callejón de los milagros (1995) y La habitación azul (2003) expone su deuda con Konstantin Stanislavski, las diferencias de encarnar a diferentes madres, la risa como sinónimo de inteligencia y su amor por Nina.
“Stanislavski nos inventó a los actores, el famoso sí condicional; es decir, ¿qué harías tú en la condición de ese personaje? ¿qué sentirías? ¿cómo expones lo que te pasa? Las famosas acciones físicas de Stanislavski, eso es muy significativo porque Chéjov dirigió La gaviota y fue un fracaso terrible, te puedes imaginar a los actores nomás diciendo palabras. Y cuando la dirigió Stanislavski fue un éxito rotundo, imagino que los actores penetraron el alma de los personajes; las palabras están ahí, pero no pueden ir nomás huecas. Nadie aguantó la obra de Chéjov, pero con Stanislavski fue un éxito”.
De hecho, en La gaviota de Magaloni, influenciada según contó él a este reportero por su lectura de Raymond Carver y en particular de su cuento Tres rosas amarillas, Arkadina no sólo actúa pasajes de obras de Shakespeare, también canta, y canta una canción compuesta por Sanz dedicada a Stanislavski.
“No sé cómo se enteró Cristian y me dijo: ‘Tú tienes una canción a Stanislavski. Yo creo que le caería muy bien a la obra’. Así que incluir la canción en esta puesta en escena me pareció acertado, no porque yo la cante, además es muy hermosa. Ha sido difícil, porque hay cosas que me dan miedo, que me han cuestionado, porque estoy acostumbrada a hacer trabajo de mesa y Cristian no, siento que es una forma desordenada de trabajar pero luego se va ordenando, no mágicamente, todo mundo aporta”, dice Sanz.
“Hoy leí una crítica que me dio mucha risa porque dice que Arkadina no le deja tiempo a nadie de hacer nada, porque es una mujer muy egocéntrica y que todo el tiempo está actuando. Bueno, Arkadina es así, ese es mi personaje: una actriz que ya está cumpliendo años, que ya no es joven; es muy conocida, muy famosa, y tiene una aversión terrible a las cosas que escribe su hijo Tréplev, porque lo metió a la universidad de artes y él mismo se salió para irse a refundir allá en la nada de una hacienda en el monte a escribir obritas, a creerse genio incomprendido. Arkadina está furiosa. Y, claro, su misma naturaleza de actriz la hace llamar la atención. Fue una idea de Cristian Magaloni ponerla a actuar”.
Para Sanz, el proceso que han llevado actores en La gaviota tiene correspondencia con los personajes.
“Se reescribieron muchas cosas, se aumentaron otras y fue quedando este barco en el que estamos todos metidos y que vamos por mareas difíciles. Quizás al público más conservador no le guste mucho, pero al joven parece ser que sí y reacciona de una manera muy positiva. Y también están las aguas turbulentas por los mismos personajes, que tienen sus problemas terribles. Por ejemplo, Masha se casa con un hombre que no ama y pare un hijo que ni siquiera quiere tener y que luego debe atender. Eso es terrible. O la relación entre Arkadina y su hijo Tréplev, que no se llevan nada bien en términos de conceptos teatrales. Y luego el muchacho está culpando al exterior de lo que le pasa, no toma las riendas de su vida en sus manos, todo es culpa de Nina, que no lo quiere, o de su mamá, que es una diva. Todo es culpa de los demás. Incluso, cuando le va bien con sus obritas, no le parece. Hay personas así, a las que nada las hace felices porque no se quieren a sí mismas”, agrega la primera actriz.
A La gaviota siempre se le presenta como un dramón, pero el mismo Chéjov la tituló “comedia”. En esta puesta en escena y en su interpretación de Arkadina vemos este enfoque.
Los personajes de La gaviota tienen problemas terribles, pero a veces hacen como que la virgen les habla o tapan el sol con un dedo. Es una experimentación lo que estamos haciendo; digamos que nos subimos al barco que Magaloni nos estableció, él introduce en el texto el sentido del humor, que tenerlo siempre es un signo de inteligencia, quizás para quitarle lo más denso al drama, para narrar la historia desde otro punto de vista. A mí no me asusta la palabra experimentación, yo fui educada dentro de la experimentación teatral y lo único que deja eso es un gran enriquecimiento tanto en el texto dramático como en el desarrollo creativo de los artistas participantes. Respecto al género, ya sabes que siempre hay discusiones, pero para mí La gaviota es una tragicomedia clavadísima. ¿Por qué? Por varias cosas: la estructura del texto es anecdótica; el tono es poético; la utilería no es utilería nada más, es metáfora.
Tenemos el agua como metáfora; un teatro que construyó el mismo Tréplev para sus obritas, que es una metáfora de la vida. Tenemos la gaviota, que no es un simple pajarito que anda ahí volando, sino que es una ave que vuela libremente pero que puede ser asesinada por un hombre; es decir, la gaviota que puedo tener dentro yo misma la puedo matarla también y convertirme en un pájaro totalmente muerto y desgarrado. La gaviota se convierte en esa metáfora dentro de las vidas de Nina y Tréplev.
Su Arkadina parece tener fascinación por Nina. ¿Es el personaje favorito de Margarita Sanz?
Nina para mí es un ejemplo de resilencia maravillosa, porque se va con el amante de Arkadina, vive con él un rato y Trigorin la echa para afuera; tienen un hijo que se le muere; Nina ya no puede ni actuar pero quiere ser actriz. Y cuando regresa en el cuarto acto, al final dice a Tréplev: Voy a regresar a mi carrera de actriz, yo sigo amando a Trigorin, que me tiró a la basura, pero eso no me va a impedir buscar a una nueva actriz dentro de mí. Eso es maravilloso después de lo que sufrió ella teniendo también un padre espantoso del que tuvo que escapar para ser actriz. Pese a todo, ella no culpa a nadie de su vida; toma su vida con las manos y al toro por los cuernos. Tréplev es todo lo contrario, para él todo es culpa de los demás. Arkadina ve todo esto y se pone muy mal, porque siempre le dio un ejemplo de madre que trabaja, que no siempre fue famosa o tuvo dinero. Hay personas como Tréplev. Yo, Margarita Sanz, creo que fue el ADN del papá de Tréplev el que le dio esa forma de ser, ja, ja, ja.
Realmente siente más fascinación por Nina que por su personaje, Arkadina.
Sí, porque Nina es un gran ejemplo: pasa por un infierno, por un lago no de gaviotas bonitas volando, sino de lodo, un lago de fracasos; que el hombre que tú amas te desprecie, que luego tengas un hijo con él y se te muera el niño, luego que andes haciendo teatro que ni quieres hacer, como ella lo describe. No sabes lo que es estar en el escenario y no saber para dónde moverte, es terrible eso. Y el final es: Voy a buscar la actriz que llevo dentro; es decir, yo no voy a dejar de ser actriz por lo que me pasó, voy a seguir. Y eso es una gran lección de vida. Déjame decir que Arkadina admira mucho a Nina, la obrita que escribió su hijo le parece horrenda, pero no Nina, parada en puntas con una fuerza emotiva enorme. Es una gran actriz, dice Arkadina; esta niña va a estar muy bien. Sí, la admira. Cuando ya empiezan a cambiar las cosas es cuando Nina, con la mano a la cintura, porque así es, se empieza a meter con su amante, entonces las cosas ya no funcionan tan bien, sino de una manera más equivocada.
Siempre se presenta a una Arkadina manipuladora, malvada, tirana. La suya es aun divertida.
Toda esta experiencia está siendo para mí un motivo de crecimiento actoral, de desafío, porque hay escenas muy difíciles para mí dentro de esa obra. Esta visión de Arkadina es de Magaloni, él no quería una Arkadina arrogante, pesada, con poca empatía. Arkadina es actriz, pues que actúe, y la pone a actuar. Se pone a improvisar papeles después de arruinar la obra de su hijo; es decir, no es una madre común y corriente. Pero, incluso aquí en México la figura de la madre, que había sido casi intocable, ha cambiado mucho; ya hay madres que no se casan, que son independientes, que tienen a sus hijos. Bueno, hay madres actrices, famosas, que tienen hijos que no la pasan muy bien porque quieren ellos seguir esas carreras, quieren ser actores o actrices y todo mundo los compara con sus padres famosos. Aquí tenemos a un hijo, Tréplev, que se detesta a sí mismo, que posiblemente lo que escribe puede tener mucho valor para él y para su público, pero no lo tiene para su mamá. A mí me costó trabajo meterme en ella, siento que se enojó, que su ego no permitió para nada ponerse humilde con respecto de su hijo. Se meten unos ganchos, unas patadas y luego se andan abrazando. Ese es el tipo de madre que es Arkadina, esa parte madre de ella, aunque ha dejado de serlo desde hace tiempo, es un campo que ella ya no toca muy a menudo porque tiene un hijo adulto comportándose como un tonto.
Ella se desespera terriblemente porque está enamorada de su carrera. Me siento culpable porque tal vez soy una madre horrible (como Arkadina), ella misma se lo dice. Ese lado provoca culpabilidad a Arkadina, pero luego me justifico porque mi hijo tampoco hace nada. No todo es culpa de los papás, los padres dan un ejemplo, un camino, pero luego los hijos harán lo que quieran. Claro, no se ve en la obra qué sucede después del suicidio de Tréplev, cómo queda Arkadina. Yo conozco padres de hijos que se han matado y la culpabilidad que sienten es terrible, para toda la vida, su vida queda arruinada.
Antes de La gaviota había vuelto el año pasado al teatro con La golondrina.
Puras aves, jajaja.
La Amelia de La golondrina también es madre con relación complicada con su hijo, asesinado. Y antes hizo en cine Leona, una madre judía, racista, clasista. ¿Qué madre fue un mayor reto?
Son tan diversas. Me costó mucho entender a la madre judía, porque no soy judía, aunque tengo amigos judíos. Estuve dándole y dándole vueltas a ese asunto, porque a la sociedad judía le gusta estar sólo entre ellos nada más; cuando uno se casa con una persona de fuera, es una situación muy difícil y pasa lo que trata Leona. Entonces, entender esa mentalidad fue difícil para mí, tenía pocas escenas para realmente mostrar a esa mujer, meterme a esa filosofía. No no puedo juzgar a mis personajes porque si lo hago no van a salir bien, tengo que aceptarlos como son, como dice Stanislavski, y buscar las acciones físicas necesarias para hacerlo. Esa madre judía no tiene nada que ver con Arkadina.
Y luego (Amelia) en La golondrina, tiene en el fondo algo muy doloroso: no acepta que su hijo es homosexual a pesar de que conocía su orientación desde chico, ella lo confiesa. Y le pasa algo terrible, que es que te maten a tu hijo y luego que digas, híjole, ¿qué hubiera pasado si yo acepto esto? ¿Mi hijo y yo habríamos tenido una relación más amable? Pero ya no es posible. Esta obra es excelente, tiene un contenido que abre muchas conversaciones con la sociedad mexicana, con la iglesia, con las instituciones educativas. Pero tampoco esta madre se compara con Arkadina. Todas son distintas, imposibles de comparar. Todo personaje tiene sus propias dificultades. Si te soy franca, como actriz no es muy difícil para mí entender a Arkadina porque estoy rodeada de actrices muy sangronas y egocéntricas, así que no me cuesta nada de trabajo entenderla, incluso que quiera ser buena madre.
Le haré la pregunta que le hace Nina a Trigórin: ¿Qué se siente ser celebridad?
Yo no me considero una celebridad; Arkadina lo es. Yo no me considero así, nunca me he considerado así. Cuando me juzgan como una mejor actriz que muchas me parece un error terrible, porque el mundo interno de los actores es el actor, entonces mi mundo interno no puede ser mejor que el suyo. Estamos juzgando a formas de ser, a mundos internos. Puedes decir: me gusta lo que hizo esta actriz con este personaje en este momento, en esta película o obra, pero decir que es mejor que otra, es muy feo. Es un insulto a todas las grandes actrices que tenemos, y de todas las edades, además.
¿Qué es entonces La gaviota para usted?
Mucha enseñanza de muchas cosas. Cómo tomamos determinaciones equivocadas pensando que son correctas. A mí la vida de Masha me parece terrible, que no quiera a su hijo, eso es terrible; y no duerme con su marido porque no lo quiere. ¿Qué clase de vida es esa? Lo que nos obliga la sociedad a hacer por ciertos valores morales que valen absolutamente un sorbete. La gaviota puede representar muchas cosas: un corazón herido y muerto, baleado. Así acaba Nina. Y mi hijo (Tréplev) acaba literalmente con un balazo en la cabeza. El teatro es eso. Es esperanza, es donde se viven las grandes pasiones, los grandes conflictos de la naturaleza humana, ése es el teatro. Y esa ave que vuela libremente en Nina ya no es; es una gaviota herida, quién sabe cómo vuele de ahora en adelante.
AQ