Ante el féretro de Mario Lavista, en el Palacio de Bellas Artes, su hija Claudia se refirió a él como un ser que emanaba luz cuando caminaba por la calle o al entrar a cualquier sitio, provocando que la gente volteara a verlo. También afirmó que había consenso en que el compositor de la ópera Aura era el hombre más guapo del país.
Se puede pensar que tales palabras fueron producto del cariño de una hija por su amoroso progenitor, pero tienen mucho de verdad. Mario Lavista no sólo era un tipo con talento, afable y sencillo sino, además, galán. Hace varios años lo entrevisté en su casa y le comenté que tenía cierto parecido con el actor Richard Gere; se carcajeó y dijo que eso ya se lo habían dicho.
Lavista tenía galanura externa e interna. Sus familiares, amigos y alumnos se han expresado públicamente muy bien de él, y lo mismo sucede en privado.
También era buen hijo. Varias veces lo saludé en el Auditorio Nacional durante las transmisiones en vivo desde el Met de Nueva York, en ocasiones acompañado por su madre, María Luisa Camacho. Recuerdo en especial cuando se proyectaría La valquiria, de Wagner. A la señora de más de 90 años le pregunté si estaba lista para el maratón de cinco horas; contestó firmemente: “¡por supuesto!”. Con buen humor, Lavista agregó: “Está más lista que yo”.
La semana pasada, ya casi centenaria, doña María Luisa asistió al homenaje a su hijo en Bellas Artes. Su presencia fue tan conmovedora como las palabras de Claudia.
Cuando entrevisté a Lavista le pregunté qué sintió cuando, a partir de su música, Claudia montó varias coreografías. Contestó: “Fue muy emocionante. Yo estuve cerca de la danza hace muchos años; trabajé con Gloria Contreras y Guillermina Bravo. Mi hija se metía abajo del piano y desde ahí veía los ensayos. Quién diría que con el paso del tiempo se convertiría en bailarina y coreógrafa”.
Acerca del estreno de Aura en 1989, en Bellas Artes, recordó: “Carlos Fuentes estuvo en el estreno y estaba feliz con el resultado. Fue muy generoso al cederme los derechos sin cobrarme nada. Yo compuse la ópera gracias a la beca Guggenheim. El libreto lo escribió Juan Tovar. Enrique Diemecke fue el director musical y Ludwig Margules en la cuestión teatral. Alejandro Luna en la escenografía, Tolita y María Figueroa en el vestuario. Las cantantes: Encarnación Vázquez y Lourdes Ambriz”.
Respecto a la docencia, el creador de Réquiem de Tlatelolco dijo: “Yo empecé a dar clases por supervivencia. Regresé de París, no tenía trabajo y ya había nacido mi hija. Sin embargo, luego me di cuenta que el aula era uno de los sitios donde mejor me sentía”.
De su tío Raúl Lavista: “Él puso a mi disposición una discoteca fantástica, partituras, libros. Gracias a él conocí todo Wagner, Bartók”.
De Carlos Chávez: “Un hombre generoso y trabajador. Era un workaholic, no descansaba; jamás he conocido a nadie con su energía”.
De Rodolfo Halftter: “Yo lo veía casi como un abuelo. Él me mostró la música de la Escuela de Viena: Schönberg, Alban Berg, Anton Webern”.
De Stockhausen: “Como maestro le ganaba el ego. Para él, los buenos alumnos sólo eran quienes seguían sus pasos”.
Esa tarde Mario Lavista me regaló un par de discos con su música, ejemplares de la revista Pauta que él fundó y la sensación de haber platicado con un tipo encantador.
AQ