El doctor Mario Molina murió este 7 de octubre, informó la UNAM, institución de la que egresó como ingeniero químico en 1965.
En 1995 obtuvo el Premio Nobel de Química junto a Paul J. Crutzen y Frank Sherwood Rowland por su papel en la visibilización de la amenaza a la capa de ozono terrestre por parte de los gases de cloro, bromo, dióxido de carbono, entre otros.
En esta entrevista, originalmente publicada en Laberinto en abril de 2020, alzó la voz ante los riesgos económicos que provoca la emergencia climática.
Sin la ciencia, el futuro difícilmente será próspero, como lo demostró Mario Molina quien, en los años setenta, junto a su colega Frank Sherwood, descubrió que unos diminutos compuestos devoraban al mayor escudo que tenemos ante los rayos ultravioleta: la capa de ozono. Sus investigaciones sobre los clorofluorocarbonos (CFC), que principalmente se usaban en la industria de la refrigeración y los aerosoles, fueron contundentes: estos gases generaban un agujero en la estratósfera, y si no se actuaba de inmediato habría consecuencias terribles para la salud y el bienestar de la humanidad.
El mensaje del doctor Molina fue fundamental para que, por primera vez, los países trabajaran en conjunto sobre un problema ambiental global. El Protocolo de Montreal nació en 1989 y logró que se redujera la producción y el consumo de los CFC; las últimas mediciones en la Antártida indican que el agujero se ha reducido.
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La contribución de Mario Molina para atender tempranamente el problema, que la Real Academia de las Ciencias de Suecia consideró como el “talón de Aquiles de la biósfera”, fue uno de los motivos que lo hicieron ganar el Premio Nobel de Química en 1995. Después de 25 años, el científico aún confía y trabaja en fomentar políticas públicas para mitigar los impactos del cambio climático. Es una carrera contrarreloj, en la que resulta indispensable confiar en la ciencia.
—¿Cómo cambió su vida al ganar el Premio Nobel?
Mi vida no cambió inmediatamente; era profesor en el Massachusetts Institute of Technology (MIT), donde seguí haciendo investigación. El cambio vino cuando, años después (en 2004), decidí regresar a la Ciudad de México y abrir el Centro Mario Molina para hacer investigación, conectado a políticas públicas de protección al medio ambiente. Era algo que había pensado desde tiempo atrás pero, con el Nobel, una de las ventajas es que uno tiene acceso más directo a los niveles de gobierno necesarios para que haya cambios para la sociedad. Vi el Nobel como un honor enorme, pero ante las posibilidades de tener un mayor impacto lo tomé también como un compromiso social. No es algo automático, ni de todos los premios Nobel. Desde hacía muchos años trabajaba en cuestiones conectadas con el medio ambiente.
—A diferencia de lo que se logró con los Protocolos de Montreal, ¿por qué las naciones no logran ponerse de acuerdo para atender el cambio climático?
Hay muchas cosas que son comunes pero la diferencia más importante es que el cambio climático está conectado con el uso de combustibles fósiles. En el siglo pasado estaba muy claro que eran un componente importante del desarrollo económico. Es difícil cambiar esa situación tan dominante a lo que pudimos hacer con la estratósfera y la capa de ozono porque nuestras investigaciones de los clorofluorocarbonos estaban relacionadas con un pequeño número de industrias químicas globales que, al principio, no estaban de acuerdo con los resultados, pero aceptaron que si la ciencia les demostraba los efectos adversos, podían cambiar. Las convencimos de que podían desarrollar otros compuestos, pero en el caso del cambio climático ha sido más difícil porque, a pesar de que ya tenemos otras fuentes de energía más sustentables, los gobiernos dificultan su uso generalizado, aunque ya hay soluciones tecnológicas.
"La ciencia moderna no ha tenido el impacto que debería de tener en comunicar los efectos del cambio climático"
—¿Qué representa para la lucha contra el calentamiento global el ascenso de gobiernos populistas?
Es muy bien conocido por la comunidad intelectual que los jefes de Estado populistas no tienen bases de conocimiento: desconocen cómo funciona la economía, cuál es la mejor manera de gobernar… Curiosamente, el presidente Donald Trump no tiene un grupo de asesoría científica; eso es parte del populismo. De acuerdo con muchos expertos, los populistas están cometiendo errores que afectarán a la sociedad; ojalá sean un fenómeno temporal. Pero errores tan básicos como el de Trump al no reconocer el cambio climático son una falta de responsabilidad gigantesca. Los científicos no estamos sugiriendo tener el 100 por ciento de certeza en nuestras predicciones, pero sí una probabilidad arriba del 95, y eso es mucho más que suficiente para que un presidente responsable actúe. Lo vemos con el coronavirus.
—¿Sucede algo similar con el presidente de Brasil?
En el cambio climático ya estamos viendo los impactos, con inundaciones e incendios. Como a Bolsonaro no le interesa mucho el medio ambiente, no toma las medidas necesarias para cuidar el Amazonas, y es muy preocupante porque no solo afecta a Brasil sino al clima de todo el planeta. Es una manera muy clara de ver la falta de responsabilidad hacia las futuras generaciones. Los líderes populistas no toman las medidas necesarias para cuidar a la sociedad.
—Estados Unidos, el principal emisor de gases de efecto invernadero, se ha salido de los Acuerdos de París. ¿Cómo avanzar sin la colaboración de Trump?
A pesar de que el presidente ignora este problema, en Estados Unidos hay muchos grupos, tanto del sector privado como del público, que trabajan para enfrentar el cambio climático; tenemos además ejemplos como los estados de California o Massachussetts que han emprendido acciones, aunque es una desventaja que el gobierno federal no lo reconozca. Será muy importante lo que suceda en noviembre. Una buena parte de la sociedad quiere que Trump no gane la reelección porque el cambio climático es un ejemplo, quizá el más importante, de algo en lo que hay que cambiar.
—En México, el presidente López Obrador ha descalificado a la comunidad científica, la llama “la mafia de la ciencia”. ¿Qué piensa de este discurso?
La ciencia es esencial tanto para el desarrollo económico como para el bienestar de la sociedad, eso es un hecho histórico. Esa idea de que la ciencia puede ser no progresista es totalmente absurda, representa una ignorancia monumental. Una manera de pensar de algunos países latinoamericanos es que hacer ciencia fundamental, básica, es caro, que eso hay que dejárselo a los países ricos y solo usar los resultados, pero es absurda porque, históricamente, se ha visto que la inversión en ciencia fundamental es importantísima para el desarrollo económico. Hay que tener científicos que sean parte de la comunidad internacional en ciencia básica.
—Nuestro país tiene gente preparada, pero al parecer el gobierno no la escucha.
Hay gente muy preparada, aunque es relativamente poca porque México solo invierte 0.5 por ciento del PIB en el sector científico, muy poco si lo comparamos con los países que tienen un desarrollo económico apropiado. Tenemos científicos y es absurdo no escucharlos. La ciencia es la misma aquí y en China, no hay ciencia mexicana y ciencia china.
—El presidente López Obrador apuesta por los hidrocarburos. ¿Qué piensa de esta situación?
Me preocupa muchísimo porque tenemos una política energética totalmente equivocada. Desde el punto de vista del cambio climático, debemos abandonar los combustibles fósiles. En México necesitamos otra década y ayuda de otros países, pero sería un error continuar como ahora. Por otra parte, desde el punto de vista económico, sacar petróleo ya no es negocio. Regresar al siglo pasado es otro error grave. Por años, México dependió de los recursos que tenía de la venta del petróleo, pero ahora lo estamos importando. Hay cierta cantidad de hidrocarburos que nos conviene si pudiéramos sacarla, pero no hay que invertir en refinación.
—En 2014, el Centro Mario Molina publicó un atlas de riesgos al espectro climático de la infraestructura petrolera del país. Señala que uno de los lugares que corre mayor riesgo es el puerto de Dos Bocas, en Tabasco, donde se construirá una refinería.
Se puede inundar. Hemos hecho trabajos de medio ambiente (sobre los impactos en el lugar) pero hay expertos en energía que también cuestionan sobre qué tan buena inversión es. Desde el punto de vista del progreso económico, no. Para que México tenga su propia energía podría justificarse, pero solo parcialmente, porque la energía es un sistema que se puede comprar. Es de muy alta probabilidad que vamos a comprar energía mucho más barata de la que podamos hacer con esta refinería. Además, repito, se puede inundar.
—México tiene un gran potencial en energías limpias. ¿Qué opina de la política del gobierno federal al respecto?
Estamos trabajando con la Secretaría de Energía, hay grupos en el gobierno que están de acuerdo con las ideas modernas, pero la pregunta es qué tanto van a poder hacer mientras trabajan con el Presidente; cuánto tiempo se va a tardar él. No podemos esperar otros cinco años para hacer la transición. México tiene un potencial muy importante para las energías sustentables, como la eólica y la solar.
—En el papel, seguimos en los Acuerdos de París, pero se han tomado acciones que van en sentido contrario. ¿Cómo califica la política medioambiental del gobierno?
Me preocupa que no hay una política clara de cómo nos está yendo con los Acuerdos de París, con el cambio climático, qué estamos haciendo para proteger a la sociedad. Proteger el medio ambiente no es una cuestión de gustos, afecta a la sociedad y a las generaciones futuras. No se le da la importancia que tiene y que sí reconoce la comunidad científica; eso es lo que veo como equivocado porque hablamos del bienestar de la sociedad. No está claro qué es lo que estamos haciendo, hay una preocupación porque ya deberíamos de tener planes sobre cómo vamos a atender esta emergencia y progresar en el futuro.
—A pesar de las malas noticias, hoy vemos en los jóvenes un despertar y demandan a sus gobiernos que actúen ante la emergencia ambiental.
Por fortuna, hay un movimiento importante en la juventud, que es a la que más le afectará el cambio climático. La comunidad científica, en general, es muy reservada pero en los últimos años hubo un entendimiento de que, si no se toman las medidas adecuadas, para finales del siglo el cambio puede ser bastante peor de lo que se pensaba. Había que poner una alerta. La comunidad científica trató de comunicar mejor esto a la sociedad y hablar de una emergencia climática: tenemos que actuar, no podemos seguir posponiendo bajar las emisiones. Hay una gran expectativa en los jóvenes por lograrlo.
—Ha dedicado gran parte de su vida a comunicar los efectos del cambio climático, pero aún hoy existen sectores de la sociedad que lo niegan. ¿Esto lo desalienta?
La ciencia moderna no ha tenido el impacto que debería de tener en comunicar los efectos del cambio climático; en gran medida se debe a que la educación tiene muchos defectos. Algo que estamos haciendo en el Centro Mario Molina es tratar de que los niños aprendan ciencia haciendo ciencia. No me desalienta, soy optimista porque creo que vamos por buen camino, nos falta mucho pero estamos trabajando duro para arreglar esos problemas. La comunidad científica está haciendo lo que puede, falta que los gobiernos tomen las medidas necesarias.
ÁSS